El Prado para reyes

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La pinacoteca nacional acoge hasta el 30 de junio El Gabinete de Descanso de sus Majestades, una pequeña exposición que reproduce fielmente lo que fue este museo en vida de su fundador, Fernando VII. Su comisario, Pedro J. Martínez Plaza, propone un viaje en el tiempo para que el visitante pueda disfrutar de la atmósfera original de este espacio, en el que no solo había retratos áulicos de gran aparato sino también los delicados infantes-niños al pastel de Tiepolo, curiosas escenas costumbristas de Corte, bodegones de Meléndez o bonitas flores de Paret, Espinós y Arellano

Los museos no son cementerios de cuadros, son organismos vivos con aliento propio. Cada gran museo tiene su esencia, y la del Prado es haber sido la colección de los reyes de España. Si la pinacoteca nacional tiene las mejores colecciones mundiales de Tiziano, el Bosco, Rubens y Velázquez –lo que le hace único– es porque a Felipe II y a Felipe IV les gustaban esos pintores. El museo lo fundó Fernando VII a impulso de su esposa Isabel de Braganza y sobre proyecto de José I, y tuvo consideración de Real Sitio; durante veinte años la dirección del museo fue un oficio de Real Casa.

El duque de Híjar, último director Grande de España, fue quien instaló un “gabinete de descanso de SS MM”, un discreto saloncito para cuando las reales personas visitasen el museo, con retrete anexo, naturalmente. Dentro de la apabullante acumulación de exposiciones del 200 aniversario en 2019, una sobredosis de arte excelso de la que no importaría morir, la de El Gabinete de Descanso de Sus Majestades (que se ha ampliado hasta el próximo 30 de junio) puede parecer menor por su tamaño, pero aporta algo exclusivo, el aspecto histórico, puesto que reproduce fielmente lo que fue el museo en vida de su fundador, Fernando VII.

Sobre estas líneas, Jura de Fernando VII como príncipe de Asturias, por Luis Paret y Alcázar, 1791, óleo sobre lienzo, 237 x 159 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado. Arriba, vista de la sala 39 (foto © Museo Nacional del Prado).

Fue su visita en agosto de 1828 lo que llevó a crear el gabinete en el ala sur del museo, con tres grandes ventanas al Jardín Botánico. Para decorarlo se montó una especie de galería dinástica, con retratos de los padres, abuelos y tíos de Fernando VII trasvasados de palacio, lo que supuso una importante novedad. El Real Museo de Pinturas tenía la función de dar a conocer la escuela española de pintura, su primer despliegue de cuadros, junto a algunos italianos. La consecuencia es que no había expuestos retratos de la dinastía borbónica, excepto los de Carlos IV y su esposa por Goya.

Al gabinete de descaso se llevarían la enorme Familia de Felipe V de Van Loo, y la Familia de Carlos IV de Goya, los retratos de Carlos III y su esposa, María Amalia de Sajonia, de Mengs, varios retratos al pastel de infantes de Tiepolo, y hasta un retrato del efímero Luis I por Houasse. Incluso estaba la gran figura de la Casa de Borbón, Luis XIV de Francia, abuelo de Felipe V, según Hyacinthe Rigaud. El carácter cortesano de la dirección del museo en aquella época exigía halagar descaradamente a Fernando VII, y por eso en vez de un simple retrato suyo se colgó el cuadro más grande que tenía el Prado, El desembarco de Fernando VII en el Puerto de Santa María, de José Aparicio, que describía al rey recibido por los Cien mil Hijos de San Luis, que acababan de liquidar el Trienio Liberal conquistando Cádiz. Esta obra fue retirada por Federico Madrazo y fue a parar al Tribunal Supremo, y allí el fuego –¿purificador?– lo destruiría en 1915. Sus restos terminaron en una almoneda del Rastro, donde los compró el marqués de Cerralbo.

El infante Antonio Pascual de Borbón y Sajonia, 1763, pastel sobre papel, 400 x 280 mm, y La infanta María Josefa de Borbón, 1763, pastel sobre papel, 710 x 600 mm, ambas obras por Lorenzo Tiepolo, Madrid, Museo Nacional del Prado.

Con el tiempo dejó de tener sentido un gabinete de descanso para personas reales pero Federico Madrazo lo convirtió en “el Salón de Reyes”, completando la galería borbónica con más retratos áulicos, incluso el de Luis XVI, hasta un total de 45 efigies. Era el necesario complemento al proyecto historicista de su padre.

Pedro J. Martínez Plaza, comisario de la exposición e investigador de la pintura del XIX, nos mete en un túnel del tiempo, para llevarnos al Prado oculto que podía ver Fernando VII. La reproducción de aquel espacio es perfecta, aunque no sea exacta. “Estuvimos valorando si colgábamos aquí La Familia de Carlos IV de Goya, como estuvo, pero temimos que eso provocara un aluvión de turistas en esta pequeña exposición”, explica Martínez Plaza.

Mueble de aseo o retrete de Fernando VII, por Ángel Maeso González, 1830, madera de caoba y palosanto, terciopelo y bronce dorado, 70 x 214 x 58 cm, Madrid, Museo Nacional del Prado.

En la muestra nos encontramos en la atmósfera del gabinete de descanso original, que no solo tenía retratos áulicos de gran aparato como La Familia de Felipe V, sino también esos delicados infantes-niños al pastel de Tiepolo, o curiosas escenas costumbristas de Corte, como las Parejas Reales de Paret y el Estanque del Retiro de Ribelles, o bodegones de Meléndez, o bonitas flores para animar la vista de Paret, Espinós, Arellano, o las que Martínez Salamanca pintó al fresco en el retrete, íntima estancia donde podemos ver joyas de las artes decorativas, como el estuche de aseo de Fernando VII o el elegantísimo retrete que Ángel Maeso construyó para el rey.

Luis REYES

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