Pasión por el país del Sol Naciente

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El Teatro Real de Madrid acaba de estrenar la ópera Madama Butterfly de Puccini (hasta el 21 de julio), que se representó por primera vez en este mismo espacio en 1907. Para celebrar esta efeméride, el Museo Thyssen-Bornemisza acoge una exposición que sitúa este estreno en el contexto de la moda japonista que recorrió gran parte de Occidente en el último tercio del siglo XIX. Hasta el 27 de agosto

Madama Butterfly fue estrenada por primera vez en el Teatro de la Scala de Milán el 17 de febrero de 1904 y el 20 de noviembre de 1907 llegó al Teatro Real de Madrid. Hoy cuesta creer que esta ópera, que ha sido de las más representadas en los teatros de todo el mundo, fuese un total fracaso cuando se estrenó. Un fiasco, que por otra parte, no desanimó a Giacomo Puccini (1858-1924), que siguió empeñado en sacar adelante la que él mismo consideraba su obra más sincera y expresiva.

Esta ópera, con libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, está basada en la obra de teatro del mismo nombre de David Belasco que a su vez se inspiró en un relato de John Luther Long. La obra narra la trágica historia de la geisha Cio Cio San, conocida como Madama Butterfly. Las geishas eran una realidad muy extendida por el Japón de finales del siglo XIX.

Sobre estas líneas, En las montañas de Tôtomi, por Katsushika Hokusai, 1831-33, estampa, 25,2 x 36,5 cm, Madrid, Museo Nacional de Artes Decorativas. Arriba, Kosima y Kenkô, por Joaquín Xaudaró, 1904, acuarela y guache sobre papel, 122 x 215 mm, Madrid, Museo ABC de Dibujo e Ilustración.

Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, había establecido relaciones diplomáticas y comerciales con el país a mediados de siglo, y la fascinación por la cuna de las geishas se había extendido rápidamente. La influencia de Oriente –eso sí, un Oriente imaginado desde la lejanía– se plasmaría en obras de muchos artistas europeos y norteamericanos, y seguiría nutriendo la vida cultural occidental hasta bien entrado el siglo XX.

Escena costumbrista japonesa. Geishas, anónimo, h. 1900, fotografía coloreada, 9,5 x 14 cm, Barcelona, MAE-Institut del Teatre.

En esta línea, el personaje de Butterfly encarna el conflicto entre dos civilizaciones irreconciliables, y en la que una de ellas avasalla a la otra. Hombre de gran instinto teatral, Puccini retrata de manera magistral la fragilidad de una geisha enamorada que ingenuamente se cree correspondida por un apuesto oficial de la marina norteamericana, en una partitura en la que se evocan melodías japonesas tradicionales. En esta versión del Teatro Real de Madrid, el director Mario Gas sitúa la historia en un plató cinematográfico de los años treinta, lo que le permite tres perspectivas simultáneas: la ópera en sí, la grabación cinematográfica que se hace de la misma y su reproducción en blanco y negro en una gran pantalla.

Refinada elegancia del Pino de Cinco Agujas, por Kitagawa Utamaro, 1795-1800, estampa, 37 x 25 cm, Madrid, Museo Nacional de Artes Decorativas.

Para celebrar los ciento diez años de su primera representación en Madrid, el Museo Thyssen-Bornemisza ha organizado Madama Butterfly y la atracción por Japón. Madrid, 1868-1915, una exposición comisariada por Juan Ángel López Manzanres, que sitúa aquel estreno en el contexto de la moda japonista que recorrió gran parte de Occidente en el último tercio del siglo XIX y principios del XX y de la que Madrid, aunque en menor medida, también fue partícipe.

La muestra, patrocinada por Japan Tobacco International (JTI), está compuesta por medio centenar de piezas entre pinturas, estampas, carteles, fotografías, porcelanas, libretos teatrales o complementos de moda procedentes entre otros del Museo Nacional de Artes Decorativas, Museo ABC, Museo de Artes Escénicas del Institut del Teatre y el Centro de Documentación y Archivo de la SGAE.

Crisantemas, por Pedro Sáenz y Sáenz, h. 1900, óleo sobre lienzo, 81 x 55 cm, Diputación Provincial de Málaga.

Como decíamos antes, tras casi dos siglos y medio de aislamiento, a mediados de la década de 1850 Japón se vio forzado por Estados Unidos a abrir sus puertas a Occidente. Tal cambio de rumbo en la política japonesa desencadenó profundas tensiones internas que propiciaron la restauración del poder imperial durante la Era Meiji (1868-1912). Un poco antes, la fuerte impronta cultural de Japón se empezó a notar ya en Occidente a través de su participación en las Exposiciones Universales de Londres (1862) y París (1867).

