La galería Lucía Mendoza (Madrid) presenta la primera exposición individual de este escultor italiano que centra su trabajo en el estudio del alma humana. Bajo el título Inside View, una serie de piezas talladas en madera de tilo recrean escenas cotidianas donde las figuras realistas se sitúan en espacios abstractos despojados de cualquier detalle u ornamento. Hasta el 7 de abril
Lucía Mendoza lleva siguiendo el trabajo de Peter Demetz (Bolzano, Italia, 1969) desde hace tiempo y hace menos de un año le ofreció representarlo en España, aunque se conocieron personalmente unas semanas antes de esta muestra, en Art Miami Context. “Si hasta ese momento yo estaba entusiasmada con trabajar con él, ahora reconozco que estoy fascinada. El valor de su trabajo aumenta notablemente cuando descubres su proceso creativo y sus inquietudes”, explica Mendoza.
Peter Demetz comentaba en una entrevista que realizó la propia galerista que el hecho de ser escultor de madera está relacionado muy estrechamente con su ciudad natal, que está rodeada de cabañas de madera, un material que han trabajado durante generaciones para crear figuras como santos. Y añade que “desde que era un niño sentía tal fascinación por estas figuras que solía decirle a mi madre que quería ser escultor”. VER VÍDEO EXPOSICIÓN
Un sueño que se cumplió tras una buena formación con cualificados profesionales en el tallado de madera a la que sumó también cinco años de Bellas Artes y un máster posterior. También explica que al principio trabajaba más como un artesano que un artista, es decir su planteamiento no iba más allá de dominar la técnica, sin un objetivo artístico, lo que realmente “me sorprendía era ser capaz de dar vida a este material particular”.
Y desde luego que domina el tallado de la madera como dan fe las piezas que ahora podemos ver en Madrid y que destacan por la maestría y la perfección de la ejecución que es superlativa en detalles como manos, cabello o en los pliegues y caídas de la vestimenta de sus figuras.
Y es que el escultor centra su trabajo en la figura humana porque lo que le interesa de verdad es el estudio del alma de las personas. O como comenta en la entrevista, “lo que me inspira es el lenguaje corporal de la gente, cómo se paran o cómo se mueven”. Momentos que capta en fotografías, a veces en su estudio pero también en la calle, “busco un lenguaje corporal espontáneo y sincero, algunas veces me cuesta más de media hora que los modelos actúen de modo natural y olviden que están posando”.
Luego las guarda en un cajón durante bastante tiempo, las vuelve a mirar de vez en cuando y elige una sobre la que va a trabajar, normalmente mucho después, para que sean totalmente nuevas para él. La elección de esa fotografía en concreto es motivada más por un sentimiento que tiene que ver con su lenguaje corporal. A partir de ese momento empieza a imaginar una situación alrededor del personaje. Y añade que en el caso de las piezas donde aparece más de una persona “nunca fueron fotografiadas juntas, sino en momentos ‘diferentes’, lugares también diferentes e incluso, algunas, en países diferentes, solo se reúnen en mi imaginación. Así, que definitivamente no son retratos”.
Sus personajes casi siempre están enfocados desde atrás, nunca se llega a dar un contacto visual entre la figura y el espectador. Es como si esos personajes estuviesen atrapados en su propio mundo al igual que nosotros estamos en el nuestro, aunque son conscientes de que están siendo observados. Un hecho que para el artista está relacionado con el hecho de que sus figuras “son pequeñas, están en cajas, no tienen color, en relación a nosotros podrían resultar extrañas. Si nos miraran de alguna manera se introducirían en nuestro mundo y perderían proporción, consecuentemente les faltaría credibilidad”. Es una invitación a seguirles a su mundo.
