La Fundación Mapfre expone en la Casa Garriga Nogués más de 170 fotografías y una sección documental de Carlos Pérez Siquier, un creador que es pieza fundamental en la forja de la modernidad fotográfica y la profesionalización del medio en España. Hasta el 17 de mayo
Nacido en Almería en 1930, donde ha residido a lo largo de toda su vida, Carlos Pérez Siquier ha mantenido desde los inicios de su trabajo, en la década de 1950, su condición de artista que habita en una de las esquinas de España, lo que no le ha impedido plantear violentas rupturas a contracorriente con su tiempo y, a la vez, erigirse como catalizador del colectivo fotográfico más influyente de su momento, el Grupo AFAL, reunido en torno a la revista homónima, en activo entre 1956 y 1963. Sin trasladarse a ninguno de los grandes centros de producción del país (Madrid y Barcelona), Pérez Siquier se convirtió en una figura fundamental de la fotografía española
La muestra permite al visitante descubrir un creador que, en un primer momento, se acercó a postulados próximos al neorrealismo y, más adelante, se convirtió en un pionero de la fotografía en color. En ambas vertientes, Pérez Siquier actúa desde una privilegiada posición fronteriza, periférica, y con una mirada singular, plenamente consciente de su autoría a pesar de haber partido desde una concepción intuitiva de la fotografía, más parecida a la de un paseante que a la de un retratista.
Esta exposición en la Sala Fundación MAPFRE Casa Garriga Nogués se plantea como una amplia retrospectiva que recorre sus series más señaladas, realizadas entre 1957 y 2018, con una importante aportación de imágenes inéditas y archivos documentales que enriquecen su discurso. Con esta muestra, Fundación MAPFRE pretende impulsar el reconocimiento internacional de una figura que fue merecedora del Premio Nacional de Fotografía en 2003. El recorrido, compuesto por más de 170 fotografías y una sección documental, está organizado a través de seis series organizadas de forma cronológica.
La Chanca en color (1957-1965)
Las fotografías que forman el reportaje «La Chanca» representan el paradigma de toda una época en la que el humanismo fotográfico se entrelaza con los intereses de la novela social o de la crónica de viajes que la mejor literatura española del momento estaba desarrollando (de Rafael Sánchez Ferlosio a Camilo José Cela o, muy especialmente en este caso, Juan Goytisolo). Al igual que el texto La Chanca, de Goytisolo, algo posterior a la obra de Pérez Siquier y censurado en España hasta 1981, la serie se adentra en el barrio almeriense poblado por un subproletariado urbano que habita una peculiar arquitectura.
El fotógrafo trata por un lado de describir y, por otro, de dignificar un modelo de vida y de sociabilidad urbana seculares, anteriores al gran éxodo rural que llenará de barriadas obreras las grandes capitales españolas. Un caso de estudio ultra local que, sin embargo, universaliza su significado de manera inmediata, en contacto directo con las poéticas renovadoras de la fotografía y el cine neorrealista italiano, donde las masas urbanas y los «actores naturales» protagonizan la búsqueda de una nueva verdad, una autenticidad humana a través del gesto espontáneo, de la mirada comunicativa, del cuerpo en su contexto.
El propio fotógrafo, ya en la década de 1960, afila su discurso mediante «La Chanca en color», donde parece revertir el sentido neorrealista del reportaje en blanco y negro en pos de una mirada más abstracta tanto hacia la sensualidad cromática que cobra el barrio como hacia la convivencia humana con sus peculiares estructuras arquitectónicas.
Ese cambio al color proviene de una asociación visual con el desarrollismo y el optimismo construido que el régimen franquista trata de imponer a partir de los años sesenta. Pero también del intento de huir de una mirada miserabilista sobre el lugar, sin por ello renunciar a cierto tremendismo, como el que se despliega en las dos subsecciones dedicadas a sendos funerales celebrados en el barrio. Es el inicio de un interés por el color que se desarrolla en los años siguientes.
