En la portada de La sed, el proyecto más personal de Paula Bonet, una mujer mira hacia el frente, su mirada parece perdida pero está empezando a entender. Es la autora quien nos describe la actitud de Bruna Cusí interpretando a Teresa, la protagonista del libro que tenemos entre manos y del que se ocupa fundamentalmente esta entrevista. No porque sea el único proyecto de la artista valenciana, sino porque creemos que es el que más cuenta sobre ella
Desde Descubrir el Arte hablamos con Paula Bonet (Villarreal, 1980) para dedicarle la sección El Autor de nuestra Agenda del número de mayo (Descubrir el Arte 219).
Su libro La sed tienen un carácter tan autobiográfico y recoge tantas de sus inquietudes artísticas que se llevó buena parte del tiempo/espacio, pero además tratamos con ella sobre otros temas que nos hicieron reconocer su compromiso, sus intereses y el dinamismo con el que los contagia en continuas charlas y talleres. Uno de ellos, que se ha desarrollado después de nuestro encuentro, es la conversión de una antigua portería en un edificio modernista de Barcelona en un taller de grabado. Es una pequeña muestra de que quien ha sido reconocida especialmente como ilustradora tiene mucho que decir en otros campos; entre otros, escribiendo y dejándose mezclar con la música, el cine, y haciendo suyo el pensamiento de grandes autoras de la literatura.
Pregunta. Tu nombre empezó a sonar con mucha fuerza como ilustradora hace aproximadamente cuatro años, pero tus primeros pasos no fueron en ese campo, ¿cuáles fueron y qué te ha aportado la ilustración?
Paula Bonet. Mis inicios fueron en el óleo y el grabado, dos técnicas que aparqué durante cuatro años (entre 2010 y 2014) debido a que mi trabajo empezó a funcionar en el campo de la ilustración. Hace poco más de dos años sentí la urgencia de volver a los lugares en los que más cómoda me sentía, llegó un momento en el que la incursión azarosa en el mundo de la ilustración no me hacía sentir cómoda. Veía que podía caer en el error de repetir patrones y de permitir que mis dibujos aparecieran en medios tan dispares como puede ser una campaña de una gran marca, una colaboración con una ONG, o mis proyectos más personales (por ejemplo 813, mi libro-homenaje a François Truffaut- o La sed, mi último proyecto editorial).
La ilustración me aportó la inmediatez y el contacto directo con un público que consumía mi trabajo incondicionalmente, eliminó intermediarios. Este hecho es importante porque me dio libertad absoluta en el momento de trabajar. Pero por otro lado tuve la impresión de que estaba en un lugar peligroso porque podía dejarme llevar por la demanda de ese público y desviarme de lo que había estado haciendo desde los dieciséis años, lo que realmente me toca las tripas.
P. ¿Qué te hizo acercarte también a la escritura? ¿Los proyectos editoriales son quizás la parte más importante de tu creación? ¿En qué trabajas ahora?
P. B. Los proyectos editoriales (Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End , 813, La sed) son los que más me interesan ahora mismo porque me permiten unir de modo natural imagen y texto. La literatura es el arte que mayor placer me ha dado nunca, soy una gran lectora. Llegó un momento en el que sentí la necesidad de escribir. Siempre con mucho respeto por el oficio y sabiendo que me atrevía a publicar texto porque iba a estar acompañado por mi obra plástica, que es la que me da mayor seguridad.
Ahora mismo trabajo en un proyecto editorial con Rosa Montero. Es un proyecto que me gusta mucho tener entre manos. Rosa fue una de las primeras personas en leer Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End (le envié una maqueta del libro antes de que estuviera publicado) y el feedback que recibí me dio la energía suficiente para su promoción (era mi primer proyecto editorial, todo era nuevo y vertiginoso para mí). Yo acababa de leer La ridícula idea de no volver a verte y mi admiración por el trabajo de Rosa había vuelto a crecer. Nos unió una ballena que aparecía en el The End con una frase suya a pie de página: “El verdadero dolor es una ballena demasiado grande para poder ser arponeada”. Casi cinco años después estamos trabajando juntas en un proyecto que habla sobre procesos creativos y que verá la luz el próximo mes de junio. Lo publica Alfaguara.
Trabajo también en un proyecto que une aguafuerte y música con el compositor Guillermo Martorell. Ahora mismo está en uno de los puntos que más placer dan a un creador, todavía no es ni embrión, y todo lo que sucede nos sorprende enormemente y lo celebramos con mucho entusiasmo.
P. En alguna ocasión has comentado que a The End le debes mucho como altavoz, pero que crees que el contexto machista en el que vivimos y el envoltorio dulce del libro hicieron que el mensaje no llegase al lector como te hubiera gustado. ¿Qué querías transmitir y qué crees que recibió el público?
