Tras su paso por su sede de Barcelona, la Fundación Mapfre de Madrid acoge una exposición que recorre de manera exhaustiva la trayectoria de este fotógrafo francés de origen húngaro, que con su trabajo contribuyó decisivamente a la consolidación de la fotografía como expresión artística
Gyulá Halász nació en 1899 en Brassó, Transilvania (hoy Braşov, en la actual Rumania), lugar de donde procede el nombre que más tarde escogería para firmar sus fotografías (“Brassaï”, que significa, literalmente, “de Brassó”). Tras estudiar arte en Budapest y Berlín se trasladó a París, y muy pronto comenzó a obtener ingresos esporádicos y una cierta reputación vendiendo artículos y caricaturas a periódicos alemanes y húngaros.
Las fotografías estaban sustituyendo rápidamente a las ilustraciones tradicionales en periódicos y revistas, y el trabajo de Halász para estas publicaciones le llevó a improvisar una agencia fotográfica en la que él era el único empleado. Al principio les proporcionaba imágenes hechas por otros fotógrafos, pero más tarde por él mismo. Así abandonó la práctica de la pintura y la escultura, disciplinas por las cuales, sin embargo, mantendría un gran interés y a las que regresaría durante su carrera.
Hacia 1900, la valoración de la fotografía se limitaba a su capacidad para emular la apariencia de las artes más tradicionales. No fue sino hasta los años 1920 y 1930 que una nueva generación rechazó tal enfoque y comenzó a explorar el potencial artístico de las fotografías comunes y corrientes. Cuando esta tendencia comenzó a alcanzar un amplio reconocimiento en la década de 1970, Brassaï sería reconocido como una de sus principales figuras.
Durante la ocupación alemana de París, dejó de hacer fotografías, volvió al dibujo y empezó a escribir. En 1949 obtuvo la nacionalidad francesa. Después de la guerra, volvió a dedicar parte de su tiempo a la fotografía y viajó regularmente por encargo de la revista norteamericana Harper’s Bazaar. Murió en Beaulieu-sur-Mer (Francia) en 1984, sin haber regresado nunca a su ciudad natal.
Como decíamos antes, Brassaï empezó a fotografiar alrededor de 1929 o 1930, y durante la década de 1930 mantuvo una intensa actividad. Su tema principal fue la ciudad de París, a la que se había trasladado en 1924 con intención de dedicarse a la pintura. Hacia el final de la guerra, el centro neurálgico de la vanguardia parisina había emigrado desde Montmartre hasta Montparnasse, donde la mayoría de los artistas, una gran comunidad internacional, vivían como en una gran familia. Brassaï sentía fascinación por la capital francesa; en alguna ocasión llegó a decir que había comenzado a hacer fotografías para expresar su pasión por la ciudad de noche, si bien su obra pronto se llenó de retratos, desnudos, naturalezas muertas, imágenes de la vida cotidiana, rincones pintorescos y monumentos captados también de día.
Se ganó un lugar importante entre los pioneros de la fotografía moderna gracias a su confianza en el poder de un estilo fotográfico franco y directo para transformar lo representado, así como a su talento para extraer de la vida cotidiana imágenes icónicas de gran potencia.
Tras una década sin que se haya dedicado ninguna gran exposición a este fotógrafo, la Fundación Mapfre acoge una gran retrospectiva en la que se pueden ver alrededor de 200 obras (fotografías, dibujos, una escultura y material documental) de Brassaï procedentes de instituciones internacionales como el MoMA de Nueva York o de la colección de la familia. Comisariada por Peter Galassi, conservador de fotografía del MoMA durante veinte años, la muestra, dividida en doce apartados temáticos (dos de ellos dedicados al París de los años treinta), recorre exhaustivamente su trayectoria.
PARÍS DE DÍA. Aunque Brassaï es conocido sobre todo por sus fotografías de la noche parisina, también realizó una colección considerable de instantáneas que mostraban la vida diurna de esta ciudad y cuyos protagonistas iban de los monumentos, rincones pintorescos a los detalles de la vida cotidiana.
Algunas de sus fotografías de los años treinta también reflejan su interés por los estilos geométricos o los recortes abruptos, tal y como muestran las famosas imágenes de los adoquines de las calles de ciudad. Pero incluso estos experimentos gráficos más audaces reflejan, como el resto de sus imágenes de la ciudad, su permanente fascinación por lo que para él se presentaba como una tradición remota e inagotable, en constante desarrollo.
MINOTAURE. Entre su llegada y sus comienzos en la fotografía seis años más tarde, Brassaï creó un amplio círculo de amigos en el seno de la comunidad internacional de artistas y escritores de Montparnasse. Entre ellos se encontraban Les Deux Aveugles (Los dos ciegos), como se denominaban a sí mismos los críticos de arte Maurice Raynal y el griego E. Tériade.
