París: punto de encuentro tras la Segunda Guerra Mundial

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El Museo Reina Sofía acoge una exposición que reproduce el ambiente vital y creativo de la capital francesa entre 1944 y 1968 gracias a la activa y significativa participación de creadores extranjeros. La muestra recupera una producción cultural a menudo olvidada por gran parte de la historiografía del arte. Hasta el 22 de abril

El pasado 20 de noviembre se presentaba al público la exposición París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968, con la asistencia de la directora general de Promoción Cultural de la Comunidad de Madrid, María Pardo (institución que ha colaborado en la realización de esta muestra); el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, y el comisario de la muestra, Serge Guilbaut, gran conocedor y divulgador de la historia de la posguerra francesa y norteamericana y su incidencia en el arte.

Esta muestra colectiva quiere dar a conocer la activa y significativa participación de artistas extranjeros en el ambiente artístico parisino tras la Segunda Guerra Mundial y poner en valor una producción cultural en gran parte desconocida y sin duda crucial del siglo XX. Y lo hace a través de un amplio y representativo conjunto de más de cien artistas procedentes de América, Europa, África y Asia, entre los que figuran Pablo Picasso, Eduardo Arroyo, Pablo Palazuelo, Kandinski, Eduardo Chillida, Herrera, Kelly, Claire Falkenstein, Victor Vsarely, Matta o Mohammed Khadda.

Sobre estas líneas, Alrededor de la línea, por Vasili Kandinski, 1943, óleo sobre cartón, 42 x 57,8 cm, Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza. Arriba, Gran cuadro antifascista colectivo, por Enrico Baj, Roberto Crippa, Gianni Dova, Antonio Recalcati, Jean-Jacques Lebel y Erró, 1960, óleo sobre lienzo, 400,5 x 497 cm, Fonds de dotation Jean-Jacques Lebel.

Un grupo de creadores que abarcó con gran vitalidad numerosos estilos y formatos –desde pintura, escultura, literatura, cine, música o fotografía–, como el visitante podrá comprobar en esta exposición integrada por más de 200 obras –algunas de ellas inéditas– de diversas nacionalidades y estilos que ahondan sobre la escena artística que se desarrolló en París tras la Segunda Guerra Mundial, ciudad que se convirtió en la capital cultural europea gracias a la llegada de estos “inmigrantes”.

Estos artistas llegaron a París a partir de 1945 atraídos por el mensaje de libertad, el ambiente bohemio y la independencia artística que a muchos les negaban en sus países, esperando formar parte de un espacio universal que les diera visibilidad y fama sin por ello tener que perder su identidad o diferencia cultural.

El niño de las palomas, por Pablo Picasso, 1943, óleo sobre lienzo, 162 x 130 cm © RMN-Grand Palais (Musée national Picasso-Paris) / Mathieu Rabeau © Sucesión Pablo Picasso, dación Pablo Picasso, 1979.

La exposición está organizada cronológicamente, lo que permite apreciar los cambios expresivos de los artistas como respuesta a las modas o presiones políticas, así como las variaciones en la composición de este entorno cultural en función de los acontecimientos históricos. En el caso de los artistas norteamericanos, que llegaron a París a finales de los años cuarenta y cincuenta, lo hicieron motivados principalmente por dos motivos. Por un lado, estaba la carta de derechos de los veteranos, una ley que financiaba los estudios de los excombatientes de la Segunda Guerra Mundial en reconocidas escuelas de arte como los talleres de Fernand Léger y André Lhote o la Académie Julian y la Grande Chaumière, y, por otro, el deseo de abandonar Estados Unidos, un país que en esos momentos estaba viviendo uno de sus periodos más reaccionarios por las políticas represivas del influyente senador Joseph McCarthy en su cruzada anticomunista, sin olvidar, por otra parte, el racismo.

Otros, entre ellos un nutrido grupo de artistas latinoamericanos, llegaron animados por las becas y ayudas que ofrecía el gobierno francés para mejorar sus expectativas profesionales en un país que, como apunta el comisario, continuaba siendo un lugar de referencia y estímulo para el arte moderno, con un clima favorable a la experimentación y al debate no solo artístico, sino también político.

Alroa, por Wifredo Arcay, 1950, óleo sobre lienzo, 67 x 103 x 4 cm, Artist’s Estate, cortesía de The Mayor Gallery, Londres.

