Josefa del Águila Ceballos de Federico de Madrazo

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Alicia Koplowitz acaba de donar al Museo del Prado este retrato que pudo verse en la monográfica que la pinacoteca nacional dedicó al pintor en 1994. La obra, una de las más relevantes del periodo de madurez del artista, suple la carencia de un retrato femenino de cuerpo entero en exterior de la década de 1850. La pieza podrá verse en sala a partir del próximo 7 de mayo

El pasado lunes 2 de abril, el Real Patronato del Museo del Prado, en su sesión plenaria, ha aceptado la donación ofrecida por Alicia Koplowitz del retrato de Josefa del Águila Ceballos, luego marquesa de Espeja, obra de Federico de Madrazo (Roma, 1815-Madrid, 1894) fechada en 1852.

Desde su exhibición en la muestra monográfica que el Prado dedicó a Federico de Madrazo en 1994, esta obra era uno de los objetivos prioritarios de enriquecimiento de las colecciones del Museo, carentes de un retrato femenino de cuerpo entero en exterior de la década de 1850. Este periodo es justamente el de mayor calidad en la trayectoria de Federico de Madrazo, el mejor retratista español en ese decenio y el que obtuvo la mayor fama internacional. Ningún otro pintor de retratos alcanza en esos años en España la calidad que esta obra revela.

La pintura, en buen estado, conserva su marco isabelino original, de gran calidad, actualmente en restauración para exponerse en sala a partir del próximo 7 de mayo.

Josefa del Águila Ceballos, luego marquesa de Espeja, por Federico de Madrazo y Kuntz, 1852, óleo sobre lienzo, 220 x 130 cm, Madrid, Museo Nacional del Prado. Donación de Alicia Koplowitz, 2018.

La retratada, doña Josefa del Águila y Ceballos Alvarado y Álvarez de Faria (San Sebastián, 16 de febrero de1826-Madrid, 26 de diciembre de 1888), casada en 1850 con José María Narváez, II vizconde de Aliatar y años después II duque de Valencia, tenía 26 años cuando, según la fecha del lienzo, se realizó el retrato, que se completó dos años después por el artista.

Este retrato, de gran elegancia en la pose, interpreta con personalidad propia el gusto de refinada elegancia puesto en boga por Jean-Auguste-Dominique Ingres, con un tratamiento de gran calidad en el magnífico vestido de encaje, el chal bordado y el tocado de plumas.

El cromatismo, de gamas muy claras, entre el blanco marfileño del chal y el sedoso del vestido que deja transparentar la falda es muy delicado. En la ejecución destacan las transparencias de los encajes, cuyo rico dibujo está tratado con una pincelada precisa, capaz de perfilar con nitidez cada detalle.

El fondo, tras la escalinata con balaustrada, de un parque con altos árboles y cielo azul está tratado con una pincelada amplia. Este aristocrático escenario es muy similar al que el artista había ensayado ya en su retrato de Leocadia Zamora y Quesada (Madrid, colección particular), fechado cinco años antes, cuyo éxito debió de mover al artista a repetirlo. Años después, en 1858, aún haría una variación de este fondo en el retrato de Bárbara de Bustamante y Campaner (Madrid, colección particular).

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