Artistas como James McNeill Whistler, Édouard Manet o Claude Monet fueron algunos de los primeros en sentir la fascinación por el arte japonés, lo que influyó de manera determinante en el curso del arte moderno. Entre los pintores españoles, Eduardo Zamacois y Mariano Fortuny, activos ambos a finales de la década de 1860 y comienzos de 1870 en París, sintieron también una temprana atracción por el arte japonés. Muy próximo a Fortuny, Raimundo de Madrazo participó igualmente de esta pasión japonista introduciendo a veces en sus cuadros motivos orientales como biombos, parasoles o cojines, como en La lectura (Aline Masson), h. 1880-85.

Cortesanas en el teatro, por Tsunoda Kunisada, 1815-20, estampa, 38 x 25,5 cm, Madrid, Museo Nacional de Artes Decorativas.

También en Madrid, las clases altas mostraron pronto interés por los objetos de Japón, reemplazando el papel que hasta entonces habían jugado las chinoiseries como símbolo de distinción social. Gabinetes y salones japoneses se pusieron de moda en palacios y mansiones nobiliarias de fin de siglo, como el del palacio de Santoña, la residencia de Cánovas del Castillo o el palacete de la infanta doña Eulalia de Borbón. Incluso el restaurante Lhardy dispuso de un salón japonés, conservado a día de hoy.

Dentro de un coleccionismo de carácter más enciclopédico, también el marqués de Cerralbo atesoró en su palacio madrileño armas, armaduras y otros objetos japoneses adquiridos en subastas en París, como el juego de recipientes Jubako. Afincado en Madrid desde 1889, Joaquín Sorolla contó, asimismo, en su colección personal con varias obras de origen japonés, entre las que se encontraba un magnífico álbum de grabados surimono que se exhibe en la exposición.

Retrato del actor Ichikawa Danjūro ō VII en el papel de Benkei luchando contra Yoshitsune, por Utagawa Kuniyoshi, h. 1830, litografía en color sobre papel, 288 x 229 mm, Madrid, Museo Sorolla.

Fruto del coleccionismo privado, en la segunda década del siglo XX ingresaron en el recién creado Museo Nacional de Artes Industriales (actual Museo Nacional de Artes Decorativas) diversas estampas y libros, donación del ingeniero y arquitecto Juan Carlos Cebrián, algunos de los cuales se muestran también en la exposición.

El interés por el País del Sol Naciente aumentó a finales del siglo XIX y comienzos del XX, fruto de la Exposición Universal de Barcelona de 1888 y de las noticias de las guerras chino-japonesa (1894-95) y ruso-japonesa (1904-1905). Las costumbres y modos de vida nipones se hicieron más populares, así como su arte, y pintores activos en Madrid en torno al cambio de siglo reprodujeron en pinturas, carteles e ilustraciones motivos nipones, como, por ejemplo, Cecilio Pla (Sin título [Cartel anunciador del baile de máscaras], 1892), Narciso Méndez Bringa (El abanico, 1894; La sombrilla, 1897), Santiago Gómez Regidor (La diosa del aire, 1903), Pedro Sáenz y Sáenz (Crisantemas, h. 1900), Manuel Benedito (Mercedes, h. 1914), Eulogio Varela (Crisantemos, 1904) y Joaquín Xaudaró (Kosima y Kenkô, 1904; Sin título, Nasuno el Samurái, 1907).

El abanico, por Narciso Méndez Bringa, 1894, guache sobre papel, 353 x 250 mm, Madrid, Museo ABC.

La atracción por Japón alcanzó también el mundo de la moda. Abanicos y sombrillas, como los que se presentan en la muestra, fueron los principales complementos nipones que se utilizaban, además del kimono, cuyo uso fue frecuente en el ámbito privado. La reina regente María Cristina y su hijo Alfonso XIII fueron representados ante el monte Fuji en dos rollos a modo de kakemono: La reina María Cristina ataviada como una dama japonesa (h. 1894) y Alfonso XIII niño ataviado como un shogun (h. 1894).

Coro de hombres. Figurín para «Madama Butterfly», por Joaquín Xaudaró , 1907, tinta y acuarela sobre papel, 24 x 16 cm, MAE-Institut del Teatre.

Por otra parte, en el mundo teatral abundaron las operetas de temática japonesa como Ki-ki-ri-ki (1889), La taza de té (1906) o Abanicos japoneses (1909). En 1901, abrió al público un local de variedades apodado “Salón Japonés”, y un año después se estrenó en el Teatro Real la ópera Iris, de Pietro Mascagni.

Pero, sin duda, uno de los hitos más relevantes del japonismo madrileño fue el estreno de la ópera de Giacomo Puccini, Madama Butterfly, precedida de su gran fama internacional, fue bien acogida por el público en una época en la que las noticias sobre el país nipón todavía eran escasas. En la muestra se exhiben, entre otros objetos, el programa de mano y la adaptación al español de la obra, además de una serie de siete figurines realizados por Joaquín Xaudaró para la representación.

Sin título, por Joaquín Xaudaró, s.f., acuarela y guache sobre papel, 301 x 215 mm, Madrid, Museo ABC.

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