El glamour del siglo XX suena a música y se pinta con dibujos de Penagos, Bartolozzi, Rikardo o Sáenz de Tejada. Con la exposición A Ritmo de jazz. Art Déco en la Colección ABC este centro expositivo se suma al nuevo Madrid Design Festival 2018. Hasta el 4 de abril
Joséphine Baker contonea sus extremidades de ébano solo ataviada con una falda de plátanos. Es un escándalo. Únicamente los coloristas y exóticos Ballets Rusos le hacen sombra en los escenarios. El cubismo, como otras vanguardias, tiene prohibida la entrada a los Salones. «¡Son unos degenerados!», gritan los academicistas. La Bolsa sube y también las flores de loto, los escarabajos y las pirámides que traen consigo el descubrimiento de la tumba de Tutankamón en 1922. Lo exótico, ya sea de África, América Central u Oriente, vende. Y, a la vez, hay una fascinación por las máquinas. Se baila a ritmo de jazz mientras The New York Times habla de «el retorno de la música de los ‘salvajes’». Estamos en 1925. Y las noches son largas. Están repletas de flappers, humo y alcohol. París, recuerden, era una fiesta.
Introduzcan todos esos ingredientes en una coctelera –Baker, Picasso, Diághilev… y algún faraón–, añadan un poco de los estilos históricos. Agítenlo –prohibido remover– y tendrán el art déco. El estilo que reinó de 1910 a 1935 y que nació para salvar a Francia. Y, dispuestos a volver a imponer su estilo al mundo, a los franceses no se les ocurrió otra cosa que dedicarle una exposición internacional a las artes decorativas. ¡La primera en el mundo! El objetivo era parar el auge del diseño y la fabricación austriaca y alemana y resucitar una industria moribunda. Proclamar al mundo la supremacía francesa en la producción de artículos de lujo.
La Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industrias Modernas de París se inaugura, con diez años de retraso, en abril de 1925. Recibe 16 millones de visitantes en seis meses. Es la consagración de un estilo, donde se abrazan tradición y modernidad, lujo y funcionalidad. Entre tanta opulencia no hay hueco para filosofía ni utopías. Es el triunfo de lo pragmático. Otra forma de entender la modernidad, más allá de vanguardias históricas. Un estilo al que no tuvieron tiempo ni de bautizar. Es en los años sesenta cuando se adopta la abreviatura de la exposición internacional para referirse a él.
En versión española
Una veintena de países fueron invitados a participar. La única condición era que las obras expuestas debían ser completamente modernas, sin copia de estilos históricos del pasado. España consiguió plaza pero rápidamente quedó fuera de juego con un pabellón de estilo regionalista. Lo firmaba el arquitecto Pascual Bravo Sanfeliú. En cambio, en el interior del Grand Palais brillaban los carteles de Rafael de Penagos –fue premiado por los organizadores–, Salvador Bartolozzi, Ramón Manchón Herrera, José Capuz y Larraya. Los tres primeros, presentes en esta muestra.
Según importantes críticos, la mayor aportación española al art déco fue la producción gráfica y muchos de sus autores están en la Colección ABC. De la popularidad y el éxito de este movimiento son testigo los dibujos originales que se presentan en A ritmo de jazz. Art déco en la Colección ABC. Están firmados por Rikardo, Santonja, Romley, Loygorri o Sáenz de Tejada y son fruto del interés de los editores de ABC y Blanco y Negro por transmitir a sus lectores lo último. Unas ilustraciones que invitan hoy a viajar a una época marcada por la elegancia, el refinamiento y el exceso.
Claves de éxito
El art déco tuvo unos padrinos que, armados de aguja y dedal, no solo impusieron una nueva forma de vestir sino que encargaron sus salones a arquitectos y decoradores. Hablamos de Poiret, un auténtico coolhunter de la época, pero también de Lanvin, Patou, Paquin, Chanel, Vionnet, Tabot… Desterraron el corsé, acortaron las faldas y el pelo para facilitar que se bailara el charlestón. Impusieron el corte al bies para dibujar el cuerpo femenino. Si en el armario reinaba una nueva sencillez y ligereza, aunque estuviera confeccionada en tul y lentejuelas o en tejidos de lamé brillantes, los interiores también debían girar hacia una simplificación de la arquitectura y la decoración. El biombo o los muebles que dividen espacios son pieza claves. Todo es provisional. Es época de los ensembliers (decorador).
Las formas redondeadas y orgánicas del art nouveau dan alergia. Para ser modernos –al fin y acabo, todo se reduce a eso– los muebles se visten de geometrías y líneas rectas. Vuelve el gusto por la simetría. Alguien lo define como «cubismo domesticado». Y todo envuelto en una excelente factura donde lo exótico vuelve a ser protagonista, ahora a través de los materiales. Se utilizan maderas inusuales como el ébano, la palmera o el jacaranda, traídas de bosques tropicales. Hay detalles en marfil o esmaltes cerámicos. Acabados en laca o galuchat –piel de tiburón–. Es el triunfo del ornamento.
Solo al final del reinado del art déco hay un intento por simplificar al máximo. Charlotte Perriand, Le Corbusier o Eileen Gray trabajan en esa línea. Pero ya es tarde. La guillotina ha caído y la vuelta al historicismo, por un lado, y el triunfo del Movimiento Moderno, por otro, han puesto punto y final al art déco. Porque desde ese momento, el estilo será esa república donde cabe más de una voz.