Aunque sus esculturas tienen una puesta en escena casi teatral, en realidad no hay adornos ni artificios que apoyen esa “historia”, no hay distracciones, solamente son figuras con cuerpos realistas (“que nos brindan la oportunidad de identificarnos con ellos”, explica Demetz) colocadas en un escenario o espacio casi abstracto, donde el que las contempla ve un horizonte, una pared, “simplemente hecha con una línea, a veces un color (hay que subrayar que el color es de una importancia vital al igual que la iluminación), y es la mente del espectador la que se encarga de transportarle a un horizonte real entre el mar y el cielo por ejemplo, tan solo basándose en una línea y un color”, añade el creador.
Y es que no se trata de contar una “historia”, sino que Demetz crea una situación a partir de la cual invita a cada uno de nosotros a que se imagine su propio relato. No hay más información, no se sabe dónde están o qué miran. “Todas las opciones son posibles, para que nuestra imaginación desarrolle sentimientos frescos o tal vez recuerdos. Cada uno puede ver algo diferente en un mismo espacio. Y mi experiencia me dice que normalmente las esculturas despiertan sentimientos muy personales e íntimos”.
Para el artista también hay un punto de voyerismo, en cuanto se está observando a todas estas personas en un momento íntimo, que suscitan la sensación de que no deberíamos estar mirándolas, como en el caso de Il ricordo (sobre estas líneas), donde una mujer es captada en un momento de gran intimidad, mientras contempla su cuerpo semidesnudo en un espejo, “es un poco como si estuviésemos yendo un poco lejos (…). Mis personas de madera no saben que están siendo observadas, por eso actúan naturalmente, sin condicionamientos”. Los temas que reproduce en sus esculturas son momentos cotidianos que todos hemos vivido, aunque tengamos diferentes estilos de vida, trabajos o estatus social, como en el caso de la pieza In those days, una reflexión sobre cómo a pesar de que todos “llevamos uniformes” que nos clasifican, son solo ornamentos que no nos definen cómo somos.
El artista trabaja con dos tamaños, el real y otro pequeño. Para Demetz es más importante este último porque con él consigue una experiencia más íntima, ya que el espectador necesita acercarse más a la obra. Los dos tamaños lógicamente tienen un impacto y percepción diferente, el grande es más teatral, escenográfico y, por tanto, son piezas más enérgicas pero quizá pierdan sensibilidad.
Demetz coloca muchas de sus obras dentro de cajas porque como decíamos antes la luz y el color son cruciales para crear la atmósfera que desea. Sus primeros trabajos eran, sin paredes, y en madera sin color, de tal manera que la luz a su alrededor cambiaba. Pero como explica, “resultaban difíciles de iluminar porque no me gustaban las sombras. Si pones un foco de luz obtienes una sombra y necesitarás un segundo foco para crear una segunda sombra, de esa manera la obra empieza a construir su complejidad”. Esto le llevó a pensar que debía experimentar con el color, aunque le llevó dos años incorporarlo a su trabajo porque tenía miedo de perder la magia que destilan sus piezas: “Si pintas figuras con pantalones azules y camisas blancas es lo previsible, no hay nada más que imaginar, pero si no tienen color añades un extra de magia. Entonces probé el color en la base pero aun así no funcionaba, así que decidí crear las cajas en las que podía poner las luces exactamente donde las necesitaba y el color se colocó solo. Las cajas me permiten crear todo ese mundo con una intención exacta”.
En definitiva, una exposición que merece, y mucho, la pena visitar porque además de disfrutar de la belleza de las propias piezas y de descubrir a un virtuoso artista en la técnica de tallar la madera también ofrece al visitante una alegoría sobre la maravillosa vida cotidiana de todos nosotros y es que como afirma Demetz, “la vida no está hecha de momentos brillantes. Si vives muchos momentos brillantes y el resto del tiempo no te sientes bien con tu vida es que algo no funciona. Si los momentos álgidos son menos y son esos momentos diarios los interesantes entonces tienes una gran vida, el resto es solo ruido”.
Á. S. C.