En distintas culturas y a lo largo de la historia, estos objetos paradójicos e inquietantes se han utilizado en rituales, ceremonias religiosas, carnavales, fiestas o representaciones teatrales. Una exposición en el Museo Carmen Thyssen Málaga analiza sus funciones y usos entre el siglo XIX y la mitad de la década de 1970. Hasta el 10 de enero
A lo largo de la historia, al menos desde el Neolítico hasta nuestros días, y a través de las diversas culturas, los seres humanos se han servido de las máscaras bajo diferentes usos y funciones: rituales, ceremonias religiosas, carnavales, fiestas, representaciones teatrales… ¿A qué se debe la extraña presencia de las máscaras? ¿Ocultan la identidad o la revelan?
Máscaras. Metamorfosis de la identidad moderna, comisariada por la directora artística del Museo Carmen Thyssen Málaga, Lourdes Moreno, y Luis Puelles, profesor de Filosofía del Arte y Teoría Estética de la Universidad de Málaga, nos ofrece un recorrido, a través de más de cien obras (pinturas, esculturas, aguafuertes, dibujos, litografías, fotografías) de reconocidos artistas (Goya, Ensor, Gutiérrez Solana, Gauguin, Picasso, Julio González, Pablo Gargallo, Giorgio de Chirico, Max Ernst, Oteiza…), de los usos y funciones de las máscaras desde el siglo XIX hasta la mitad de la década de los setenta del XX, junto con unas reflexiones sobre esos inquietantes y paradójicos objetos, las máscaras, el arte y las identidades humanas.
Goya y sus herederos
El recorrido de la muestra se divide en tres partes: la primera de ellas, titulada, a la luz de Goya y sus herederos, Disparates de carnaval, se abre con una serie de aguafuertes pertenecientes a los Caprichos, los Desastres de la guerra y los Disparates. Son imágenes enigmáticas, grotescas, satíricas, en las que critica vicios y costumbres sociales. Testigo excepcional de su época, a la que trasciende, para no pocos estudiosos el maestro de Fuendetodos es una de las fuentes de procedencia del arte contemporáneo.
Y también lo es en esta cuestión, pues en muchos de los personajes de sus obras rostro y máscara se confunden, como si no pudiéramos distinguir a ciencia cierta qué es lo uno y qué es lo otro. Evidentemente, en un mundo nihilista en el que se anuncia la muerte de Dios, cuando todo es apariencia, ¿dónde está la realidad? Como declarara Siri Hustvedt, “nos descubrimos mirando un espejo. En Goya los monstruos somos nosotros”.
Recorrido etnográfico
La segunda parte de la muestra, Máscaras sobrenaturales, propone un recorrido más etnográfico, alrededor de un exuberante conjunto de máscaras africanas de diferentes orígenes, y otro de máscaras precolombinas americanas en las que se presiente su valor ritual. Por un lado, la rodean Cabeza de muchacha (1893-94), de Gauguin; tres estudios de Picasso y la escultura Mujer de pie (1961); Bañistas (1908), de André Derain, junto con cinco máscaras de bronce; un dibujo de Modigliani; numerosos estudios y dibujos de Julio González, junto con varias esculturas y un óleo de una poderosa fuerza expresiva, Montserrat gritando n.º 2 (1936-40). Todas estas piezas nos ofrecen una visión panorámica de hasta qué punto y cómo las vanguardias se nutrieron del arte primitivo y, en particular, de máscaras sobrenaturales.
Esta parte se completa con dibujos y un tapiz, La máscara negra (1930-36), de Fernand Léger; otros dibujos de cabezas de Ángel Ferrant; la escultura Cabeza de apóstol (1953), de Oteiza, tan sencilla y geométrica como rotunda; Retrato de Alberto (1932), de Benjamín Palencia; Cabeza de indio (1945), de Eugenio Granell; Personaje en rojo (1947), de Joan Ponç; La copa (1959), de Antoni Clavé, o Pájaros en la noche (1969) y una litografía de Wilfredo Lam. Una de las preguntas que nos formulamos al contemplar estas obras es, más allá de las similitudes formales con las máscaras etnográficas, ¿hasta qué punto se han desprendido de su carácter mágico? ¿Acaso no conservan cierto poder mediador, de tránsito de lo invisible a lo visible, de lo sensible hacia lo inteligible?
Rostros difuminados
Por último, nos encontramos con Rostros transfigurados, una galería de retratos en la que los rostros se han difuminado, por un lado, quizá por cómo se ha ido fragmentando y multiplicando la conciencia de una identidad múltiple; por otro, tal vez como reflejo de sociedades profundamente alienadas y deshumanizadas. Algo de lo segundo lo percibimos en Campeón: la máscara negra (1919), de Rodchenko; Retrato de mujer (1925-35), de Natalia Goncharova; La pareja (1923), de Max Enrst; La confusión del taumaturgo (1926), de Giorgio de Chirico; Monumento a la resistencia (1934), de Ismael González de la Serna, o Montevideo siglo XX (1946), de Joaquín Torres-García.
Escribe Lourdes Moreno que “el empleo de la máscara es universal”. Lo que hay detrás de ellas también, a pesar de nuestras diferencias históricas, culturales y subjetivas. Volviendo a la pregunta del inicio: las máscaras, ¿ocultan o revelan las identidades? Ambas cosas: nos permiten liberarnos de los yoes sociales que estamos obligados a representar, del mismo modo que el arte nos ayuda a crear imágenes y redefinirnos.
Sebastián GÁMEZ MILLÁN
Datos útiles
Máscaras. Metamorfosis de la identidad moderna
Hasta el 10 de enero de 2021