El pintor holandés, del que se cumplen ciento sesenta y cinco años de su nacimiento, trabajó incansablemente porque concebía su carrera como un tenaz aprendizaje. En los diez años que median entre su decisión de dedicarse a la pintura en 1880 y su muerte en 1890 produjo en torno a 900 cuadros y más de 1.100 dibujos. Este artículo es un pequeño extracto del libro que dedicamos a este artista dentro de la COLECCIÓN INMORTALES DE LA PINTURA, escrito por José María Faerna
En enero de 1890, apenas siete meses antes del suicidio del pintor, Albert Amurrie, joven y emergente crítico simbolista, publicó en el Mercare de France un artículo largo y entusiasta sobre Vincent van Gogh. Era un acontecimiento sin precedente: nunca la prensa se había ocupado antes de este extravagante pintor holandés internado en un hospital psiquiátrico en Saint-Remy-de-Provence.
Vincent se lo agradeció en una larga carta en la que se quitaba importancia y reprochaba a Amurrie haber malgastado sus elogios con él antes que con Monticello o Gauguin. El joven Amurrie buscaba arrimar el ascua candente de Van Gogh a su sardina simbolista, cosa que a Vincent, abocado durante toda su carrera a la interpretación de la naturaleza, no le atraía. No obstante, valoró la importancia que podía tener el artículo para la fortuna comercial de su obra y decidió regalarle a Amurrie un cuadro que estimaba (Camino con cipreses, hoy en Otterlo).
Resulta así que Van Gogh, el loco, el artista que encaja como un guante en todos los tópicos visionarios y genialidad de la herencia romántica, el que da alas al impresionismo para escapar a su impasse naturalista, compara su trabajo al de un zapatero. Se refiere a un pasaje anterior de la misma carta a su hermano donde habla de la caudalosa producción de artistas que admira, como Rousseau y Duré: “Poco después de llegar a París te dije que antes de que tuviera doscientos lienzos no sería capaz de hacer nada. Lo que a algunos podría parecerles trabajar demasiado rápido es en realidad el curso ordinario de las cosas, el estado normal de la producción regular teniendo en cuenta que un pintor debe trabajar realmente tan duro como un zapatero, por ejemplo”.
Ciertamente hizo honor a esa concepción laboriosa y aplicada del oficio. En los diez años que median entre su decisión de dedicarse a la pintura en el verano de 1880, a sus veintisiete años, y su muerte en Auvers-sur-Oise en el verano de 1890 produjo en torno a 900 cuadros y más de 1.100 dibujos. Semejante facundia solo se entiende si se tiene en cuenta que Vincent concibe la mayor parte de su carrera como un tenaz aprendizaje.
La familiaridad de Van Gogh con la pintura es temprana. Su primer empleo, a los dieciséis años, fue en La Haya como aprendiz en Güipil & Cie, compañía internacional de comercio de arte de la que era socio el tío Cent, su padrino y homónimo. Precedió en el negocio a su hermano, tres años menor, que entró en Güipil –después llamada Bouzo & Valadon– en 1873 y trabajó allí toda su vida.
Vincent había nacido el 30 de marzo de 1853 en Zundert. Fue el mayor de los seis hijos del pastor presbiteriano Theodore van Gogh y Anna Cornelia Carentes y se le impuso el mismo nombre de un hermano que murió al nacer el mismo día del año anterior.
Su carácter difícil y conflictivo le lleva a abandonar la empresa en 1876 sin que su vida tome derroteros claros. Como ya se ha dicho, fue en 1880 cuando decidió convertirse en pintor. No había recibido formación alguna en el oficio, pero sí tenía un proyecto artístico decidido: ver la naturaleza “a través del propio temperamento”, como escribió citando a Zola. Y un ramillete de referencias a las que nunca dejó de ser fiel, desde la gran pintura holandesa del XVII, con Rembrandt a la cabeza, a Jean-François Millet y los pintores de Barbizón.
La impronta de Millet es patente en los cuadros de tejedores enfrentados a sus máquinas que pintó en Suenen, en el Brabante belga, en 1884, y aún más en la cadencia procesional de Labrador con mujer sembrando patatas de ese mismo año, pese a la disposición plana y decorativa en bandas del paisaje en que se insertan todavía de forma vacilante las figuras. Su ambición de convertirse en pintor de la vida campesina como su mentor cuaja un año después en Los comedores de patatas, la única composición de figuras en grupo que hizo en toda su vida y de la que en 1890 seguía pensando en hacer una segunda versión.
