Los Festivales de la Ruta Cultural de Beyoğlu y Ankara, el mayor evento artístico y musical de 2022 en Turquía, han deleitado a sus visitantes con más de 2.000 actividades de distinta índole durante las últimas semanas
Apenas apuntaba la claridad del alba y el llamativo graznido de las gaviotas se expandía, como es habitual, sobre las aguas azulonas que dulcifican las corrientes enrevesadas del Bósforo. El día se desperezaba caluroso, un matiz más que perdonable cuando un apasionado de la fotografía tiene el placer de inmortalizar, y entregarse, al esplendor de una ciudad tan fascinante como Estambul. El pasado 28 de mayo dos mil fotógrafos buscaban el encuadre que resumiera la magia de un momento, de una calle, de un reflejo dorado que, en un preciso instante, descansara sobre los minaretes de Santa Sofía o la Mezquita Azul. Un disparo que congelara la luz de un gesto, de una mirada penetrante, de una caricia furtiva que se escondía entre los 15 millones de almas que, como tantos otros días, colorean la vida de la única ciudad del mundo a caballo entre Europa y Asia.
Era una de las 2.000 actividades que conformaban el programa de los Festivales de la Ruta Cultural de Beyoğlu y Ankara que, del 28 de mayo al 12 de junio, celebraba el mayor evento artístico y musical de 2022 en Turquía. Un encuentro que hermana disciplinas de toda índole, un acontecimiento muy esperado porque música, exposiciones, mesas redondas o recitales poéticos se dan la mano.
Esta segunda edición, la primera en el caso de la capital, acogía la creatividad de 6.000 artistas y se celebraba, simultáneamente, en 84 lugares emblemáticos de las dos ciudades turcas. Con la excusa de esta iniciativa del Ministerio de Cultura y Turismo, cuya agenda perdura el resto del año, descubrimos algunos escenarios obligados en Estambul. Entre ellos el Centro Cultural Atatürk (AKM), el latido carmesí del arte.
Arquitectura de vanguardia entre el bullicio de Taksim
El AKM (siglas que responden a su nombre Atatürk Kültür Merkezi) se ubica en la Plaza Taksim, un excelente punto de partida para tomar el pulso de la actual Estambul (denominada así desde 1930), ciudad que conserva la majestuosidad pasada, cuando brillaba bajo el nombre de Bizancio y, posteriormente, Constantinopla. Este edificio que acoge las voces artísticas nacionales e internacionales más relevantes de la actualidad, se enmarca entre el trasiego de una plaza donde las familias pasean con sus hijos, un grupo de jóvenes saborea las mazorcas de maíz de un puesto cercano y algunos abuelos se sientan, bajo su zona arbolada, a charlar sin prisa con un cigarro en las manos.
El contenido y el continente del AKM, una mole de diseño vanguardista aparentemente sosegada, contrasta con el ruido caótico de coches, autobuses y taxis. Por un lado, esta referencia visual con carácter es un símbolo cultural de peso. A su lado, la luna menguante y la estrella sobre fondo rojo de cientos de banderines, se mecen livianos al compás del viento en la explanada de Taksim, una brisa que ondea la omnipresente bandera que recuerda que estamos en Turquía. La otra paradoja de este edificio moderno abierto al mundo, cuya fachada reinterpreta la del pasado, tiene su poesía en el auditorio: mientras un público emocionado aplaude el último concierto de la Orquesta Sinfónica invitada, el sonido metálico de un altavoz anuncia La Salat del Ocaso, una de las cinco llamadas diarias a la oración.
Una metáfora roja entre armonías
Desde el tumulto de la Plaza Taskim, la actual fachada de vidrio de AKM (obra del arquitecto Murat Tabanlıoğlu, hijo de Hayati Tabanlıoğlu, autor del diseño final del edificio original) deja entrever una sugerente esfera roja carmesí, que bien podría ser la metáfora del amanecer del arte en el siglo XXI o de los atardeceres que cada día regala la caída del sol en el Bósforo, un momento ideal para la lírica. El Teatro de la Ópera es una visión sugerente que habla el lenguaje universal de la música, una fotografía amable para conservar en la memoria musical actual, muy lejana de las portadas desoladoras de aquel 27 de noviembre de 1970: fue entonces cuando las llamas devastaron el entonces Palacio de la Cultura de Estambul y, con ellas, algunas piezas irrecuperables que el Palacio de Topkapi había cedido para la representación The Crucible, de Arthur Miller. Tras diversos episodios complicados para este templo de las artes, el 29 de octubre de 2021, después de un tiempo de ejecución récord (dos años y medio desde su derribo en 2018), el corazón del Centro Cultural Atatürk volvía a latir. La fecha coincidía con la celebración del Día de la República, que conmemora el Estado moderno, democrático y laico de Mustafa Kemal Atatürk.
Un total de 14.000 placas cerámicas, creadas expresamente para AKM, recubren la cúpula con el escenario más artístico de Estambul, gracias a un programa vibrante en torno a la danza y la música de todos los tiempos, que incluye conciertos de ópera y recitales de las orquestas sinfónicas más importantes del mundo. Con capacidad para 2040 personas y un espacio sonoro de 3.900 m², la danza de los bailarines es la expresión sin palabras y, las armonías musicales, la voz de las distintas culturas, de los gustos y el contexto histórico de las épocas y del universo interior de los compositores que las crearon.
