La celebración del 350 aniversario de la muerte del maestro holandés invita a sumirse de nuevo en la creación de este genial pintor y figura estelar del Siglo de Oro en los Países Bajos. Además, el 1 de julio Yelmo Cines estrena en España el documental Rembrandt Encore (los interesados, pueden conseguir una invitación en nuestro concurso). Ofrecemos un extracto de su biografía, que forma parte del amplio dossier que dedicamos al pintor en la revista de febrero de 2019
Holanda celebra por todo lo alto el 350 aniversario de la muerte de Rembrandt con un amplio programa de eventos y exposiciones en diferentes ciudades del país. Entre ellos, a principios de julio comenzará la restauración de La ronda de noche en el propio museo que atesora esta obra: el Rikjsmuseum, un proceso de trabajo que el público podrá seguir en directo tanto in situ como on line. Finalmente, en otoño, de nuevo el Rijksmuseum ofrecerá una interesante confrontación entre dos genios con la exposición Rembrandt-Velázquez, del 11 de octubre de 2019 al 19 de enero de 2020.
[arve url=»https://youtu.be/7G6LQXeENJ8″ mode=»normal» align=»center» aspect_ratio=»1:1″ /]A continuación ofrecemos un extracto de la biografía escrita por Marie-Claire Uberquoi, un artículo que formaba parte del amplio dossier que publicamos en el número 240 (febrero de 2019), a los que su suman también un artículo sobre el joven Rembrandt y su etapa de formación en Leiden (María Cóndor), su faceta como grabador (Luis Reyes) y al contexto y mercado artístico de la Holanda de esa época (Francisco Carpio).
Las conmemoraciones ofrecen siempre un buen motivo para analizar de nuevo desde la distancia el impacto de la obra de un artista tan excepcional como es el caso de este artista. Curiosamente, la trayectoria de Rembrandt Harmenz Van Rijn (Leiden, 1606-Ámsterdam, 1669) resulta en cierta manera atípica. Desde los inicios de su carrera, el autor de La ronda de noche consiguió conquistar a un público entusiasta, alcanzando la cima de la celebridad a los treinta años. Pero luego su manera de pintar experimentó un cambio radical, lo que le valió cierto desprecio de la sociedad de su tiempo; aunque, de forma paradójica, sería esencialmente la obra realizada durante los veinte últimos años de su vida la que consagraría definitivamente su grandeza a los ojos de la posteridad.
El realismo naturalista de su primera etapa, su gusto innato por la expresión psicológica de sus retratos y el extraordinario virtuosismo de su técnica llamaron muy pronto la atención de sus contemporáneos. Sin embargo, al llegar a la madurez, Rembrandt no se conformó con este reconocimiento y quiso marcar distancia con los cánones artísticos de su época, creando un estilo claramente diferente e inmediatamente reconocible. Entonces su audacia le llevó a practicar una pintura casi expresionista que desconcertó a los críticos, que le reprocharon “su burda indiferencia hacia el decoro estético”, tal y como cuenta Simon Schama en la biografía Los ojos de Rembrandt publicada en España por Aerte en 2002.
Espíritu libre, Rembrandt tuvo la suerte de nacer en el seno de una familia burguesa acomodada que le permitió cursar una carrera en lugar de seguir con el negocio familiar. Su padre, dueño de un próspero molino situado a orillas del Rin –de allí el apellido de Van Rijn inmortalizado por su hijo–, le mandó a la escuela latina y después a la Universidad de Leiden.
Al parecer, el joven Rembrandt abandonó muy pronto sus estudios para seguir su precoz vocación artística. Durante tres años realizó un primer aprendizaje con Jacob van Swanenburgh, un artista local muy apreciado por la sociedad de Leiden. Después pasó seis meses en el taller de Pieter Lastman en Ámsterdam, un prestigioso pintor de historia cuya enseñanza resultó determinante para la formación del joven Rembrandt. De regreso a su ciudad natal en 1625, Rembrandt, que no pertenecía a ningún gremio, se estableció por cuenta propia, algo bastante inédito en aquella época. Empezó a desarrollar una intensa actividad pictórica, realizando retratos y numerosos cuadros protagonizados por filósofos y apóstoles siempre envueltos en una discreta penumbra. En las escenas inspiradas en la historia o en la Biblia intentaba insuflar vida y sensibilidad a las figuras humanas, una característica que sorprendió gratamente al público. De este periodo prometedor destacan entre otros cuadros Tobías, Ana y el chivo (1626) del Rijksmuseum de Ámsterdam, Sansón y Dalila (1628) de la Gemäldegalerie de Berlín y, muy especialmente, La cena de Emaús (1628) del Museo Jacquemart-André (París). Aquí está el gran tema de su vida: el claroscuro.
