La Colección Museográfica de Cártama (Málaga) acoge una serie de obras en las que el artista malagueño, además de evidenciar un innegable dominio técnico tanto en los tonos como en las formas que representa, inspiradas todas ellas por el mundo de la arqueología, plasma la elegancia de la sobriedad y el silencio, representando con maestría lo cercano. Hasta el 26 de abril
“Hay un hecho claro y manifiesto: no existen ni el futuro ni el pasado. Tampoco es exacto afirmar que los tiempos son tres: presente de lo pretérito, presente de lo presente y presente de lo futuro. Estas tres clases de tiempo existen en cierto modo en el espíritu, y no veo que existan en otra parte: el presente del pasado es la memoria, el presente del presente es la visión y el presente del futuro es la esperanza”. Permítanme comenzar con este justamente célebre pasaje del libro XI de las Confesiones de san Agustín de Hipona, que inspira el título elegido de esta selecta muestra del pintor Pedro Escalona (Málaga, 1949), la primera que se lleva a cabo en la Colección Museográfica de Cártama.
No es casual la elección: no conozco a ningún pintor que haya tratado tanto, y tan bien, el tema de la arqueología a lo largo de su obra. Una de las emociones que se despiertan ante los restos arqueológicos, uno de los placeres que procura su contemplación, es precisamente el presentimiento del vértigo del tiempo que late en ellos. Pero paradójicamente a nadie se le oculta que lo que vemos es “el presente del pasado”. Estas dos dimensiones del tiempo, que acaso son indisociables, se cruzan y entrecruzan continuamente en la historia, al igual que en la vida.
Me atrevería a ir más lejos, si hay un tema que atraviesa toda la obra de Pedro Escalona en sus diversos géneros –arqueología, paisajes, bodegones, animales, interiores, naturaleza, retratos, autorretratos…–, es el tiempo, el paso del tiempo, la pátina del tiempo. Ciertamente es un tema universal, quizá inseparable de la sensación de belleza y, hasta cierto punto, del amor (“¿Es el amor el tiempo huido?”, se preguntaba un poeta), otros dos universales antropológicos, aunque se manifiesten de diversas formas según las culturas.
Si bien Pedro Escalona distingue entre bodegones y arqueología dentro de los temas que ha tratado, tengo para mí que se podrían vincular. El bodegón, también denominado naturaleza muerta, es uno de los géneros pictóricos más misteriosos: no sabemos a ciencia cierta a qué apunta. Los nombres que ha recibido en otras lenguas son más esclarecedores, como en inglés, “still life”, o en alemán, “stilleben”, que podemos traducir por “vida quieta” o “vida de silencio”. Si la pintura es por definición “tiempo detenido”, la arqueología, singular y recurrente asunto que aparece en la obra de este pintor, es una forma de subrayar la pátina del tiempo y a la vez cómo el pasado persiste en el presente.
El estilo de Pedro Escalona es el realismo figurativo, que posee una larga y fecunda tradición en España, desde maestros clásicos como Velázquez a Antonio López, pasando por Carmen Laffón, Isabel Quintanilla o Cristóbal Toral, entre otros destacados representantes. Además de un innegable dominio técnico, sobriedad, tanto en los tonos como en las formas –repárese en los títulos de las cuatro piezas escogidas: Ara, Celosía, Vaso y Jarra Nazarí– elegancia, la elegancia de la sobriedad y el silencio, estos artistas tienen en común representar lo cercano. Escalona lo ha reiterado en repetidas ocasiones: “Yo pinto lo cercano”. Pero la belleza no depende tanto de la cosa en sí sino antes bien de cómo se representa. En ese “cómo”, compuesto artesanalmente, pero que nadie conoce antes del proceso de creación, reside el arte.
Estos autores cultivan el arte no para huir de la realidad, sino más bien para profundizar en ella y, de paso, reconocer el misterio insondable que persiste a pesar de los avances de las ciencias. Esa fidelidad con la que consiguen representar lo real es una forma de abrazar, aceptar, amar la realidad tal como es. En este sentido el arte es un ejercicio ascético y espiritual, estético y ético, por medio del cual logran percibir, comprender y contemplar la realidad de otra forma, hasta el punto de extraer jirones de belleza del rincón más humilde y oscuro. Rilke lo expresó de forma casi insuperable: “Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje; quéjese de usted mismo; dígase que no es bastante poeta como para conjurar sus riquezas: pues para los poetas no hay pobreza ni lugar pobre”.
Nunca me cansaré de indicar que la verdadera riqueza de un artista no se encuentra en lo cotizado que sea su arte, aunque le permita vivir cómoda o lujosamente, sino antes bien en cómo alcanza a percibir, comprender y contemplar cuanto le circunda, salvo que sus obras son manifestaciones, aproximaciones de ello. El artista crea una obra al mismo tiempo que la obra crea al artista: es una acción recíproca, una simbiosis. Tampoco hay arte sin espectadores. Espero que el público de esta muestra participe de modo cómplice y descubra en este diálogo algo del presente del pasado.
Sebastián Gámez Millán
Datos útiles
“El presente del pasado” de Pedro Escalona
Colección Museográfica de Cártama (Málaga)
Hasta el 26 de abril de 2024