En diciembre de 1932 –el mismo mes en que vio la luz Paris de nuit– Tériade invitó a Brassaï a fotografiar a Picasso y sus estudios para ilustrar el primer número de Minotaure, la lujosa revista de arte que aparecería en junio de 1933 impulsada por el editor suizo Albert Skira y de la que se exponen aquí varios ejemplares. Esta colaboración supuso el punto de partida de su amistad con Picasso, una de las más importantes de su vida.
Durante los años siguientes el fotógrafo gozaría de un papel prominente en esta publicación, especialmente como colaborador de Salvador Dalí e ilustrador de textos de André Breton, aunque en ocasiones también como artista por derecho propio. El primer número de la revista incluyó una serie de desnudos y su incipiente serie de grafitis, mientras que el número siete de la misma revista dedicó varias páginas a sus imágenes nocturnas. Todo ello nos habla de la modernidad del artista y su relación con los círculos más importantes de la vanguardia parisina.
GRAFITIS. El valor del grafiti como una poderosa forma artística empezó a aflorar en el siglo XX. Como los objetos tribales de África, el arte de los niños o el de enfermos psiquiátricos, el grafiti se consideraba más expresivo y vital que otras formas refinadas del arte occidental tradicional.
Brassaï fue, de hecho, uno de los primeros en abrazar esta temática. Acumulador empedernido, durante toda su vida coleccionó toda clase de objetos abandonados, de modo que, desde el mismo momento en que comenzó a realizar fotografías, empezó a recopilar los grafitis que aparecían en las paredes de París.
Tenía preferencia por aquellos que habían sido grabados o arañados (más que dibujados o pintados) y en los que las irregularidades de la propia pared jugaban un papel importante en términos estéticos. Llegó a realizar cientos de estas imágenes, de las que aquí solo se presenta una pequeña muestra.
SOCIEDAD. A mediados de la década de 1930 y tras la Segunda Guerra Mundial, Brassaï fotografió más de dos docenas de reuniones de la alta sociedad parisina: bailes de disfraces, veladas elegantes y otros eventos en casas privadas y en lugares como el Ritz. También capturó en numerosas imágenes la famosa Nuit de Longchamp (carreras que se celebraban a las afueras de París), cada verano de 1936 a 1939.
En estos eventos encontró muchas menos oportunidades de intervenir en la acción fotografiada que en los salones y bares parisinos, pero ello no le impidió crear imágenes potentes y duraderas, y de una realidad social muy distinta. Quizás la más extraordinaria de todas ellas es la de la celebración del quincuagésimo aniversario del interior Art Nouveau del lujoso restaurante Maxim’s (terminado unos pocos años antes que la Casa Garriga Nogués). Aunque esa imagen ha sido famosa desde su creación en 1949, la serie de Brassaï sobre la alta sociedad parisina es poco conocida, y varias de estas fotografías se presentan por primera vez en esta exposición.
PERSONAJES. En 1949, en el prólogo para Camera in Paris, una monografía dedicada a fotógrafos contemporáneos, el propio Brassaï, parafraseando a Baudelaire en “El Pintor de la vida moderna”, trata de establecer una línea de continuación entre el arte de los fotógrafos y algunos de los mejores artistas del pasado como Rembrandt, Goya o Toulouse-Lautrec. En este sentido explica cómo, al igual que aquellos, la fotografía es capaz de elevar a sujetos ordinarios al nivel de lo universal. Los personajes de esta sala muestran esta idea, pues no se trata solo de un trabajador del Mercado de Les Halles, de un personaje travestido o de un cofrade en Sevilla, sino que, en su dignificación, todos ellos exceden su individualidad para representar a un colectivo.
LUGARES Y COSAS. Uno de los proyectos tempranos de Brassaï que finalmente nunca llevó a cabo fue un libro de fotografías de cactus; mucho después, en 1957, haría un cortometraje sobre animales. Pero normalmente sus intereses, en lo que respecta a objetos y lugares, se centraron en aquellos que habían sido hechos o habitados por el ser humano. Así lo demuestran la mayor parte de sus imágenes dedicadas a este tipo de motivos, reflejando una gran curiosidad por las personas que habitaron esos espacios o crearon esos objetos. En palabras del propio fotógrafo, “en ciertas fotografías los objetos revisten una luz particular, una presencia fascinante. La visión los ha fijado ‘tal y como son en sí mismos’ (…). Les confiere una densidad totalmente ajena a su existencia real. Diríase que están ahí por primera vez, pero al mismo tiempo por última vez.”
Durante sus viajes realizó numerosas fotografías de la que aquí podemos ver una pequeña muestra: una perspectiva de la Sagrada Familia de Gaudí desde una posición elevada, un muro pintado en el Sacromonte granadino o un escaparate en Nueva Orleans. En algunas de ellas, como en Vineyard, Château Mouton-Rothschild (junio de 1953) Brassaï da un salto brusco desde el primer plano hacia el fondo partiendo la imagen por la mitad a lo largo de su eje horizontal (una estrategia gráfica inventada por Brassaï).
