Después de cinco años, la galería Fernández-Braso de Madrid acoge de nuevo el trabajo de este artista segoviano. Una serie de obras que van de 2013 a 2017 en las que están presentes su paisajes atmosféricos y las sonatas Tormenta y tempestad, de Haydn. Hablamos con el pintor de sus últimas exposiciones y de su universo creativo
A finales de 2012, Alberto Reguera (Segovia, 1961) presentó en la galería Fernández-Braso la muestra Paisajes sin límites, una serie de pinturas tridimensionales donde ya se vislumbraba su tendencia a escapar de los límites del espacio del cuadro y a acentuar su rasgo tridimensional. Cinco años después vuelve al mismo tema, el paisaje, pero en este caso lo hace desde una vertiente diferente: la pintura en expansión más allá de los límites de la misma, al recubrir el objeto pictórico o partiendo de este en una acción dinámica y gestual propia del expresionismo abstracto.
Y es que el artista confiesa que está en un momento de su carrera en el que ha conseguido simultanear todas las facetas que trabaja, la pintura, la pintura tridimensional, la expansiva, la instalación pictórica, la fotografía y el vídeo. “He tardado cinco años en volver a exponer con mi galería porque he tenido muchos proyectos fuera y dentro de España, aunque al final creo que ha sido bueno hacer la muestra en estos momentos porque me siento mucho más seguro”.
Los paisajes abstractos de Reguera son sensaciones, emociones, atmósferas y ensoñaciones de paisajes reales que el artista interioriza en sus viajes porque como afirma “mi trabajo está condicionado por el viaje, yo vivo entre París y Madrid y paso mucho tiempo en Asia por mis exposiciones. Y, al final, el resultado es una fusión entre el paisaje interior y exterior”. Sus pinturas remiten a los pintores que trabajaban los paisajes atmosféricos, desde Constable a Monet pasando por Claudio de Lorena y Turner, por esa fusión en el horizonte de los elementos naturales, en el que se pierden los contornos (como en la obra Escapada celeste).
En Miradas expansivas muestra una serie de pinturas que van desde 2013 a 2017, donde además de sus paisajes atmosféricos, es la música, en concreto una serie de sonatas, Tormenta y tempestad, del compositor Joseph Haydn, la que genera una serie de relaciones sinestésicas con las pinturas expuestas. “Hay tres obras en las que he intentado transcribir en el lienzo esa tormenta, en mi caso matérica, como si una nube envolviese todo”.
Reguera realiza dos tipos de pintura expansiva, la que hace directamente sobre el muro y la que realiza sobre otro soporte porque para él es muy interesante cuestionar el uso tradicional del soporte y superponerlos, lo que le permite hacer estallar la materia que está dentro, como si la materia se fugase o el propio objeto pictórico sangrase toda esa materia pictórica, y desarrollar a la vez dos tipos de trabajo. Y en esta dualidad, hay pinturas más agresivas, como si la propia pintura estuviese expulsando sus tripas, y otras mucho más vaporosas, suaves, que terminan convirtiendo lo pesado en leve. Esa hemorragia es, como decía Guillermo Solana en el catálogo de la exposición El aura de la pintura, “un gesto pictórico añadido en el último momento a los colores y texturas del cuadro; es un suplemento circunstancial y provisional, una suerte de prótesis ad hoc en función de una exposición concreta en un espacio concreto”.
Es importante contemplar las obras desde distintos puntos de vista porque si se ven de frente es como si la pintura expansiva estuviese unida al propio lienzo y si se hace desde el lateral se ve la ruptura. Hay que destacar también que no se trata de una serie sino que cada pintura tiene su propia personalidad, lo que podríamos resumir como diferentes miradas expansivas. “En cierta manera este trabajo es una especie de dicotomía, tiro pintura en plan dripping pero al mismo tiempo la sensación visual es que el cuadro escupe la pintura, intento convulsionar la mirada del espectador”, añade el artista.
Aunque Reguera hace también fotografías se considera sobre todo pintor, como muy bien expresó Juan Manuel Bonet, comisario de la exposición Antípodas (Instituto Cervantes de París del 15 de octubre de 2015 al 8 de enero de 2016), donde se mostraban fotografías y pinturas, “la fotografía es para Reguera el lápiz auxiliar de su pintura”. Eso sí, Reguera tiene un concepto “expansivo” también del hecho de ser pintor: “Me enfrento a las otras disciplinas con la óptica de la pintura e intento llegar a resultados pictóricos desde la fotografía. Quiero reivindicar la vigencia de la pintura en estos días, que se traduciría en que el trabajo pictórico puede tener otros horizontes que hasta ahora no están explorados, ensanchar esa acepción restringida del término pintura, pintamos sabiendo que hay otros materiales, otros instrumentos. Borrar esa idea de la división entre la pintura y la escultura y llevarla al espacio visual”.
Una idea que enlaza con el porqué de su pintura expansiva, “mis cuadros tenían mucha carga matérica y en esa carga matérica hay una parte intangible que no se ve pero que está ahí presente y lo que quiero es intentar a través del gesto pictórico materializar eso que no se ve, el aura de la pintura”.
Y justamente así se tituló su retrospectiva el año pasado en el Museo Esteban Vicente de Segovia. Bajo el hilo conductor de la particular manera de Alberto Reguera para concebir el tema del paisaje a través de las distintas disciplinas, en un recorrido desde 1990 a 2015, un total de 50 obras mostraban el proceso evolutivo de Alberto Reguera desde sus raíces en la abstracción lírica de los cincuenta hasta el expresionismo abstracto norteamericano.
Tanto esta exposición, como la que tuvo lugar en el UMAG Museum de Hong Kong, un total de 29 obras de 2001 a 2005, y cuyo hilo conductor era el color azul, han sido decisivas en la carrera de Alberto Reguera. “La del UMAG tuvo muy buenas críticas internacionales y me ha abierto muchas puertas. Era una exposición difícil porque eran dos estancias semicirculares que había que unir y generar una estructura a partir del azul. Hicimos una serie de maquetas virtuales que nos ayudó mucho para poder trabajar el espacio”.
En la muestra de la galería Fernández-Braso se exhibe una obra realizada en azul de Prusia, que está relacionada con la muestra de Hong Kong y con la idea de Kandinski de que ese color lleva al espectador al infinito y también a la gravitación de la pintura que está condicionada por el movimiento del cuadro, lo que nos lleva otra vez, como cerrando el círculo, que al final todo tiene que ver con esa expansión que está espontáneamente calculada.
Ángela SANZ COCA