La Chanca, 1963. Impresión cromogénica sobre papel fotográfico Fujichrome 20×20 cm. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía © Carlos Pérez Siquier La Chanca, Almería, 1965. Copia posterior, inyección de tinta 30×30 cm © Carlos Pérez Siquier
Informalismos (1965)
Las fotografías de las paredes desconchadas de las casas y de los muros de las cuevas que Pérez Siquier tomó en 1965 constituyen el capítulo que cierra la serie «La Chanca», iniciada en 1956. El Ayuntamiento de Almería había decidido intervenir en el barrio, anejo al centro de la ciudad, pues el subdesarrollo no casaba con la imagen de modernidad que se quería fomentar de cara al turismo. Esta operación de higiene arrasó parte de las infraviviendas de la zona alta de La Chanca, de modo que quedaron a la intemperie algunos de sus muros interiores.
«Me di cuenta de que las paredes, que habían sido pintadas por sus anteriores moradores con cal, con distintos colores, desconchándolas tenían unas texturas muy interesantes. Hice una serie de primeros planos, y con eso monté una exposición. Eran fotos de conceptos, que tuvieron una gran importancia (…) Yo iba y arañaba y salían una especie de estratos, como si fueran tiempos geológicos». Estas palabras del propio Pérez Siquier reflejan que esos paramentos aislados, fragmentados, con sus sedimentos de color, enlazan con el informalismo pictórico, o con la búsqueda de la pura abstracción hacia la que Siquier tiende desde ese momento, buscando las formas autónomas y la valoración de los colores planos.
La playa (1972-1980)
Como fotógrafo contratado por el Ministerio de Información y Turismo, Pérez Siquier emprende diversos viajes a través del litoral español para obtener imágenes que serán destinadas a la promoción turística; algunas de ellas se exponen en forma de carteles y folletos que tienen el sabor de una época en la que despega esa industria bajo la promesa de sol y playa.
Junto a esas fotografías, que serán utilizadas como pantalla de la apertura económica del régimen para vender una España coloreada, Pérez Siquier tomará numerosas escenas del aspecto más carnal del nuevo turismo y su colonización de las playas desde una nueva cultura visual y moral que alienta la ironía sobre las paradojas del país en las décadas de 1960 y 1970. De manera intuitiva, entiende que hay un fermento más creativo en algunas de estas imágenes de encargo y se introduce, desde la perspectiva polémica del voyeur, en un nuevo mundo moderno en el que la erótica del cuerpo cobra diferentes significados: mientras el biquini celebra la juventud y la feminidad a la manera del clasicismo, también entran en escena cuerpos no normativos que reclaman, desde la nueva cultura del consumo, su posición a través de las incipientes formas de ocio, crecientemente democratizadas. Así hasta rozar lo grotesco, lo contradictorio e incluso la conversión del cuerpo en mero ejercicio plástico.
En su conjunto, «La playa» emana sentido del humor, un contenido de gusto surrealista, una celebración del volumen corporal y la vida que destila y una mirada fina hacia una cotidianidad distinta, basada en la relajación de las normas morales impuesta entre los bañistas. Ese punto de vista que vincula la obra de Pérez Siquier al pop de artistas plásticos como Tom Wesselmann, John Kacere o Joan Rabascall. Y, de manera sorprendente y poco señalada hasta el momento, precede en varios años a la obra en color de Martin Parr, según ha reconocido el propio fotógrafo británico. Pocos se atrevían en ese momento con la fotografía en color, pocos lograban encontrar una voz propia con este nuevo medio que parecía quitar toda la poesía a la tradición del blanco y negro. Esto convierte a Pérez Siquier en un verdadero pionero a nivel mundial.
