En las dos décadas que el dictador Mussolini ocupó el poder en Italia intentó despojar el centro de la Ciudad Eterna para fundar algunos barrios como Garbatella, con el fin de exaltar Roma y el fascismo. Todo ello respondía a su idea del poder a través de la reverencia al Imperio, al catolicismo y el patriotismo inmortal. Invitamos a nuestros lectores a un recorrido por estos edificios
Mussolini, a diferencia de Saturno, fue devorado por sus hijos, reacios a una dictadura perpetua. Si en el ámbito militar provocó heridas al país imposibles de cicatrizar, en las dos décadas que estuvo en el poder sí dejó constancia de una importante labor de ingeniería y urbanismo, ceñido con una colosal herencia megalómana en temas de arquitectura, pintura y escultura. Il Duce despobló, fundando así algunos barrios de la capital como Garbatella, Piazza Venezia y Via della Conziliazione para dotar de magnitud a varios símbolos: el Coliseo, el Altar de la Patria y la Basílica de San Pedro. El poder a través de la reverencia al Imperio, al catolicismo y al patriotismo inmortal e imperecedero.
Como cualquier dictador, se nutrió de una tierra confusa, maleable, débil, y en este caso demasiado joven (Italia tiene poco más de ciento cincuenta años de historia). Pero también dotó a la arcaica urbe de un tipo de arquitectura racionalista (surgió tras la Gran Guerra con Le Corbusier o Van der Rohe) para conmemorar el 20º aniversario de su marcha por Roma en 1922, delante del mismísimo rey Víctor Manuel III. Fue así como dio a luz EUR42, un foro del siglo XXI destinado a acoger una Exposición Universal en ese mismo año, y que nunca pudo celebrarse por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Pero como no se le pueden poner diques al mar, ésta no hizo sino detener momentáneamente una idea –de propaganda– que había comenzado a tomar forma en 1937 con los arquitectos Marcello Piacentini, Giuseppe Pagano, Luigi Piccinato, Ettore Rossi y Luigi Vietti.
El fin era exaltar Roma y el fascismo mediante el éxito de la universalidad y el estilo. Referencias al agua, materiales como el cristal y plantas cuadradas en las diferentes construcciones aventuraban el futuro en un lugar condenado a sufrir en la jaula del pasado. Todo ello distribuido en 410 hectáreas, entre los barrios de San Paolo, Magliana y Laurentina, para mostrar espacios amplios, imponencia, monumentalidad, eficacia, progreso tecnológico y una grandeza organizativa, civil y política de un lugar que por fin se asomaba a su mar. Así lo habrían querido sus emperadores. “Roma puerto de mar”, llegó a decir Mussolini en uno de sus últimos retazos de ansia y delirio. Allí también construyó su búnker; los otros estaban debajo del Monumento a Vittorio Emanuele II y en Villa Torlonia.
Ciudad futura
El ideal del fascismo fue la representación de un orden social político consolidado, y lo quiso testimoniar para siempre con esta urbe dentro de la metrópoli. Así, el mundo entero, a través de estos Juegos Olímpicos de la Ciudadanía, pudo ver la superioridad de la Italia mussoliniana en todas sus esferas: iluminación, geometría y arte, donde se exhibieron nuevos lenguajes como la escenografía, diseño urbano y proporción urbanística. Una convivencia entre acto creativo y lógica industrial. Un sueño utópico de unir pintura, escultura y diseño italiano.
Así, el EUR actual cuenta con su Foro, Colisseo y Campidoglio modernos, edulcorados con frescos y mosaicos. Pero también con Iglesia, lago e imponente avenida (Via Imperiale, actualmente Cristoforo Colombo) que la unía como la Via de los Foros Imperiales. Todo en un exquisito rigor compresivo, simetría, traza ortogonal… Una simbiosis con el clasicismo. Un respeto supremo hacia él, pero sólo a través del culto al progreso. La poderosa imagen de Anita Ekberg –delante del Palazzo della Civiltà– en el episodio que dirigió Fellini en Bocaccio 70 representa este cambio de tendencia.