P. B. Estoy intentando digerir todavía qué sucedió con el The End. Por qué no disfruté el éxito que tuvo como me habría gustado hacerlo. Siempre pienso que ese libro no se entendió, que el envoltorio preciosista y dulce se cargó todo el contenido. Me daba la impresión de que el público se quedaba con la idea de “qué bonito” y nunca fue más allá. En general nunca se acercó a la angustia producida por un triángulo amoroso que asoma a lo largo de las 40 historias. Tampoco llegó al público la ansiedad que contienen los relatos de un personaje que habita un lugar lleno de prejuicios en el que se le obliga a vivir y no el lugar que realmente querría para sí. Quizás la voz era demasiado postadolescente, quizás los dibujos eran demasiado bonitos.
Me pareció entender que nada de ese desgarro se intuía y supe que era debido a los modos. Me vi retratada de la manera en que este heteropatriarcado parece que quiera que actuemos las mujeres: con pose dulce, sin levantar mucho la voz, presente pero de un modo discreto. Disfracé mi angustia con las metáforas más preciosistas. Por eso algunas veces parece que reniego del The End. Pero no lo hago. Al The End le debo la visibilidad y también le debo la bofetada necesaria para despertar.
La sed empieza con una cita de Clarice Lispector: “Cómo se explica que no soporte yo ver sólo porque la vida no es la que pensaba sino otra. ¡Como si antes hubiese sabido lo que era! ¿Por qué el ver produce una desorganización tal?”. Esta cita palpita a lo largo de todo el libro. Teresa, el personaje principal, la oye continuamente, se la repite inconscientemente. Mi idea era que al final del libro fuera totalmente consciente de ello, y, muy lejos de poder responder a la pregunta, fuera capaz, como mínimo, de plantearla. Porque eso significaría que está muy cerca de ser libre.
P. ¿Qué ha cambiado en tu forma de contar la historia en La Sed respecto a The End? La Sed es un libro complejo y desgarrador, ¿también lo ha sido el proceso de creación? ¿Qué tiene de autobiográfico?
Lo que ha cambiado es la conciencia del yo. Después del The End me refugié veladamente en la obra y la figura de un personaje que admiro desde que tenía veinte años. François Truffaut y su modo de relacionarse con su obra y consigo mismo. 813 fue el paso necesario entre el primer y el tercer libro. Necesitaba pensar que me alejaba de mí para coger un poco de perspectiva e intentar cambiar el punto de vista.
La sed lo afronté con la mayor lucidez de la que fui capaz. Trabajando muy bien la estructura desde el principio, centrándome exclusivamente en el texto durante el primer año de trabajo. El texto y la imagen nacían al mismo tiempo, pero la imagen se quedaba en una anotación rápida al margen, no quería que la parte visual interrumpiera el proceso creativo de la parte escrita. Hubo también un largo proceso de poda. La sed es una renuncia y también quería que esta renuncia estuviera presente durante el proceso de gestación y creación del libro. Muchas palabras se quedaron fuera. Y después, muchas imágenes. Existe casi el mismo número de dibujos publicados que rechazados. También hubo muchos aguafuertes que no se publicaron.
La estructura era muy importante. El libro se divide en diez partes pero en realidad son tres bloques los que la conforman. El primero es crudo, duro, el retrato de un personaje que no entiende nada, que es torpe, que está encorsetado. Para resolverlo visualmente necesitaba una técnica que me diera esa rigidez. Fue la excusa perfecta para volver a trabajar el aguafuerte: líneas creadas a base de mordidas de ácido y estampadas con la fuerza de un tórculo.
La segunda parte es narrativa, así que utilicé el dibujo para representarla.
Finalmente, la tercera parte es mucho más abstracta. Es liberadora. Los barridos sobre pintura todavía tierna y el aguarrás disolviendo parte de las imágenes aleatoriamente me llevaban directamente a la pintura al óleo.
La sed es un desgarro absolutamente autobiográfico. Un canto a la soledad, a la necesidad de definirse sólo con respecto a uno mismo. El libro es un largo poema que habla de una decepción absoluta con el contexto. Es un canto crudo a la soledad. A la renuncia. A la reconstrucción del yo intentando eliminar prejuicios impuestos por la tradición. La paleta se apagó, respecto a trabajos anteriores, porque lo pedía el contenido de la historia.
P. El libro está lleno de referentes literarios, de nombres y citas de grandes mujeres. ¿Por qué las has elegido a ellas? Y ¿por qué François Truffaut en 813?
Porque son las lecturas en las que estuve viviendo durante los últimos cuatro años. En todas encontré algo que me era útil para entenderme con respecto a mí misma, con respecto a mi obra y en relación a un contexto en el que parece que la carta de presentación es el género.