Trampas para incautos (1980-2001)
El interés por las superficies que aparece ya en «La Chanca en color» se desarrolla plenamente en estas series, donde Pérez Siquier parece recorrer un mundo crecientemente superficial, poblado por representaciones alternativas de la realidad, escenarios de aparente cartón piedra donde lo cotidiano se congela en escaparates, maniquíes, figuras de feria, parasoles ilustrados o enseñas publicitarias. Como inmersas en un universo paralelo, estas escenas producen un peculiar efecto de extrañamiento al detener en el tiempo el flujo de aquellos objetos y representaciones que, por su ubicuidad y banalidad, pasan desapercibidos a la mirada en el discurrir temporal habitual.
El uso de un color saturado, por otra parte, incide en los contrastes entre la figura y el fondo, lo que sitúa aquellas en un entorno irreal, despoblado, ajeno e incluso hostil, como una localidad turística fuera de temporada: en ese sentido, su obra se vincula a los intereses de la aparición del kitsch en la cultura contemporánea y del hiperrealismo norteamericano, interesado en ese período por las superficies pulidas de la modernidad tardía y por las paradojas del mundo consumista.
Recurre a superficies cada vez más despojadas y silencia sus imágenes, que tienden al juego monocromático, a una cierta contemplación como la que baña su trabajo más reciente
Encuentros (1991-2002)
Pérez Siquier posee una visión muy contemporánea que se recrea en espacios de su entorno, lugares duros, vulgares, anodinos: azulejos, plásticos, cortinas metálicas doradas, coches enfundados o abandonados, medianeras de edificios. Y los retrata, sin concesiones, de manera directa, certera, brillante, desde un planteamiento original capaz de convertirlos en imágenes duraderas que se fijan en lamente como restos de un discurso del que solo queda el eco, como escenarios de un teatro extinguido.
Se trata de una versión muy personal de la estética pop que le lleva a encontrar atractivo en todo aquello en lo que otros encontrarían desolación. En «Encuentros» ha quedado solo el espacio percibido como sustancia extensa y vibrante de color y luz, una gradación hacia tonos bajos a la que Pérez Siquier ha llegado a través de una acumulación gradual y de un refinamiento de la experiencia en el transcurso de su labor fotográfica, de un silenciamiento intencional desde la voz más chirriante de «La playa». Ese permanente equilibrio entre el documento y la creación se recrea en el paisaje almeriense con algunas de sus fotografías más elocuentes, con mayores resonancias estéticas, donde se diría que asistimos a una suerte de distopía envolvente, extrañamente amable.
La briseña (2015-2017)
Como contrapunto y referencia final al trabajo reciente de un fotógrafo que sigue en activo cercano a los noventa años de edad, la exposición se cierra con la serie «La Briseña», que sugiere un repliegue hacia el interior, un gesto muy común en fotógrafos que entran en su madurez. Del mismo modo que los coloridos exteriores de la arquitectura vernácula protagonizaban «La Chanca» en color seis décadas atrás, ahora ocupa el encuadre el interior de su residencia veraniega, situada en el desierto almeriense, el pequeño cortijo que da nombre a la serie y que toma su denominación de los vientos que recorren ese paisaje.
La materialidad del encalado de las paredes y la presencia de objetos aparentemente insignificantes indican un proceso introspectivo, una reivindicación de la identidad material del territorio que le es más querido, así como un aliento poético que aporta una luz nueva sobre su obra y parece recoger todos sus intereses anteriores en un espacio limitado y desde una mirada íntima, cargada de una luz templada.
Datos útiles
Fundación MAPFRE. Casa Garriga Nogués
C/ Diputació, 250 (Barcelona)
FECHAS
Hasta el 17 de mayo
HORARIOS
Lunes: 14.00-20.00 h
Martes a sábado: 10.00-20.00 h
Domingos y festivos: 11.00-19.00 h
PRECIO DE LA ENTRADA
Entrada general: 3 €
Entrada gratuita los lunes (no festivos): 14.00-20.00 h