No todos lo tuvieron fácil, como ha recordado Serge Guilbaut: “Los afroamericanos eran bienvenidos si se dedicaban a hacer jazz, pero si pintaban ya no tanto. También hubo interés por el arte que hacían las mujeres gracias a pequeñas galerías dirigidas asimismo por mujeres que exhibieron sus trabajos hasta 1953, después fue muy difícil y no sé muy bien por qué”.

Muchos de esos artistas extranjeros han sido “olvidados por los historiadores”, un hecho que Guilbaut se propuso, junto con el Reina Sofía y la Comunidad de Madrid, revertir. La muestra no solo los ha recuperado al mostrar su trabajo, sino que hace hincapié en como este arte fue a su vez reflejo de “lo compleja que era la situación artística” entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el estallido del Mayo del 68, desenlace al que condujo el pesimismo, el anticolonialismo (Guerra de Argelia) y las críticas al consumismo capitalista (este último aspecto diferenciaba el arte parisino del pop art estadounidense).

París, por Sabine Weiss, 1952, fotografía (copia moderna, 30 x 40 cm © Sabine Weiss.

Pero volvamos un poco atrás, en concreto al colonialismo, a medida que avanza la década de los cincuenta, las movilizaciones en favor de la independencia de los protectorados y colonias bajo dominio francés sacuden con fuerza a la comunidad creativa, implicando especialmente a los artistas de estos territorios como el argelino Mohammed Khadda.

La Guerra de Argelia (1954-1962) despierta la solidaridad de otros muchos autores que, unidos en la denuncia de la insostenible política colonial francesa, enfrentan la censura y las sanciones con obras comprometidas y críticas. Es el caso de la estadounidense Gloria de Herrera, el chileno Roberto Matta con su desgarradora denuncia en lenguaje surrealista de la violencia estatal en La cuestión (1958) o los autores (los italianos Enrico Baj, Roberto Crippa, Gianni Dova y Antonio Recalcati, el francés Jean-Jacques Lebel y el islandés Erró) del mural colectivo que quedó oculto durante veintitrés años Gran cuadro antifascista colectivo (1960).

Medina del destino, por Minna Citron, 1955, óleo y collage sobre papel, 122 x 81 cm, Nueva York, Whitney Museum of American Art.

La exposición se distribuye en doce espacios y, como decíamos antes, de manera cronológica. Arranca con Kandinski, fallecido dos días antes de la clausura de su última exposición individual en París, en 1944, haciendo referencia al pasado, y con un Picasso que acaba de declararse comunista y a quien homenajea el Salón de Otoño.

Otros artistas presentes son el danés Asger Jorn, cofundador de CoBrA (Copenhague, Bruselas, Ámsterdam), un grupo internacional creado en 1948 que predicaba la libertad mediante el deseo, la experimentación y la creación; el pintor y ceramista ruso Serge Poliakoff, de quien se muestra Composición; el italiano Enrico Baj, representado con Al fuoco, al fuoco, o el argentino Antonio Berni (1963), de quien se puede ver su obra Juanito va a la ciudad. En la muestra está presente, además, Los cuatro dictadores de Eduardo Arroyo (1963), un cuadro en el que el artista español reunía las imágenes de Mussolini, Franco, Salazar y Hitler, representados como peleles para recordar al mundo los totalitarismos de entreguerras; la Venus blanche, de Roger Bissière; la audaz obra del argentino Julio Le Parc, Continuidad luminosa móvil, realizada con discos de acero e hilo de nailon, o la película Traité de bave et d’éternité del rumano Isidore Isou, un experimento de deconstrucción de la historia y de desincronización de la banda sonora.

Los cuatro dictadores / (Mussolini), por Eduardo Arroyo, 1963, óleo sobre lienzo, 235 x 140 cm, Madrid, Museo Reina Sofía.

Pero el mito de la Ciudad de la Luz quedó destruido en 1964 cuando el estadounidense Rauschenberg ganó el León de Oro en la Bienal de Venecia. Fue el final de una época, el final de la supremacía cultural parisina en el mundo. El ambiente artístico se politizó aún más y se volvió aún más crítico con la consumista y conservadora nueva sociedad francesa gaullista.

Vista de la sala de la exposición París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, noviembre 2018. Foto: Joaquín Cortés/Román Lores. Archivo fotográfico del Museo Reina Sofía.

Para dar un mayor contexto y enriquecer la muestra mostrando las posturas de los artistas frente a los distintos momentos históricos la exposición incluye además películas, periódicos, archivos y programas de radio.

Carla TORRES

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