Animado por sus primeros éxitos, en 1631, Rembrandt decide instalarse en Ámsterdam. Esta ciudad opulenta y tolerante se convirtió en una gran oportunidad para la carrera del pintor que rápidamente consolidó su posición como retratista de la alta sociedad, intentando emular a uno de sus grandes rivales, Anton van Dyck (1599-1641). Como testimonio de esta brillante actividad podemos citar los imponentes retratos del matrimonio Maerten Soolmans y Oopjen Coppit, adquiridos conjuntamente por el Rijksmuseum y el Louvre en 2016, y el del poderoso patriarca Johannes Uytenbogaert (1633), propiedad también del Rijksmuseum.
Rembrandt renovó las convenciones del retrato y nadie en su siglo supo observar el rostro humano con tanta intensidad y reflejar la personalidad del modelo con una penetración tan conmovedora. Lo mismo puede decirse de los numerosos autorretratos que Rembrandt realizó a lo largo de su vida, en los que aparece con atuendos y expresiones muy diferentes. En los últimos, marcados por el peso de los años, el artista ofrece una imagen de sí mismo sincera y profundamente humana como en el emotivo autorretrato del Mauritshuis de La Haya pintado poco antes de su muerte en 1669.
El tema del retrato cobra una nueva dimensión en las grandes composiciones de grupos como La lección de anatomía del Dr. Tulp (1632), del Mauritshuis, y muy especialmente con La Ronda de noche pintada diez años después en 1642. Esta pintura monumental, cuyo titulo original es La compañía del capitán Frans Banning Cocq y del teniente Willem van Ruyteburgh, fue un encargo de la corporación de los Arcabuceros de Ámsterdam para el gran salón de su sede, el Kloveniersdoelen y hoy es la estrella indiscutible del Rijksmuseum. Rembrandt no dudó en vulnerar las reglas del retrato colectivo –un género muy en boga en el Siglo de Oro holandés, creando una composición dinámica, en la que la luz y los sorprendentes efectos de claroscuro desempeñan un papel fundamental.
Por esa época había comprado una inmensa casa por 13.000 florines (hoy la casa-museo Rembrandthuis) y dirigía un importante taller con numerosos alumnos y ayudantes que querían aprender “la manera” de Rembrandt. Algunos de ellos se convirtieron con el tiempo en destacados pintores como Govert Flinck, Ferdinand Bol, Samuel van Hoogstraten, Nicolas Maes y Carel Fabritius, el autor del popular cuadro El jilguero (1654) del Mauritshuis de La Haya que inspiró a Donna Tartt su novela homónima. A menudo Rembrandt retocaba algún cuadro de sus alumnos y no dudaba en venderlo como una obra suya.
El artista holandés ganaba entonces mucho dinero, llevando una existencia opulenta junto a su esposa Saskia, invertía grandes sumas en comprar pinturas, esculturas, grabados, dibujos –en particular de artistas italianos como Tiziano– y todo tipo de objetos exóticos para su colección particular. Pero este fastuoso periodo se truncó por una serie de graves problemas personales y financieros que llevó a Rembrandt a la ruina más absoluta. En 1658, su mansión fue subastada y el artista tuvo que trasladarse a una casa de alquiler en el Roszengracht donde residió hasta su muerte en una situación de gran precariedad.
Estas desgracias, sin embargo, apenas afectaron el ritmo de su trabajo y su capacidad creadora. De hecho, a partir de la década de 1640, Rembrandt, que se encontraba ya en el apogeo de su madurez, intensificó su producción, realizando sus obras maestras más innovadoras.