Estas dos figuras esenciales de la escultura moderna y contemporánea protagonizan una exposición en la Fundación MAPFRE que pone de relieve la similitud de enfoques a la hora de concebir la esencia del sujeto escultórico y sus respectivos procesos de creación. Hasta el 23 de agosto
Más de medio siglo separa los caminos de Auguste Rodin (1840-1917) y Alberto Giacometti (1901-1966), pero existen sobradas razones para mostrar conjuntamente sendas trayectorias, no solo por la conocida admiración de Giacometti hacia el maestro del XIX, tal como atestiguan las copias realizadas sobre su obra, sino por la similitud de enfoques a la hora de concebir la esencia del sujeto escultórico y sus respectivos procesos de creación.
Organizada por la Fundación MAPFRE en colaboración con la Fundación Giacometti y el Museo Rodin de París, la exposición arroja luz sobre las confluencias entre estos dos artistas universales, preocupados desde cada una de sus realidades histórico-artísticas, por la enorme complejidad de los grandes sentimientos humanos y su manifestación a través de las posibilidades expresivas de la materia.
Paralelismos creativos
Dividido en nueve secciones temáticas, el recorrido está compuesto por más de 200 obras en yeso, bronce y terracota mostradas de forma paralela, y abarca el período maduro de ambos artistas inmerso en sus respectivas épocas: la de Rodin, los años posteriores a la guerra franco-prusiana y la Comuna de París que dio paso a la III República, hasta llegar a los albores del siglo XX; la de Giacometti, la etapa de entreguerras y años previos a la II Guerra Mundial, el desencanto existencialista de la posguerra y los perdurables horrores del Holocausto.
El primer bloque de obras, “Grupos”, incluye una copia moderna en yeso de Les Bourgeois de Calais (1889) de Rodin, y el bronce La Clairière (1950) de Giacometti, quien sigue a su antecesor al otorgar a cada figura su sello individual, significando los perfiles para romper con la idea tradicional del fusionado barroco.
El segundo apartado, “Accidentes”, presidido por Hombre de la nariz rota (1864), la única obra temprana de Rodin, y el yeso Cabeza de Diego (1950), de Giacometti, pone de manifiesto los elementos azarosos reincorporados al proceso de modelado que, desde un enfoque innovador, Rodin propuso como expresión enriquecedora de sus esculturas mientras Giacometti retomaría a través de los fragmentos guardados en su taller para insuflarles nueva vida.
La sexta sección, “Series”, hace hincapié en la naturaleza inacabada de la escultura y la reiteración de ciertos motivos para avanzar en la transformación de su factura y significado. Como Miguel Ángel en sus últimas pietás, Rodin retoma una y otra vez su Balzac y Víctor Hugo, mientras Giacometti hace y rehace las imágenes de sus modelos. Los últimos dos bloques temáticos, “Pedestal” y “El hombre que Camina” (metáfora de la fragilidad-fortaleza del ser), están íntimamente relacionados con el movimiento, uno de los aspectos cruciales para entender la psicología visual de las figuras, su distancia respecto al espectador y su comportamiento en el lugar de ubicación.
Según Rodin, una escultura debía poder ser rodeada completamente para mirar todos sus flancos hasta configurar la ilusión del movimiento desde las partes. Sus modelos no posan sino que deambulan desnudos por el taller, con el fin de observar el artista las tensiones de los músculos y los gestos naturales del cuerpo moviéndose libremente…
En Giacometti, el movimiento es sinónimo de equilibrio inestable y estatismo frontal, casi incorpóreo, siendo la peana aquello que sustenta y se funde con la escultura. En El hombre que camina o El hombre que se tambalea, un tema obsesionante desde los años 40 hasta su muerte, inspirado inicialmente en un yeso de Rodin, el movimiento debía expresarse a través de una secuencia de puntos de inmovilidad separados por momentos conformadores de la unidad vista a través del despliegue múltiple de la figura y su escala en el espacio.
La exposición concluye “En el Estudio”, sección dedicada al artista en su taller. Fotografía y documentación gráfica del escultor trabajando o posando al lado de su modelo, la obra en proceso de ejecución, el desorden propio de la creación, alumbran la intimidad de una actividad que ambos escultores concibieron como búsqueda incesante de lo real y verdadero. Rodin y sus obras fueron inmortalizados por Eugene Druet, fotógrafo aficionado y galerista de los postimpresionistas retratado por Bonnard en 1912.
Las numerosas imágenes que se conservan de Alberto Giacometti van desde los retratos de Man Ray en su etapa junto a los surrealistas del círculo de Breton, hasta las instantáneas del artista en el estudio de Hippolyte Maindron captadas por Alexander Liberman y Brassaï. A su vuelta de Suiza tras la guerra, Giacometti creó una especie de microcosmos en su taller concebido como prolongación física y psicológica de su propia persona.
Extracto del artículo escrito por Amalia García Rubí en Descubrir el Arte nº 252.
Datos útiles
Exposición Rodin-Giacometti
Sala Fundación MAPFRE Recoletos (Madrid)
Hasta el 23 de agosto