La naturaleza iracunda del déspota se vio obligada a suspender su gran carnaval en 1942 por el conflicto bélico, pero no le impidió sentar las bases para terminar la obra, ya sin él, tras un dopoguerra cruel para la población: caída del fascismo, aislamiento, ocupaciones alemana y norteamericana. Sólo con De Gasperi, presidente del Consejo de Ministros, los homéricos edificios del EUR volvieron a ver la luz a mediados de siglo.
Palazzo della Civiltà Italiana
Su inscripción superior delata al régimen: “Un pueblo de poetas, de artistas, de héroes, de santos, de pensadores, de científicos, de navegantes y de transmigradores”. Inspirado, como todo el EUR, en ciertos ideales gélidos de la pintura metafísica (nueva dimensión, ligereza, extraordinario a partir de lo ordinario) de Giorgio de Chirico y Mario Sironi, fue bautizado como el Coliseo Cuadrado. Sus arcos rememoran a los del Anfiteatro Flavio, del que toma bases arquitectónicas para redefinirlas acorde a los nuevos tiempos. Está dotado de una estética rica y lineal, aportando ritmo y equilibrio a la estructura. Revestido con travertino (roca sedimentaria), ofrece la forma de un paralepípedo de base cuadrada, con 68 metros de alto, custodiado por esculturas que refuerzan su significado artístico y alegórico: Dióscuros en sus cuatro lados (similares a los del Campidoglio y el Quirinale, dos de las colinas más importantes), además de los mitos griegos Zeus y Leda, y una serie de 28 representaciones de la actividad humana: música, genio político, heroísmo, trabajo, comercio, filosofía, poesía…
En un ferviente encomio al vacío, cada lado cuenta con 54 arcos repartidos en sucesiones de seis filas horizontales (el mismo número de las letras que contiene el nombre del dictador: BENITO) por nueve verticales (MUSSOLINI). En su esencia, representa el monumentalismo retórico, donde conviven la purificación de lo superfluo y la tendencia al neoclásico. Un icono de la arquitectura del Novecento donde se entremezclan clasicismo y modernidad, artesanía italiana con mutaciones sociales e históricas. Su estética, además de a importantes directores de cine como Rossellini, De Sica o Elio Petri, cautivó a maestros de la fotografía y el diseño como Karl Lagerfeld, Andrea Jemolo o Gabriele Basilico.
Palazzo dei Congressi
De planta cuadrada y cubierto con bóveda de crucería, presenta un pórtico anterior con 14 columnas de granito sin capitel, que adelantan el atrio. Iluminado éste mediante una bóveda acristalada generando plasticidad y juegos de luz y color. En su interior aparecen mayestáticamente frescos de Aquiles, además de escenas de la vida romana.
El edificio es un prodigio de reducción y minimalismo en la decoración, que parece flotar y sostenerse en el aire. Destaca un teatro al aire libre dentro del recinto, además de un importante panel decorativo realizado por Gino Severini con escenas relacionadas con el cultivo y la labranza. De hecho, en 1953 acogió a la primera gran exposición de la agricultura en la capital.
Palazzo degli Uffici
Fue la primera edificación del proyecto EUR, y uno de los que más impacto mediático tuvo. Quizás por la naturaleza del mensaje que le corona: “La tercera Roma se extenderá encima de otras colinas a lo largo de la orilla del río sagrado hasta las playas del Tirreno”. Cemento armado, mármol de Carrara y cristal de Murano se ensamblaron en el primer gran arrebato racionalista, fascista y vanidoso.
Presenta una división en dos espacios: Commissario dell’Ente degli Uffici y el Salón de las Fuentes, que ejerce de recepción. Está decorado con mosaicos inspirados en Ostia Antica y alberga la famosa escultura, de herencia clásica, denominada Genio del deporte, del que siempre se valió Mussolini, al igual que Hitler, para demostrar su infinito y enfermizo poder, que incluso le llevó a desviar el inicio del Río Tíber, de Toscana a Emilia-Romaña, para que partiera donde nació y creció el tirano.
El Palazzo lo completa una entrada principal con dos grupos escultóricos (león en lucha contra el centauro y héroe combatiendo contra quimera) realizados por Dino Basaldella. La guinda la puso Giorgio Quaroni con el fresco del atrio, una representación de “La fundación de Roma”, donde Rómulo traza un surco de la ciudad en el Palatino mientras le circunda una divinidad que asiste al nacimiento de un nuevo mundo.
