Una exposición dividida en dos espacios, las Galerías de Italia-Plaza Scala y el Museo Poldi Pezzoli, revisa la aportación de este país europeo a esta corriente artística, donde Milán asumió el papel protagonista, y hace hincapié en las diferencias dentro de la península itálica y con el resto de Europa. Hasta el 17 de marzo
Sumándose a la programación del Proyecto Cultura’de Intesa Sanpaolo, dos sedes comparten una exposición centrada en la original aportación de Italia al romanticismo europeo, en el que Milán asumió un papel de absoluto protagonismo. Ya preanunciado a finales del siglo XVIII, a lo largo de la primera mitad del XIX, esta corriente artística cambió la sensibilidad y el imaginario occidental.
Comisariada por Fernando Mazocca, esta exposición muestra un amplio contenido en las Galerías de Italia en colaboración con el Museo Poldi Pezzoli para explicar cómo Italia se insertó en el romanticismo, un movimiento que cambió el modo de sentir y representar la realidad en el mundo occidental.
Mientras el romanticismo en el resto de Europa se caracterizaba sobre todo por el rechazo de las reglas y de los esquemas en nombre de la espontaneidad y de la libre creatividad del individuo, la exaltación del sentimiento y del instinto, la revalorización de las religiones como algo positivo, el culto a la tradición y a las peculiaridades nacionales, el romanticismo italiano era un fenómeno con rasgos característicos diferentes.
Según las bases del romanticismo, que en toda Europa exaltaba las raíces de la identidad nacional y donde el Medievo se convertía en su referencia histórica, esta inspiración en el pasado también se dio en Italia para exaltar el orgullo nacional. Una Italia dividida políticamente desde el Congreso de Viena hasta su Unificación, de 1815 a 1861, la llamada “revolución romántica” debió medirse con la tenaz resistencia de la tradición clasicista tan radicada en su historia.
Así, a través de 200 obras entre pinturas y esculturas, la exposición narra cómo llegó a forjarse una nueva y moderna identidad, cuyo taller quedó prevalentemente ubicado en Milán y en Lombardía. La ciudad más europea de Italia ejerció una fuerte atracción hacia literatos, músicos y artistas procedentes de toda la Península: el veneciano Hayez, el turinés d’Azeglio, el milanés Molteni, el bellunés Caffi, el ticinés Vela, los milaneses Domenico y Gerolamo Induno y el florentino Bartolini protagonizaron la increíble aventura cómo recuerda esta exposición.
También Turín y Nápoles contribuyeron a la difusión de una nueva sensibilidad, renovando la pintura de paisaje: Bagetti, De Gubernatis y Reviglio, en la capital piamontesa, y los pintores de la escuela de Posillipo, como Pitloo, Gigante y Fergola, se confrontan con los paisajistas extranjeros, lo que permite contemplar sus semejanzas y diferencias con el resto de Europa.
Otras secciones reflexionan sobre otros intensos diálogos, como el inglés Turner, entre Venecia y Nápoles; el francés Corot en las campañas de la Italia central; el austríaco Amerling en Milán; el ruso Brjullov, entre Roma y Milán, entre otros, que animaron la escena de la Italia romántica.
Excepcionales préstamos de los principales museos de Italia y del mundo han hecho posible la formación de un extraordinario corpus, que ofrece un homenaje a una apasionante historia artística y cultural en un siglo fundamental para la historia y la identidad de Italia.
De hecho, las obras expuestas documentan un periodo que va desde los fermentos prerrománticos hasta las últimas expresiones de una cultura que, en este país, desembocaría en la Unificación de Italia y en la afirmación del realismo, clara antítesis del romanticismo.
Y este compromiso civil y político llegó a englobar todas las artes del romanticismo italiano: de la literatura a la pintura, de la música al melodrama, etc. El predominio de la literatura determinaría el retraso que Italia acumuló en el campo de las artes plásticas respecto a otras naciones europeas. Ahora, esta muestra define sus diferencias y la transcendencia del movimiento romántico italiano con relación a cuanto se iba manifestando en el resto de Europa –sobre todo en Alemania, en el Imperio austríaco, en Inglaterra y en Francia–, entre el Congreso de Viena y las revoluciones que en 1848 trastocaron el orden del Viejo Continente.
Por su parte, el Museo Poldi Pezzoli ofrece una visita complementaria a sus visitantes: una experiencia inmersiva en los grandes temas que determinaron este período histórico, enfocando a los protagonistas de un convulso capítulo de la historia y de la cultura italianas.
La obra elegida para representar esta exposición es La Meditación de Francesco Hayez, una alegoría de la Italia fragmentada tras los acontecimientos de 1848 (el 12 de enero tuvo inicio la revolución siciliana: una revuelta contra el reino borbónico que estalló en la ciudad de Palermo y que se extendería a las otras ciudades de la isla italiana): una joven madre está preparada para alimentar a sus hijos, una imagen de gran modernidad de la patria “bella y perdida”.
Carmen del VANDO BLANCO