A solas con Orhan Pamuk, entre 20.000 libros
La música es intensa, sublime y maravillosa… Si esta es la dimensión que espera al descorrer las cortinas de terciopelo de la Sala de la Ópera, las cuatro plantas de la biblioteca son el punto de partida para descubrir que, las hojas de un libro, son el vuelo más reconfortante para viajar, acompañado y liviano, a otros escenarios, a otras vidas, dentro y fuera de Estambul. En el Centro Cultural Atatürk hay un espacio dedicado a los cincos sentidos, gracias a los 20.000 volúmenes que pueden consultarse gratuitamente. Si en el auditorio el público se entrega, por ejemplo, al ritmo de la cantante griega Glykeria, la hermosa voz de la «otra orilla» que hizo popular la música rebetiko en Europa, en la librería impera un ambiente silencioso y relajado.
La luz natural, especialmente juguetona en los días de sol, invita a abandonarse al calor de un libro. Un buen momento para iniciarse en la lectura de Estambul, obra del premio nobel patrio Orhan Pamuk. Una excelente manera de bucear por la ciudad a través de su infancia y sus recuerdos, que puede aderezarse con un sorbo de té, o de un café turco, en los diferentes espacios gastronómicos que se reparten en el edificio. Un ritual que también se encuentra en las calles aledañas que desembocan en el Museo de la Inocencia, en el distrito de Beyoğlu, creado por el nobel junto a su novela epónima.
En cualquier caso, el Centro Cultural Atatürk, sede del Coro Presidencial de Música Turca Clásica; la Ópera y Ballet del Estado de Estambul; el Teatro Estatal, la Orquesta Sinfónica y el Conjunto de Música Turca del Estado de Estambul, cuenta con otros atractivos para despertar el apetito cultural, gracias a multitud de actividades anuales (que van in crescendo durante los fines de semana), espacios multifuncionales y exposiciones permanentes. Entre ellas la muestra de Instrumentos turcos, ubicada en la planta baja, que repasa la tradición del folk turco y la música maqam.
Además de la Sala de la Ópera, con equipos tecnológicos avanzados (incluida una tapicería especial de las sillas para absorber el sonido), cuenta con una Sala de Teatro para 781 personas, la Galería AKM, un minicine y la Calle de la Cultura, que alberga una parada para los amantes del arte de todas las edades y orígenes. Aparte del Estudio de Grabación Musical, el centro de arte infantil es el espacio perfecto para que los más pequeños despierten, a través de ritmo, la formación vocal o el teatro, su interés por el arte.
Descubrir, al atardecer, un patrimonio bañado por el Bósforo
La Ruta Cultural de Beyoğlu conecta, a través del arte y la música, los 4,1 kilómetros que separan el Centro Cultural Atatürk y Galataport, el nuevo (y sofisticado) puerto de la ciudad, que también cuenta con diversas galerías de arte. A lo largo del trayecto aparecen con naturalidad los símbolos arquitectónicos que hacen de Estambul, crisol de culturas, un destino para la ensoñación.
Antes de llegar a los monumentos que al menos una vez en la vida se deberían visitar (y revisitar si tienes la suerte de volver), conviene hacer una parada en el Museo de Pintura y Escultura, o en el Museo del Cine de Estambul (Cine Atlas), uno de los primeros ejemplos del periodo de reorganización de Beyoğlu, edificio de influencias neoclásicas que destaca por sus decoraciones en el techo. Antaño uno de los mayores cines de la zona, el Museo del Cine de Estambul cuenta con una aplicación de reserva de memoria digital y ofrece una valiosa información para conocer a muchos actores, actrices, directores, escenógrafos, productores y otros trabajadores del cine. Para incrementar la nostalgia, los amantes del séptimo arte pueden ver in situ la cámara con la que se rodó, en 1897, la primera película de la historia.
De cine es la belleza medieval de la Torre de Gálata, la que durante muchos siglos fuera la estructura más alta de la ciudad desde que los genoveses levantaran sus 67 metros, en 1348, bajo el nombre de Christea Turris. Las vistas de este monumento son especialmente mágicas cuando amanece y, por supuesto, al atardecer. Desde allí se divisa el corazón que atestigua una de las épocas más gloriosas del pasado de Estambul.
Por un lado, Santa Sofía, tan reconocible por la grandiosidad de su cúpula y sus coloridas columnas de mármol. Construida en el emplazamiento de la acrópolis del Imperio Romano de Oriente por el emperador Justiniano (532-537 d.C.), y restaurada en diversas ocasiones, es imposible entrar en Santa Sofia (Hagia Sophia para los lugareños) sin que se escape una exclamación. Basílica ortodoxa, catedral católica y ahora mezquita, el perfil de Estambul sería incomprensible sin ella. A su lado, La Mezquita Azul, Las Cisternas o El Palacio de Topkapi son tres joyas únicas en el mundo y, sin lugar a dudas, merecedoras de formar parte de la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO.
El sol se oculta sobre el Cuerno de Oro y la vida sigue latiendo en las calles tumultuosas de Estambul, entre sorbos de café, bocados dulces o gatos que ronronean en calles más calmadas, entre las que es un placer deambular. La música sigue su ritmo y, con la llegada del ocaso, amanece una nueva melodía en la cúpula carmesí de la ópera. Momentos cíclicos, como la puerta que accede al hotel Pera Palace, donde Atatürk pasó largas temporadas y Agatha Christie escribió su thriller inspirado en la ciudad donde finalizaba el trayecto del Orient Express, el tren de sus sueños. Como los derviches giratorios que danzan, en el Galata Mevlevi Lodge, y cierran, en cada vuelo, un círculo vaporoso casi perfecto.
Lali ORTEGA CERÓN
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