En un principio pensé en homenajear a estas grandes mujeres del mismo modo en que había homenajeado a François Truffaut en 813 pero en seguida me di cuenta de que era imposible. Estaba en una fase de enamoramiento que no me permitía repetir el formato. Así que vi que lo más honesto por mi parte era hablar desde el yo, crear un personaje ficticio en el que desdoblarme e intentar que este personaje las contuviera.
Elegí a Truffaut porque es el único cineasta que consumo con regularidad y se ha convertido en un pilar. Es alguien a quien siempre vuelvo. Me interesa el modo que tiene de entender la creación artística, la manera en la que consume cine y literatura. También el modo en el que se enfrenta a la autobiografía. Cómo es capaz de presentar al público un producto aparentemente sencillo que en realidad está repleto de reflexiones, de heridas luminosas que despejan las tinieblas. También porque era consciente de todo lo que le había robado a lo largo de los últimos quince años y quería devolvérselo.
P. Tu inspiración bebe de muchas fuentes: literatura, cine, música, viaje… En pintura señalas solo a Velázquez, ¿por qué?
P. B. Cito a Velázquez porque la relación que establecí con su obra fue especial desde el primer momento. Como estudiante de Bellas Artes visitaba el Prado siempre que podía y él era una de las citas ineludibles. Siempre volvía a Velázquez. Primero para aprender de su oficio y deslumbrarme con la paleta que utiliza (que es la que he utilizado en los óleos de La sed). Después, como autor. Me parecía fascinante ver cómo alguien que trabajaba casi exclusivamente por encargo fue capaz de conseguir hablar con una voz propia tan potente.
Mis viajes tienen mucha presencia en mi obra. El lugar más importante de todos ellos es sin duda Chile, un país al que llegué en una huida. Valencia es un lugar complicado y cuando estaba en cuarto de Bellas Artes sentí la necesidad urgente de largarme. Llegué a Santiago de Chile por azar, era el lugar más lejano con el que mi universidad tenía un convenio. Siempre que puedo vuelvo a Chile, al refugio. Al Taller 99 a trabajar en mis aguafuertes, a visitar a los amigos que dejé al otro lado del Atlántico cuando tenía veinte años. La presencia del país en mi último libro es muy evidente, podría decirse que Chile es un personaje más de La sed.
P. Has trabajado con María Leach en No te acabes nunca con María Leach y recientemente has presentado un proyecto con The New Raemon. ¿Qué destacarías de estas colaboraciones?
P. B. La publicación No te acabes nunca es una colaboración que se reduce a una portada y tres aguafuertes. María Leach y yo somos grandes amigas y desde hace tiempo hemos trabajado juntas en varios proyectos. El último, hace casi dos años, fue la exposición No te acabes nunca. Duró tres días. Era una especie de celebración de fin de duelo. Ocupamos una sala en Barcelona y la llenamos de versos, grabados y óleos. El tema era doloroso: la muerte temprana del marido de María Leach a los treinta y seis años justo cuando acababa de casarse y de ser padre. La publicación no recoge el trabajo que hicimos juntas, No te acabes nunca es el libro de María. Yo he tenido la suerte de colaborar con cuatro imágenes y un prólogo.
Quema la memoria se nos ha ido de las manos. Es un proyecto que ha salido al mercado al mismo tiempo que un doble vinilo que celebra los diez años de carrera de Ramón Rodríguez (The New Raemon). Ramón se acercó a mi obra a través de 813 y quería que hiciéramos algo parecido con motivo del aniversario. Debido a la saturación de trabajo decidimos hacer un librito con una veintena de dibujos que recogiera todas sus canciones. Fue imposible. Cuando empecé a trabajar vi que tenía que ilustrar todas y cada una de las ochenta y tres canciones que contiene el libro. Finalmente, y gracias a la generosidad y confianza de Lunwerg Editores, Quema la memoria es un libro de más de doscientas páginas escritas a mano en las que Ramón me ha dado una libertad absoluta y donde hemos podido unir nuestros dos imaginarios.
P. En tu obra tiene muchísima importancia el retrato, sobre todo el de mujeres, ¿por qué?
P. B.: No lo sé. Los rostros me han atrapado desde siempre. Dibujando rostros es cuando más aprendo. En un rostro puede leerse desde la tontería más banal hasta la historia más compleja.
La actitud de Bruna Cusí interpretando a Teresa para la portada de La sed era muy importante. Tenía que representar a esa mujer que estaba agotada pero cerca de descubrir su propia libertad. La pose con los brazos sobre la mesa, la cabeza ensangrentada del cuervo en frente de ella, la mirada aparentemente perdida pero empezando a entender.
Por Marta PÉREZ ASTIGARRAGA