En marzo de 1886, Vincent se presenta en París procedente de Amberes y se instala con Theo en su pequeño apartamento. El hermano menor ya es para entonces un marchante joven, inquieto y experimentado que dirige la galería de Bouzo & Valadon del bulevar Montarte. Teo trata con obras de impresionistas como Camille Pissarro y el propio Claude Monet, pero su cantera principal está en los seguidores más jóvenes de la senda abierta por ellos.
Su inmersión inmediata en el medio parisino con la guía experta de su hermano le llevó a entender enseguida las reticencias que su paleta sombría y terrosa había despertado en Theo. Nunca renunciará a su admiración por Millet y los pintores de Barbizón, pero solo ahora entiende la verdadera importancia del color de Eugène Delacroix sobre el que se asienta la revolución impresionista.
Por medio de Theo conoce a Guillaume, Gauguin y Pissarro –que dirá después que enseguida tuvo la sensación de que Van Gogh “bien se volvería loco, o bien nos dejaría a todos muy por detrás; pero no sabía que haría ambas cosas”–, y en el estudio de Fernand Cormon, donde va a estudiar el desnudo y el dibujo de modelos de escayola, a Toulouse-Lautrec y Émile Bernard.
Pero Vincent se ahogaba en París. Necesitaba un lugar solitario donde digerir el torbellino de experiencias de los dos años de Montmartre y decidió partir hacia el sur en febrero de 1888. Theo le garantizó una modesta pensión con la que pudo instalarse en la célebre casa amarilla de la plaza Lamartine de Arlés. Para Vincent la Provenza significa la entrega sin reservas a la pintura al aire libre, salía a pecho descubierto y anclaba su caballete firmemente para resistir los embates del mistral.
Vincent siempre quiso que Theo extendiera la protección económica que le dispensaba a otros pintores emergentes, sobre todo a Bernard y Gauguin. Le hace ver que si se instalan con él en Arlés y comparten gastos el plan puede ser viable. Theo, crecientemente interesado en la obra de Gauguin, le propone la idea y consigue que este acepte.
A Van Gogh, la perspectiva de la compañía de su amigo, al que considera mejor pintor que él, le excita extraordinariamente. Sin dejar de pintar incansablemente en el campo, buena parte de su obra en los meses anteriores a la llegada de Gauguin a Arlés está destinada a decorar la casa amarilla, para la que compra nuevos muebles. Ese es el destino de los cuadros que hace de su dormitorio.
Si Gauguin estaba a regañadientes en Arlés, la difícil convivencia con un Vincent cada vez más desequilibrado no hizo más que empeorar las cosas. Una noche en el café, Van Gogh, borracho, lanzó un vaso a la cara de su amigo, que este esquivó de milagro. Gauguin anunció su partida, lo que lo alteró aún más. Años después, Gauguin contaría que Vincent lo persiguió la noche del 23 de diciembre con una navaja en la mano. Fuera así o no, lo cierto es que, víctima de alucinaciones, Van Gogh se cortó esa misma noche la oreja izquierda, y tras contener la hemorragia se acercó hasta el burdel que frecuentaba con Gauguin y entregó la oreja a una prostituta.
A partir de aquí su vida se convierte en un calvario. Internado en el hospital de Arlés, tras dos semanas en el hospital, reingresa a principios de febrero tras un segundo ataque. En mayo de 1889 decide ingresar por propia voluntad en el psiquiátrico de Saint-Remy, donde pasa un año sufriendo terribles brotes –alguno de hasta nueve semanas– que cuando cesan lo dejan sumido en el agotamiento. Sin embargo, cuando recupera las fuerzas puede trabajar y tanto sus cartas como sus cuadros muestran la energía y la lucidez de costumbre.
El 27 de julio de 1890 se dispara en el pecho con un revólver. Consigue volver a la pensión Ravoux y fallece dos días después con Theo a su cabecera. Ya no verá enloquecer a su hermano, que muere en enero del año siguiente tras ser internado en una clínica de Utrecht.
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