Más de doscientas obras en papel del grabador y escultor procedentes de las colecciones de la Fundación Giorgio Cini y del museo anfitrión, el Palacio Braschi de Roma, articulan una muestra que pone el foco en la variada actividad del artista veneciano. Hasta el 15 de octubre
Bajo el título Piranesi. La fábrica de la utopía, una exposición compuesta por más de dos centenares de obras gráficas procedentes de las colecciones de la Fundación Giorgio Cini y del Museo Roma en el Palacio Braschi, ilustra plenamente la variada actividad del poliédrico Giovan Battista Piranesi (Mogliano Veneto, 1720-Roma, 1778), un genial grabador y arquitecto que sentía verdadera pasión por la arqueología, la decadente belleza de Roma y sus grandiosas ruinas.
“Cuando me di cuenta de que en Roma la mayor parte de los monumentos antiguos yacían abandonados en los campos, en los jardines o bien eran utilizados de canteras para las nuevas construcciones, decidí conservar el recuerdo con mis grabados. He tratado, pues, de aplicar la mayor exactitud posible”, afirmaba el artista.
Comisariada por Luigi Ficacci y Simonetta Tozzi, la muestra recoge una vasta selección de las obras más significativas de este extraordinario grabador veneciano y figura central para la cultura figurativa del siglo XVIII europeo. Su riquísima producción de aguafuertes, que reflejan sus amplificadas escenografías caracterizadas por grandes contrastes de efectos lumínicos, lo llevaron a un creciente éxito en un mercado artístico de rápida expansión como era el romano y en el período más brillante del Grand Tour internacional.
En esta muestra destacan las célebres Vistas de Roma, con sus increíbles perspectivas arquitectónicas amplificadas; los fantasiosos Caprichos, en los que se entrevé la influencia de Tiepolo; las sugestivas y famosas visiones de su serie las Prisiones, unas cárceles claustrofóbicas concebidas en el centro de la Tierra, y una serie de antigüedades romanas, que fueron diseñadas por el propio artista. Todo ello forma un increíble imaginario con gran impacto en la cultura de la época y que se alarga hasta nuestros días al involucrar arte, literatura, teoría y práctica arquitectónica hasta llegar a la moderna cinematografía.
El veinteañero Giovan Battista llega a Roma en 1740 acompañando a la delegación diplomática de Marco Foscarino, nuevo embajador del Papa en Venecia, y quizá empujado por la escasas posibilidades laborales de su ciudad natal decide quedarse en Roma. Debido probablemente a sus estudios de arquitectura, Piranesi siente enseguida una gran empatía por la Antigüedad clásica, estimulada por su sólida preparación técnica y por su predilección por Tito Livio, el pasado de Roma y por su conocimiento del latín, que había aprendido de su hermano, un fraile dominico. Todos estos factores le dan la capacidad de reproducir unas perspectivas de gran fidelidad, que rozan la perfección y con especial atención a los más mínimos detalles, captadas desde ángulos inusitados.
Sus Vistas de Roma se convierten entre las obras más difundidas –y muy bien remuneradas–; en ellas, Piranesi se centra en la belleza y la atracción que ejercitaba Roma y, al tiempo, colocan a Piranesi en un pedestal, siendo el portavoz visual de la romanidad, cuya teoría queda fijada por el artista en la obra Della magnificenza e architettura de’ Romani (1761), en abierta polémica con la posición opuesta de Johann Joachim Winckelmann, convencido de la supremacía de la arquitectura y de la escultura griegas.
Y en la mirada de Piranesi hacia la Urbe, el Campo Marzio de la antigua Roma (1762) es quizás la que mejor refleja su poética, densa de innovaciones desde la composición hasta el contenido: una obra que condensa en un inmenso capricho, arqueología, mito, invención e historia de su época.
Así pues, esta muestra deja patente la doble naturaleza del singular arquitecto, que construyó poco pero que interpretó mucho, un trabajo que bascula entre la imaginación y la documentación, como ya supo definir Luigi Vanvitelli al juzgarle como un loco genial, incapaz de fabricar pero muy docto en la definición de la imagen, constantemente interpretada en una bipolaridad, desde el respeto y la ruptura de la norma.
Las sensaciones que suscita una imagen dependen del tema, pero cuando el tema es Roma, surgen las emociones y cuando el autor es Piranesi invita a imaginar la Roma del Setecientos entre una columna romana, una fuente de Bernini o un palacio noble: una Roma más bella y eterna, entre sus callejones y sus plazas, hoy transformadas por la modernidad. Y justamente las Vistas de Roma aparecen más reales y documentales con respecto a las apasionantes Prisiones.
En el más apropiado escenario, el suntuoso Palacio Braschi, última morada edificada por encargo del papa Pío IV Braschi (1775-1799), se recompone un capítulo fundamental de la historia cultural romana, en una época de aparente declive, que registra, por una parte, la nostalgia de un grandioso pasado y, por otra, ensalza el momento del esplendor.
Carmen DEL VANDO
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