El Museo del Prado dedica hasta el 27 de enero una antológica a este maestro de origen cordobés que desarrolló su actividad como pintor en la Corona de Aragón en la segunda mitad del siglo XV. Organizada en colaboración con el Museu Nacional d’Art de Catalunya (del 14 de febrero al 19 de mayo), esta exposición reúne por primera vez la mayoría de sus obras conservadas y pone de relieve el virtuosismo técnico y el sugestivo universo visual de este artista
Bartolomé Bermejo (Córdoba, h. 1440-Barcelona, h. 1498) fue una de las personalidades más fascinantes del panorama artístico de la segunda mitad del siglo XV y esta exposición, con la colaboración de la Comunidad de Madrid y el apoyo de la Fundación Banco Sabadell, reúne por primera vez la mayor parte de sus obras conservadas, repartidas por museos y colecciones de España, Europa y Estados Unidos como el San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan de Tous, procedente de la National Gallery de Londres, o Piedad Desplà de la Catedral de Barcelona, entre otras.
Comisariada por Joan Molina, especialista en pintura tardogótica del reino de Aragón y profesor de Arte Medieval en la Universitat de Girona, esta antológica pretende tributar un merecido homenaje y dar a conocer al gran público a Bartolomé de Cárdenas, alias el Bermejo, uno de los pintores más sugerentes y atractivos del siglo XV.
Hay que tener en cuenta el contexto histórico en el que se circunscribe la vida de Bermejo, un judío converso en la época en que fueron expulsados de la Península, lo que motivó que tuviese que enfrentarse a multitud de dificultades y se vio obligado a llevar una vida errante residiendo en Valencia, Daroca, Zaragoza y, finalmente, Barcelona, ciudades en las que buscaba trabajo y apoyos que le permitieran avalar su condición de converso y escapar de las sospechas de la Inquisición. En muchas ocasiones, el pintor tuvo que asociarse con maestros residentes en las ciudades donde se asentó para sortear las restricciones del rígido sistema de gremios.
Bartolomé Bermejo fue el maestro más representativo de la escuela aragonesa y su trabajo se fundamenta en el uso de las potencialidades pictóricas de la entonces novedosa técnica del óleo. A partir de esta premisa supo desarrollar un personal lenguaje de signo realista, especialmente atento a los efectos ilusionistas pero también a la definición de espectaculares gamas cromáticas. Su principal referente fue la pintura flamenca, la escuela inaugurada por Jan van Eyck y Rogier van der Weyden que, en la segunda mitad del siglo XV, había conquistado toda Europa, incluida Italia. Aunque se ha especulado con que Bermejo pudo formarse en los talleres septentrionales, es más posible que su aprendizaje tuviera lugar en la cosmopolita Valencia del segundo tercio del siglo XV, una ciudad abierta tanto a los modelos flamencos como a los italianos, de los que el pintor cordobés también se hizo eco.
Junto a su destreza técnica, minuciosidad en los detalles en rostros y paisajes o gran virtuosismo en la reproducción de brillos y reflejos de materiales como metales, piedras preciosas o mármoles, así como transparencias y contrastes cromáticos, sorprende también su capacidad para desarrollar nuevas interpretaciones de todo tipo de temas e iconografías de carácter devocional. Su inquietud por seguir explorando nuevos terrenos, especialmente en el ámbito del paisaje y el retrato, le permitió concebir algunas de sus obras más complejas e innovadoras en el último periodo de su trayectoria profesional. Todo ello fue advertido por un grupo de selectos comitentes, desde grandes eclesiásticos y nobles hasta distinguidos mercaderes, así como por sus colegas de profesión, que a menudo imitaron sus composiciones.
Tras su muerte, su nombre y obra cayeron en el olvido. Su recuperación se produjo a finales del siglo XIX, cuando algunas de sus tablas más señaladas despertaron el interés tanto de destacados coleccionistas internacionales como de falsificadores de pintura antigua.
El Museo del Prado muestra, en ocho ámbitos, sobre paredes de color rojo bermejo una muestra única y de difícil repetición si tenemos en cuenta que se exponen 27 de sus 28 obras conservadas. Tan solo falta una: la tabla central del Retablo de Santa Engracia pintado para la iglesia de San Pedro de Daroca. El resto de piezas, hasta completar las 48 que presenta la exposición pertenecen a maestros con los que trabajó y algunas copias. Entre las obras más emblemáticas del autor está el San Miguel triunfante sobre el demonio, de gran originalidad iconográfica: el arcángel está retratado como Tirant Le Blanc, el protagonista de un libro muy popular en la época.
Pero la estrella de la exposición por ser la primera vez que sale de su lugar habitual, la Catedral de Barcelona, es La Piedad Desplà, considerada el “cenit de Bermejo”. La pintura destaca por el dramatismo de la composición, el retrato del donante y, porque como comenta el comisario, plasma “uno de los paisajes más extraordinarios de la pintura española”. Obra cargada además de simbolismos en las más de 73 plantas y animales, desde líquenes a leones; la serpiente, símbolo del maligno, la mariposa, símbolo del alma; los caracoles, de entierro y resurrección, y la mariquita, señal de María. En definitiva, una exposición que recomendamos visitar.
Catálogo razonado
La publicación que acompaña a esta exposición, coeditada por el Museo Nacional del Prado y el Museu Nacional d’Art de Catalunya, muestra la compleja figura, tanto en lo biográfico como en lo creativo, del cordobés Bartolomé Bermejo, y lo hace a través de las diversas obras que realizó en su periplo vital por la Corona de Aragón, desde Daroca a Barcelona, pasando por Zaragoza y Valencia. Se analizan la influencia que ejercieron sobre él tanto los representantes de la escuela flamenca, Jan van Eyck, Hans Memling o Rogier van der Weyden, precursores de la novedosa técnica al óleo que Bermejo adoptó con gran virtuosismo, como los más destacados pintores italianos del momento, caso de Antonello da Messina o los Bellini. El éxito de la propuesta pictórica de Bermejo fue rotundo. Por un lado, sus composiciones fueron ampliamente difundidas por una serie de pintores con los que se asoció. Por otra parte, fue reclamado por algunos de los más exigentes clientes del momento, como el arcediano barcelonés Lluís Desplà o el mercader italiano Francesco della Chiesa.
El catálogo, editado por Joan Molina Figueras, comisario de la exposición, puede considerarse un auténtico catálogo razonado de la obra conocida de Bermejo. Contiene además textos de reconocidos especialistas que abordan aspectos técnicos, materiales, sociales e iconográficos relacionados con las pinturas del artista. Y se cierra con un apéndice documental que actualiza y revisa todas las noticias de archivo conocidas sobre el artista.
Además, el Museo del Prado ha organizado una serie de actividades complementarias que se desarrollarán en los próximos meses y que giran en torno a la vida y la obra de Bermejo, como las conferencias del 28 de noviembre a cargo de la profesora de Historia del Arte en la Universidad de San Antonio Texas, Judith Berg Sobré, bajo el título Ver y percibir, o el 1 de diciembre, donde Ramón Gener impartirá la titulada Bartolomé Bermejo. Más allá de la pintura: la música.
Carla TORRES