Basílica de los Santos San Pedro y Pablo
Simbolizó el punto espiritual del barrio, representando así la versión contemporánea de la Basílica de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano. No tiene los brazos del cristianismo que compuso Bernini, pero sí una majestuosa escalinata que la eleva en una colina, situada en un punto estratégico. Así, como también sucede al Coliseo Cuadrado, puede ser vista desde cualquier ángulo en todas sus esferas. De noche, ambos edificios reciben una capa de luz transformándoles en entes místicos y divinos.
Proyectada por Arnaldo Foschini, y según recoge el libro EUR la city di Roma, la iglesia cuenta con un tambor cilíndrico que sostiene la cúpula de 72 metros, que supone una solución milagrosa a los problemas de luminosidad y aire. Fue completada tras la Guerra, incluidas las figuras escultóricas de Pedro y Pablo, apóstoles representados en ocho episodios distribuidos en el portal principal. El más importante: La entrega de llaves a Pedro, un guiño a la obra cumbre de Il Perugino. Alegoría del poder de la iglesia católica y del papado. La cuadratura a un círculo que se abrió cuando, huyendo el apóstol de Roma por la Via Appia, encontró a Jesús. Éste, en respuesta a “Quo Vadis?” (¿Dónde vas?), dijo que a la ciudad para ser de nuevo crucificado. El mensaje hirió la conciencia de Pedro, que cambió rumbo y así alteró para siempre la historia.
Plaza de las Exedras
Estuvo pensada para ser la entrada principal del área periférica, que comunicara directamente con el centro de la ciudad y sirviera de nexo con la costa. Un punto intermedio, la penúltima escala en la necesidad imperiosa de alcanzar Lido di Ostia. Unos vasos comunicantes que partirían desde Plaza Venecia, para seguir por el Coliseo, EUR y la playa. Una línea recta que tocara varios mundos a través de la Via Imperial, probablemente la mayor realización urbanística del régimen.
Acoge dos edificios (INPS e INA) inspirados en las termas de Trajano. Ambos poseen una fachada cóncava, tres planos, y exhiben mármol arabesco. Parecen abrazar una fuente en medio cuyo agua no es más que el enésimo regalo a un Imperio que la dotó de un poder sobrenatural.
No está lejos de la Plaza Imperial, porticada a ambos lados, coronada por un obelisco en honor a Guglielmo Marconi, el inventor de la radio. Según el arquitecto M. Piacentini, la forma alargada de la plaza pretende evocar el espacio público del Foro. Sobre ella se asoman el Museo de las Artes y Tradiciones Populares y el Museo Prehistórico y Etnográfico.
Archivo central del Estado
No demasiado lejos, el Museo della Civiltà, fue terminado en los años cincuenta gracias al impulso del Plan Marshall. Le revisten columnas en simetría y dinamismo, ahondando en una frase del Duce para la posteridad: “Se redimen los campos. Se fundan las ciudades”.
Tras perder la guerra, y al no evitar la desintegración de la República de Salò, huyó a Milán, donde murió junto a Clara Petacci colgados ambos por los pies. No pudo ver cómo Roma, en 1960, albergó los Juegos Olímpicos, un hecho que posibilitó el desarrollo del EUR en todos los sentidos: lago artificial, zona verde y centro de negocios International style, símbolo del optimismo, del boom económico. El moderno Palazzo ENI, mezcla de cristal y acero, es una construcción icónica que se impone en esta mini ciudad actualmente. Su figura esbelta se refleja, como Narciso, en el agua. Y no sabe si está raudo por el progreso o afligido por el pasado
Sabaudia
A pocos kilómetros de Roma, Mussolini desecó las lagunas pontinas y rehabilitó la zona construyendo algunas ciudades. Por encima de todas resalta Sabaudia, inaugurada en 1934 por Vittorio Emanuele III y Elena de Montenegro. Es íntegramente arquitectura racionalista, un elogio al poder del fascismo que se podría resumir en el famoso mosaico de Ferrazzi para la Iglesia Santa Annunziata: Mussolini, delante de la madonna, recogiendo el trigo. Fue cinco años después de los Pactos Lateranenses, firmados por el autócrata y el cardenal Gasparri; fue cuando Il Duce, que era ateo, comprendió que para gobernar en Italia era necesario acercarse a la iglesia.
Julio OCAMPO