La Sala Románica de la abadía de Santo Domingo de Silos (Burgos) acoge casi 30 obras fechadas entre 1928, periodo de formación, hasta los últimos años cuarenta. Una exposición que descubre a muchos artistas en uno o, si se quiere, a un artista en plena metamorfosis hacia la modernidad. Hasta el 15 de mayo
El pintor burgalés Modesto Ciruelos (1908-2002) todavía aguarda a ser conocido en su verdadera dimensión por el público y quizás también por los historiadores del arte. A pesar de su condición de pionero del arte abstracto español, y de una presencia destacada en galerías e instituciones públicas desde los años cuarenta, no es habitual oír su apellido entre los que se suelen recitar de memoria al respecto del arte español de posguerra más interesante.
Precisamente para que esa situación cambie, la Fundación homónima realiza desde hace años una magnífica labor de presentación de su arte a las generaciones contemporáneas, sobre todo mediante exposiciones antológicas y, en fechas recientes, también mostrando facetas menos conocidas del pintor.
En esta segunda categoría debemos situar la presente muestra, Ciruelos, de la academia a la vanguardia, 1928-1947, con casi treinta obras fechadas entre el periodo de formación (desde 1928 como alumno de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando) y los últimos años cuarenta. Algunas de ellas nunca habían sido vistas, con lo que eso significa de saludable ejercicio intelectual que obliga a repensar su arte, confirmando así su actualidad y que su legado plástico se mantiene vivo.
Fueron años muy intensos (para él, para el arte y para la sociedad española en general), participando en colectivos avanzados como los Artistas de Acción (1932) y exponiendo, en su caso, dentro de los circuitos oficiales: Nacionales de Bellas Artes y Salones de Otoño. Algunas de sus obras de entonces, como el Autorretrato o Ciclistas, respiran ese aire de las nuevas figuraciones que fueron hegemónicas en Europa en el periodo de entreguerras. Otras, en cambio, como las que envió al pabellón español en la exposición de París-1937, blanden trazos más libres y expresionistas, mientras que en un tercer grupo de piezas (el de las figuras del Valle de Ansó) perduran recuerdos poscubistas.
Tras la Guerra Civil vendría un periodo de progresiva recuperación de la normalidad en el que Ciruelos celebra sus primeras individuales, que tendrían lugar en las galerías más implicadas en la llegada de la vanguardia a aquel Madrid: las grandes salas del momento (Biosca, Estilo o Clan) colgaron sus obras, le dieron a conocer y, seguramente, le animaron a adentrarse en esa terra incognita que aún era el abstracto en España. La exposición descubre a muchos artistas en uno o, si se quiere, a un artista en plena metamorfosis hacia la modernidad.
J. P. S.