EL SUEÑO. En términos generales, el sello distintivo de la fotografía europea de las décadas de 1920 y 1930 era la nueva sensación de movilidad y espontaneidad. Pero esta última era ajena a la sensibilidad de Brassaï, que en cambio buscaba la claridad y la estabilidad. En lugar de la popular cámara de mano, una Leica de 35 mm, Brassaï eligió una cámara que utilizaba placas de vidrio y, a menudo, se colocaba sobre un trípode. Así, como para declarar su independencia de la tendencia a crear imágenes espontáneas, las personas durmiendo se convirtieron en un motivo recurrente en su obra.
PARÍS DE NOCHE. Esta serie fue, en realidad, el resultado del encargo realizado por el editor Charles Peignot a un joven y todavía desconocido Brassaï. El libro, del que se expone un ejemplar en la muestra, se publicó en diciembre de 1932 y tuvo un gran éxito, en parte gracias a la modernidad de su diseño, sus páginas sin márgenes y sus ricos fotograbados.
Brassaï continuó explorando el París nocturno a lo largo de la década de 1930, desarrollando una visión muy personal que se materializa en numerosas fotografías presentes en la exposición. Evocan el pulso dinámico y vibrante de la ciudad, destaca por ejemplo la imagen de una gárgola en primer plano de la catedral de Notre Dame de París, en lugar de una vista convencional de dicha catedral, o el Pont Royal visto desde el agua y no desde arriba. Se trata casi siempre de imágenes silenciosas en las que el tiempo parece haberse detenido.
PLACERES. En 1976, el propio Brassaï escribía que “estaba ansioso por penetrar en ese otro mundo, ese mundo en los márgenes, el mundo secreto, siniestro, de los mafiosos, los marginados, los tipos duros, los chulos, las prostitutas, los drogadictos, los invertidos. Equivocado o no, yo sentía en ese momento que este mundo subterráneo representaba el París menos cosmopolita, el más vivo y más auténtico, que en estas facetas pintorescas de su inframundo se había conservado de generación en generación, casi sin alteraciones, el folklore de su pasado más remoto.”
Cuando Brassaï organizó su archivo tras la Segunda Guerra Mundial, bajo el título de Plaisirs agrupó sus imágenes protagonizadas por pequeños delincuentes, prostitutas y otras figuras de los bajos fondos de París, junto a aquéllas sobre entretenimientos públicos, incluyendo salas de baile baratas, ferias populares de barrio y celebraciones anuales diseñadas para burlar las convenciones burguesas. Brassaï consiguió un permiso para trabajar entre bambalinas en el conocido Folies Bergère, lo que le permitía observar desde un punto de vista más alto todo lo que allí sucedía.
Con estas imágenes, Brassaï logró revitalizar y transponer a la fotografía una rica mitología que ya existía en la literatura y en las artes visuales tradicionales.
CUERPO DE MUJER. Durante la ocupación de París (1940-44), Brassaï se negó a trabajar para los alemanes y no pudo fotografiar abiertamente. Parece que sus únicos ingresos procedían de un encargo clandestino de Picasso para fotografiar sus esculturas.
En parte por insistencia del maestro malagueño, Brassaï volvió al dibujo. La mayoría de los que hizo entre 1943-45, como la mayoría de los que sobreviven de su época como estudiante de arte en Berlín en 1921-22, son desnudos femeninos. Lo mismo sucede con muchas de las esculturas que comenzó a realizar después de la guerra, a menudo a partir de piedras desgastadas por el efecto del agua.
Sería inapropiado tratar de ocultar la intensidad de la mirada masculina de Brassaï tras la cortina de una búsqueda puramente estética de la “forma”. Lo más distintivo y poderoso de sus imágenes del cuerpo femenino es su manifiesta urgencia carnal.
RETRATOS: artistas, escritores o amigos. Picasso, Dalí, Henry Miller (quien dio a Brassaï el apodo de “El ojo de París”), Pierre Reverdy, Jacques Prévert, Henri Matisse o Léon-Paul Fargue son solo algunos de los protagonistas en esta sección de la exposición. La mayoría de los retratos hechos por Brassaï son de personas que él conocía y, quizás como resultado de esa cercanía, transmiten una gran franqueza y naturalidad. También es cierto, sin embargo, que Brassaï solía llegar a este resultado incluso cuando no conocía al retratado.
LA CALLE. El trabajo de Brassaï para Harper’s Bazaar le llevó a recorrer Francia y muchos otros lugares, desde España hasta Suecia, Estados Unidos y Brasil. Así pues, aunque su talento hundía sus raíces en París, amasó una amplia colección de fotografías tomadas en lugares que le eran poco familiares. En esta exposición se muestran varias de estas imágenes, tres de ellas tomadas en España.