Hasta el 5 de enero, la galería BAT Alberto Cornejo acoge Los días verdes, una selección de obras en la que el artista granadino muestra una naturaleza familiar y primigenia. Unas escenas bucólicas que a primera vista recuerdan la infancia de cualquiera de nosotros pero que a su vez tienen el punto de mira en la desconfianza de lo representado, no todo lo que se ve es real y no todo lo que parece ser bello, en esencia, lo es
Las obras de Helí García (Granada, 1983), que terminó su formación artística en Poznan (Polonia), llenan el espacio de la galería con un aura de inocencia y costumbrismo que pocas veces, debido a la monopolización de los medios tecnológicos dentro de la esfera artística, se puede ver en una exposición de arte contemporáneo. Vídeo, fotografía o realidad virtual, son muchos de los nombres que definen ahora mismo el arte del siglo XXI. Los días verdes significa para el artista y la galería, una defensa del medio pictórico, tanto por su naturalidad de ejecución, como por el fin en sí mismo de buscar y presentar –que no re-presentar– realidades que se disputan una veracidad y un compromiso con estas mismas.
El pintor apuesta por mostrar el espectador un imaginario que evidencia un largo camino hacia la figuración y que, por otro lado, proyecta la voluntad de expresión y explotación de la pintura, entendiéndola como un proceso con el cual aún podemos identificarnos.
Sin alejarse de temáticas tan clásicas como el paisaje o las escenas costumbristas, Helí García hace una propuesta renovadora del medio pictórico a través de una pincelada que no deja impasible a nadie. Asimismo, en un inicio interesado por el expresionismo abstracto, el pintor fue reconciliándose poco a poco con la figuración. Los días verdes se convierten en la realidad de García, en un Taiwán que ya quedó lejos.
Rostros llenos de inocencia, escenas que aparentemente son verosímiles, personajes que forman parte del contexto paisajista, todo ello envuelto de un encuentro del artista como espectador frente a la creación, frente a una infancia a punto de ser corrompida por la sociedad, el paso del tiempo o, a veces, la crueldad.
Helí García relata pictóricamente esos encuentros con él mismo y con una realidad imaginada. Las piezas, articuladas a través de una paleta y pincelada exquisita, consiguen transportar al espectador más escéptico al mundo aparentemente apacible de Los días verdes. Pintura que envuelve y llama a ser vista, a ser reconocida a través de escenas vividas. El desafío para el artista en esta ocasión es traernos de vuelta la naturaleza más familiar y primigenia, haciendo que, como espectadores, seamos partícipes de esta y capaces de obviar por un momento la ya presente era tecnológica.
A través de escenas bucólicas que podrían recordar a la infancia de cualquiera de nosotros, el pintor granadino nos deja con una obra repleta de ápices de libertad, pero con el punto de mira en la desconfianza de “lo representado”. No todo aquello que vemos es real y no todo lo que parece ser bello, en esencia, lo es.
Helí García entiende la memoria no como un elemento vinculado estrictamente al pasado, sino como un estrato capaz de interpelar el presente. La mayor parte de sus actuales iconografías remiten a episodios de la infancia y a los vínculos con la naturaleza; dos ámbitos que apuntan a recuerdos particulares, los cuales son trascendidos para arribar a un territorio universal donde se expresan cuestiones vinculadas al poder, la vanidad, el paso del tiempo o la inocencia. Ahora bien, la historia que intuimos detrás de cada escena queda siempre suspendida en el proceso de llegar a resolverse; deducimos que al artista no le interesa desvelar todas las claves de la narración sino poner de relieve la concentración lírica que habita en el cuadro. Para ello, somete a la imagen a diversos procesos de extrañamiento a través de la composición, las proporciones o contundentes derivas abstractas. En esta rasgadura que nace del cruce entre lo imaginario y lo real comparece la angustia, ese delirio que Freud definiría a través de la idea de lo siniestro, tras la lectura del cuento de E.T.A. Hoffmann El hombre de arena, y que remite al retorno de lo reprimido y de lo extrañamente familiar.
Las imágenes de Helí García nos resultan, también, extrañamente familiares; están elaboradas con pinceladas densas y gestuales que desarticulan el sentido tradicional de la mímesis. En cierto sentido, el artista asume en su procedimiento pictórico el funcionamiento cognitivo de la mente humana, que no puede almacenar todo y olvida gran parte de nuestra información referencial. Y es precisamente ahí, en el empaste entre memoria y representación, donde el artista localiza la extraña belleza de lo cotidiano.
Texto del catálogo de CARLOS DELGADO MAYORDOMO