El Centre Pompidou Málaga acoge una exposición dedicada a este prolífico creador francés que convirtió el no-saber en principio regulador de su singular trabajo. Una de sus pinturas, El viajero sin brújula, hace las veces de emblema de esta muestra que podrá verse hasta el 14 de octubre
“Después del dadaísmo, aquí está el cacaísmo”, escribió el crítico Henri Jeanson sobre Mirobolus, Macadam et Cie, Hautes Pâtes, una exposición de Jean Dubuffet (El Havre, 31 de julio de 1901-París, 12 de mayo de 1985) celebrada en la galería René Drouin de París en mayo de 1946. Tras la Liberación de París en agosto 1944, en su primera muestra individual, fue descalificado como un “pintarrajeador infantil”. Exceptuando la exposición de Picasso en el Salón de la Libération, habría que remontarse al escándalo que provocaron los fauvistas en 1905 para encontrar una muestra que sacudiera el mundo del arte francés como esta de Dubuffet.
El Centre Pompidou Málaga ofrece hasta el 14 de octubre una muestra comisariada por Sophie Duplaix dedicada a este artista francés bajo un certero título, inspirado en la obra Le Voyageur sans boussole (El viajero sin brújula) (1952), que recibe al visitante junto con una cronología de la trayectoria vital y artística de Jean Dubuffet. La exposición está dividida en cuatro secciones que se corresponden con cuatro hitos de su trabajo.
Art Brut
Como otros artistas, Dubuffet leyó el estudio La producción de imágenes de los enfermos mentales, de Hans Prinzhorn, que le dejó una profunda huella. Durante la década de 1930 mantuvo correspondencia epistolar con distintos doctores, y en 1940 visitó diversas instituciones mentales en Suiza para conocer más de cerca el arte psicótico reunido por el psiquiatra ginebrino Charles Ladame. Tales experiencias, junto con manifestaciones de arte tribal, naíf y popular, desembocaron en una amplia muestra (unas 2000 piezas de 63 artistas), en la que también intervinieron entre otros André Breton y Jean Paulhan, titulada Art Brut.
Acuñada por Dubuffet hacia 1945, esta expresión se refiere al “arte espontáneo”, “rudimentario”, “sin refinar”, en contraposición al arte “refinado”, “elaborado”, “culto”. Son las manifestaciones “artísticas” (¿cabe denominarlas propiamente así?) de los niños, de los locos, de los alienados.
En sus propias palabras, “entendemos por este término obras producidas por personas no dañadas por la cultura artística, en la que la imitación desempeña un papel pequeño o ninguno (al contrario que las actividades de los intelectuales). Estos artistas lo obtienen todo –temas, elección de materiales, medios de trasposición, ritmos o estilos de escritura– de sus propias profundidades, y no de las concepciones del arte clásico o de moda. Somos testigos de una operación artística totalmente pura, cruda, bruta y reinventada en todas sus fases únicamente por medio de los propios impulsos del artista”.
Lo grotesco y lo informal
A lo largo de esta primera sección, titulada “Más bellos de lo que creen: figuras y retratos”, se puede observar el interés por los dibujos infantiles en Campagne heurese (1944) y, especialmente, en Voyage en métro… (1943), donde aparecen multitud de figuras humanas pintadas a la manera de los niños, con unos colores muy vívidos y con una ingenuidad que despierta la simpatía del espectador.
Por otra parte, se aprecia un conjunto de retratos muy peculiares de una serie que da título a esta sección, y en la que predomina, desde un punto de vista técnico, el grafiti, y desde un punto de vista semántico, lo grotesco, lo patético y lo cómico. De entre estos destaca Pierre Matisse retrato oscuro (1947), en el que se representa al primer marchante estadounidense de Jean Dubuffet.
La segunda sección lleva por título “Las turbulencias de la materia”, y en ella se aprecia el gusto de Dubuffet por la experimentación con la materia. En el primero, y tal vez el más brillante, de sus numerosos libros, Rehabilitación del lodo, el artista se/nos preguntaba: “¿No se merecen la suciedad, la basura y la inmundicia, que acompañan al hombre durante toda su vida, serle más queridas? ¿Y no es hacerle un buen servicio recordarle su belleza?” El arte reconcilia con la realidad, aunque sea momentáneamente. Y posee el poder de transformar la percepción, de tal manera que lo que se ve “feo” puede llegar a considerarse de otro modo.
“L’Hourloupe o la invención de un nuevo lenguaje”, título de la tercera sección, remite a la etapa de trabajo del artista de 1962 a 1974. Su origen se halla en “unos garabatos que el artista trazaba con bolígrafos de colores azul y rojo mientras hablaba por teléfono”.
Esta nueva expresión artística, constituida por células rayadas y de una gama de colores limitada, es el estilo al que comúnmente se asocia el nombre de Jean Dubuffet. Con ella “el artista ofrece una lectura del mundo como un todo continuo, una vasta continuidad ininterrumpida, en la que todos los elementos poseen el mismo valor”.
“Sitios”, Mires y Non-lieux” es el título de la última sección, y en ella se recogen obras de sus últimos años de vida y de creación. Por sus dimensiones destaca Le Cour des choses (El curso de las cosas) (1983), la obra más amplia de la exposición, en su característico estilo “informal. Aquí se puede comprobar cómo Dubuffet sigue experimentando, buscando nuevos caminos, replanteándose entre el juego de las líneas y los colores el problema imperecedero de la figuración.
Dubuffet tuvo el coraje y la valentía de viajar sin brújula, haciendo del “no-saber” el principio regulador de su creación. Pero, aunque tuviera la voluntad de desprenderse del pasado, tuvo que aprender unas técnicas, un oficio, en cada una de estas etapas, de lo contrario no hubiera logrado expresarse. En todo artista convive un artesano. Ahora bien, si la obra de Dubuffet abrió caminos desconocidos fue justamente porque viajaba sin brújula.
Sebastián GÁMEZ MILLÁN
Solo demuestra que hay que creer en lo que uno hace, y solo esto da credibilidad de cara al mercado o simplemente a las demás.
Una vez más el artista que lo es no por lo que «crea» sino por qué va y lo vende, y eso tiene también su arte