La exposición De Caravaggio a Bernini. Obras maestras del Seiscientos italiano en las Colecciones Reales de España, comisariada por Gonzalo Redín Michaus, indaga, a través de una extraordinaria selección de obras maestras, sobre los estrechos vínculos políticos y culturales entre España e Italia en el siglo XVII. Caballerizas del Quirinal, hasta el 30 de julio
Esta gran exposición, que pudo verse en el Palacio Real de Madrid de junio a octubre del pasado año, se muestra en Roma hasta finales de julio. Publicamos un dossier compuesto por varios artículos en el número 208 de la revista Descubrir el Arte (ADQUIRIR REVISTA EN PAPEL) o DOSSIER EN FORMATO PDF. Comisariada por Gonzalo Redín Michaus, esta muestra se vale de una extraordinaria selección de 60 obras maestras de Patrimonio Nacional –algunas de ellas no suelen estar incluidas en los recorridos accesibles al público– para indagar en los fortísimos vínculos políticos y culturales mantenidos por ambos países en el siglo XVII, una época en la que el coleccionismo español de arte italiano retoma la tradición iniciada en el XVI por Carlos I.
De hecho, a través de los altos intermediarios y el coleccionismo emprendido por embajadores y virreyes, llegan a España las obras italianas que confluyen en las Colecciones Reales, lo que contribuye a generar el brote de un gusto y de una escuela nacional que, con Diego Velázquez, llegaría a la cumbre de la historia del arte europea. Y es en este contexto donde las obras de Caravaggio y Bernini, referentes del naturalismo, clasicismo y barroco, se desarrollan respectivamete en la primera y segunda parte del siglo.
Entre las excelentes obras de la exposición, destacan los dos pernios de este intercambio: Salomé con la cabeza del Bautista de Caravaggio (del Palacio Real,) cuya reciente restauración revela la alta calidad de las pinceladas, y La túnica de José de Diego Velázquez (de El Escorial), un lienzo de grandes dimensiones realizado por el artista inmediatamente después de su primer viaje a Italia (entre 1619 y 1630), revelando las influencias recibidas en el encuentro con el arte clásico y la pintura italiana moderna: uno de sus mayores logros, mientras el triunfo como retratista en la corte pontificia llegaría en su segunda estancia italiana (entre 1649 y 1650).
La mejor galería de autores, como el Crucifijo de Bernini (cedido por El Escorial y difícilmente a la vista del público), fue adquirido por el embajador de España en Roma para Felipe IV para el Panteón Real del Monasterio de El Escorial; otras obras, compradas por los representantes de la monarquía española en Italia, acabaron enriqueciendo las colecciones reales, como por ejemplo la Salomé de Caravaggio. Sin excluir que en otras circunstancias las piezas de la exposición fueron fruto de regalos diplomáticos por parte de príncipes y gobernadores de la Península, con el probable objetivo de obtener protección y favores, como en el caso de dos espectaculares pinturas, Lot y las hijas de Guercino y La conversión de Saúl de Guido Reni, donados a Felipe IV por el príncipe Ludovisi para garantizar la protección española en el minúsculo Estado de Piombino.
Aquella emigración/inmigración de artistas fue otra feliz consecuencia de este interés hacia el arte italiano que se tradujo en una invitación a los maestros italianos para que viniesen a trabajar en la corte española: así le ocurrió a Luca Giordano (para nosotros, Lucas Jordán), el pintor napolitano más representado y apreciado en la corte española de la segunda mitad del Seiscientos, activo en España a lo largo de una década, además de Andrea Vaccaro, también partenopeo, que logró el éxito por la elegancia de su ecléctica producción o, viceversa, el español José de Ribera (para los italianos, Jusepe de Ribera, “lo Spagnoletto”) que llega a Roma en 1606 para acabar transcurriendo la mayor parte de su existencia en Nápoles. Suyas son las cinco magníficas pinturas que se pueden admirar en esta muestra, entre ellas, el magnífico Jacob y el rebaño de Labán, un óleo que despliega una fuerza y una vericidad extraordinarias. Su luminosidad, gama cromática y libertad de pincelada se remiten a la corriente neoveneciana de gran efecto para el pintor a partir de 1632.
La escuela napolitana es la más presente en las colecciones del Patrimonio Nacional, debido a los dos siglos de gobierno español en el territorio. A pesar de su brevedad, las dos estancias en Nápoles de Caravaggio marcaron decididamente la pintura del virreinato. En la primera mitad del siglo, el principal exponente de su escuela fue José de Ribera, activo en la capital partenopea desde 1616. Su visión del San Jerónimo en meditación corresponde al repertorio de imágenes típicas del artista, capaz de traducir en inimitables pinceladas las señales de la vejez.
Mientras de Velázquez, La túnica de José estuvo colocada junto a la Fragua de Vulcano en el palacio del Buen Retiro de Madrid, probablemente realizados por el sevillano a la vuelta de su primer viaje a Italia (1629-1631), que le dejó una huella imborrable.
Cabe recordar que en 1819, por voluntad del rey Fernando VII, fue creado en Madrid el Museo Real –el posterior Museo del Prado– para acoger los núcleos de obras procedentes en su mayor parte de las Colecciones Reales. Las que no se trasladaron al museo permanecieron en las residencias a disposición de los monarcas, los llamados Reales Sitios. En 1865, la reina Isabel II renunció a la propiedad personal de los bienes heredados de sus antepasados y cedió su gestión al Estado, poniendo las bases del actual Patrimonio Nacional. Y procede de este fondo coleccionístico las obras maestras presentadas en esta ocasión en Roma, seleccionadas según el criterio de su excepcional valor artístico e histórico.
Como declara el presidente de Ales S.p.A, para las Caballerizas del Quirinal, gran escaparate de la cultura italiana, Mario de Simoni: “Se trata de una exposición de extraordinario relieve, que permite apreciar también en Italia las sorprendentes restauraciones de obras maestras de la talla de La túnica de José de Velázquez y Salomé con la cabeza del Bautista de Caravaggio. Doy las gracias al Grupo Abertis, protagonista de duraderas inversiones en nuestro país, que ha reconocido la importancia de la exposición, haciendo posible la versión italiana”.
Carmen del VANDO BLANCO