El pintor cordobés presenta su último trabajo en Ansorena Galería de Arte (Madrid) bajo el título Antes de que el viento lo arrase todo. Una muestra compuesta por una serie de pinturas cuyo protagonista es un paisaje que se adentra en territorios muy cercanos al interior del ser humano y que evocan una soledad y una melancolía positiva y creativa. Hasta el 13 de diciembre
Cuando Juan Luque (Córdoba, 1964) comienza una nueva obra, lo primero que hace es preparar el soporte, porque para él forma parte indisoluble del proceso creativo. Le sugiere cosas, y establece con él un enriquecedor diálogo. “El soporte me va pidiendo una determinada imagen, una gama de color; le dedico mucho tiempo hasta lograr que esté en el punto en el que ya me apetezca empezar a poner pintura y a ir desarrollando la obra”.
La simbiosis es tan perfecta que a veces es la obra la que requiere un soporte determinado pero otras, en cambio, es el soporte el que sugiere una obra, como en el caso de una de las series de pequeño formato que presentó en 2015 en El arte de guardar la luz, su anterior exposición en la galería Ansorena de Madrid. “Tenía unos cartones que me gustaban mucho, y además era un reto porque quería conseguir que en distintos rincones del cartón aparecieran las calidades del propio soporte”.
Una de las constantes en la obra de Juan Luque es el paisaje. Al acabar la carrera de Bellas Artes en Sevilla le concedieron una beca de Paisaje en El Paular (Segovia), donde dedicó muchas horas a tomar apuntes del natural. “Incluso cuando al principio de mi carrera hacía pintura abstracta, en la manera de organizar el cuadro tenía como referencia un horizonte, y casi siempre había un paisaje como punto de partida, aunque fuese pura abstracción”.
Y es que su pintura rompe el esquema de la división entre pintura figurativa y abstracta, un discurso que para Luque hoy en día no tiene sentido. “Empecé siendo abstracto y de forma muy gradual fui incorporando la figuración a la abstracción, o la abstracción a la figuración. En mi obra hay una referencia figurativa, pero lo que no quiero es pintar el agua, sino poner la pintura de forma que al espectador eso le parezca agua”.
Lo sorprendente es que aunque vive en un pueblo del interior, y que cuando se asoma a la ventana de su taller ve la campiña cordobesa, el mar y los faros son un elemento recurrente en sus obras. “El faro apareció de manera natural, y un poco casual, pero me empezó a gustar cada vez más, tanto por su simbología como por la parte arquitectónica, que permite organizar el cuadro con total libertad, porque es un elemento vertical que me deja mucho espacio abierto y me posibilita trabajar otros elementos importantes para mí, como los fondos”.
Aunque también en este último trabajo, Antes de que el viento lo arrase todo, predominan muchas obras de faros, hay otras temáticas recurrentes en su trabajo, como las carpas de circo, circos ambulantes o las norias. El denominador común en todos estos trabajos es una pulsión emocional de la que también participa el espectador que se sitúa frente al cuadro. Porque si bien, en principio, podría parecer que no tiene nada que ver un faro en el mar con una carpa de circo situada en un erial, sin embargo, emocionalmente, sí. “Se puede encontrar melancolía, o soledad, tanto en un faro como en una carpa de circo, y también los moteles de carretera (otro de sus temas recurrentes), quizá por herencia del cine, son lugares que hablan de la soledad, eso sí, de una soledad buscada, positiva, de creación”.
Quizá por la atmósfera que tienen sus obras, sí que es verdad que nos recuerdan a imágenes cinematográficas. Y es que, para Luque, el concepto de la pintura de paisajes al aire libre del siglo XIX ha desaparecido, porque todos estamos contaminados por los medios de comunicación. “Los pintores estamos muy influenciados por las imágenes que nos llegan a través del cine, la televisión o internet, más que por el paisaje que vemos con nuestros propios ojos”.
Tanto en su exposición anterior en Ansorena como en esta última serie que acaba de presentar, hay obras más reflexivas, más arquitectónicas, que no buscan una respuesta emocional inmediata sino pausada del espectador. “He disfrutado mucho haciendo esta serie, pero en concreto hay algunas obras que tienen un nuevo planteamiento en mi carrera, distinto a lo que he hecho hasta ahora”, nos comentaba en una entrevista cuando presentó en 2015 su exposición El arte de guardar la luz.
Pero además, ahondando en esos lugares que hablan de la soledad, Luque ha ido un paso más allá en su serie Detroit, otro nuevo giro en su trayectoria, porque si lo fácil es transitar por los caminos que uno ya conoce, a este pintor cordobés no le asusta encarar nuevos retos y planteamientos. El resultado es un conjunto de obras que, a pesar de que en ellas no hay presencia de seres humanos, están imbuidas de una profunda carga emocional y de una gran potencia narrativa, que nos invitan a imaginar, en la línea de Edward Hopper, las historias que podría haber detrás de esas instantáneas puntuales. Así, tras esas casas viejas, desvencijadas, abandonadas, sabemos que están las vidas de las personas que las habitaron y que tuvieron que abandonarlas cuando esa ciudad norteamericana perdió su esplendor económico con la crisis de las fábricas automovilísticas para emigrar a otros lugares donde encontrar una vida mejor.
Tan solo en el espléndido díptico de gran tamaño (92 x 184 cm), reveladoramente titulado El regreso a casa, encontramos a un ser humano, muy pequeño, diminuto, que en la inmensidad de un paisaje inhóspito, frío, desolado, se dirige hacia un faro, un lugar que abriga la esperanza del cobijo físico y emocional para quienes han perdido su lugar en el mundo y buscan abandonar la desgarradora soledad y encontrar una nueva oportunidad para rehacer sus vidas.
En definitiva, una exposición absolutamente imprescindible, a la que hay que ir sin prisas para poder disfrutar al detalle de esos paisajes que se adentran en territorios muy cercanos al interior del ser humano y también para dejarse imbuir por esa pulsión emocional que Juan Luque imprime en todas sus obras.
Ángela SANZ COCA