Los rostros pétreos de Palmira

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El Museo Arqueológico Nacional de Aquileia-Údine dedica a la ciudad mítica de la reina Zenobia la siguiente etapa del recorrido Arqueología herida, un proyecto emprendido en 2015 por la Fundación Aquileia con una exposición sobre los tesoros del Museo del Bardo de Túnez, víctima también de la furia destructiva del terrorismo fundamentalista. Hasta el 3 de octubre

La mítica Palmira, una localidad caravanera, definida en el curso de los siglos como “ciudad de las palmeras”, “esposa del desierto” o “Venecia de las arenas”, siempre se privilegió de su posición estratégica entre Oriente y Occidente, un hecho que ha trazado su destino. Ya Plinio el Viejo había destacado esta peculariedad: “Disfrutando de una suerte privilegiada entre los dos mayores imperios, el de los romanos y el de los partos, es objeto de discordia tras las pretensiones de uno o de otro”.

Sobre estas líneas, Altar dedicado al Sol Altísimo, segunda mitad del siglo I d.C., mármol griego, 84,5 x 53 x 53 cm, Roma, Museos Capitolinos. Arriba, de izquierda a derecha, relieve funerario con retrato de Batmalkû e Hairan, siglo III d.C., piedra caliza dorada, 53,5 x 47,3 x 16,5 cm, Roma, Museo delle Civiltà, Colección de Arte Oriental Giuseppe Tucci, y Busto de mujer de un sarcófago de Palmira, segunda mitad del siglo II d.C., piedra caliza, 36,4 x 29,5 x 14,5 cm, Jerusalén, Terra Sancta Museum © Gianluca Baronchelli.

“Tanto Palmira como Aquileia eran lugares de tolerancia y fructuosa convivencia entre culturas y religiones diferentes, además de testimoniar que hace dieciocho siglos el Mediterráneo constituía una unidad integrada no solo desde el punto de vista del comercio, sino también de la circulación de ideas y de los cánones artísticos y narrativos”, con estas palabras presentaba esta exposición el presidente y director de la Fundación Aquileia (y comisario junto a Marta Novello, directora del Arqueológico de Aquileia). Y añade: “queríamos crear un contacto con las realidades dañadas por el Isis, y lo hemos conseguido valiéndonos de 16 piezas originales de Palmira, cedidas por varios museos más las 8 de Aquileia que, a pesar de la distancia geográfica y estilístico-formal poseen fórmulas iconográficas afines. Ambas ciudades eran propensas a la multiculturalidad: Palmira una de las etapas finales de la ruta de la seda, una frontera en medio del desierto, y Aquileia unida al tráfico comercial con el Mediterráneo”.

Relieve funerario con retrato de Šalamallat, segunda mitad del siglo II-principios del siglo III d.C., piedra caliza, 55 x 41 x 23 cm, Jerusalén, Terra Sancta Museum © Gianluca Baronchelli.

Lo cierto es que el carácter de Palmira, encrucijada de ideas, aspiraciones, usos y costumbres, de corrientes formales y estilísticas locales, orientales, griegas y romanas, ha delineado la imagen que sus habitantes han querido dejar para la posteridad a través de sus monumentos funerarios. Estos asumen un papel fundamental en la fama mundial de la ciudad. Gracias a la difusión de estos originales hallazgos –que representan a los antiguos habitantes de Palmira–, como la elegante cabeza de los Museos Vaticanos, cuyo cargo queda revelado por el modius colocado sobre la cabeza de los sacerdotes de Bel, o la cabeza que llega de la Custodia de Tierra Santa adornada por una corona de hojas de laurel. No faltan los comerciantes o funcionarios de la administración pública en las salas de la sede de Aquileia, remodeladas para la ocasión, como el relieve del Salamallat de Jerusalén o el de Makkai procedente de una colección privada.

Relieve funerario con retrato de Makkai, tercer cuarto del siglo I d.C., piedra caliza, 54 x 42 cm, colección particular © Gianluca Baronchelli.

Sin olvidar el célebre universo femenino de Palmira –del que formaba parte la reina Zenobia, que osó desafiar la autoridad de Roma emprendiendo una marcha en la misma capital del imperio–, bien representado en el núcleo expositivo por cinco damas elegantemente vestidas y peinadas. De hecho, maravilla la riqueza de los adornos de las mujeres palmiranas, que abundaban en  pulseras, hebillas, diademas y anillos en todas las partes de los dedos, además de colgantes en forma de campana enganchado a un brazalete espiral, un amuleto difundido en toda la Siria romana. Por su parte, el Museo Tucci presenta una figura femenina vestida a la griega con la túnica y la capa, mientras el niño retratado a su lado aparece vestido a la moda parta.

Relieve funerario de Palmira con busto de difunta con tabla de escribir, segunda mita del siglo II d.C., piedra caliza, Roma, Museo del Vaticano.

Y la curiosidad estriba en el carácter decididamente oriental y en la rígida frontalidad que distinguen los relieves palmiranos, dotados de formas y modalidades de autorepresentación comunes en todo el Imperio romano: los aquileianos aparecen modestos, casi esquivos comparados con los habitantes de Palmira, que transmiten un sentido de seguridad y de complacencia  debido a la impenetrabilidad típica del arte provincial, especialmente oriental.

Cabeza de sacerdote de sarcófago de Palmira, segunda mitad del siglo II-principios del III d.c., piedra caliza, 30 cm, Jerusalén, Terra Sancta Museum © Gianluca Baronchelli.

Así pues, gracias a los préstamos concedidos por Terra Sancta Museum de Jerusalén, por los Museos Vaticanos y por otros museos nacionales, así como por una colección privada más las piezas de Aquileia, a pesar de la distancia geográfica y estilístico-formal, demuestran la misma base cultural que acomuna las dos ciudades.

Lacerto con personificación de Mauritania, segunda mitad del siglo II d.C., 33 x 31 cm, Jerusalén,
Terra Sancta Museum © Gianluca Baronchelli.

Palmira desarrolló el arte del comercio, vendiéndoles a los romanos los bienes de lujo que compraba a los persas, procedentes de las lejanas India y Arabia: incienso, mirra, pimienta, marfil, perlas y tejidos eran objetos de trueque con trigo, vino, aceite y garum. Intercambios que dieron un carácter abierto y cosmopolita a este oasis aramaico, al igual que posteriormente plasmaron el carácter de Venecia.

El teatro: orquesta y edificio escénico, fotografía de de Elio Ciol © Elio Ciol.

La exposición se abre precisamente cuando se cumplen ocho siglos de la llegada a Tierra Santa de los primeros franciscanos, reforzando el significado para la Custodia y para toda la Orden: de hecho, en 1217 los primeros Frailes Menores llegaron a Tierra Santa, iniciando la presencia franciscana en Oriente Medio, el que entonces se llamaba Provincia de Ultramar y dos años más tarde fue el mismo san Francisco el que peregrinó a esas tierras ultramarinas. En aquel tiempo, la ciudad de Palmira, en época romana encrucijada de culturas y lugar de encuentro entre diversas civilizaciones, ya había conocido su ocaso. Desde entonces han pasado casi ochocientos años, durante los cuales la actividad franciscana en Oriente Medio ha continuado ininterrumpidamente al cuidado de los santuarios, a las misiones pastorales y a las obras de caridad, dando además una especial atención a la custodia y conservación del inmenso patrimonio histórico-arqueológico de esta martirizada región.

La Via Colonnata, fotografía de Elio Ciol © Elio Ciol.

Carmen del VANDO BLANCO

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