Renoir: el impresionismo táctil

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El Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge hasta el 15 de mayo la antológica sobre el pintor impresionista que pudo verse este otoño pasado en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Comisariada por Guillermo Solana, esta exposición pone en valor su aportación diferencial, basada en una pintura centrada en las sensaciones táctiles frente a la idea reduccionista del impresionismo como pura visualidad

«Entre los pintores que forman el núcleo del grupo impresionista quizá sea Renoir el más popular, y no siempre en la acepción más favorable del término. La reproducción incansable de Baile en el Moulin de la Galette (1877) y El almuerzo de los remeros (1881) y su degradación icónica en toda suerte de soportes han ejercido sobre su percepción pública un efecto banalizador semejante al lastre de las estampitas religiosas y las cajas de bombones para la obra de Murillo», explicaba José María Faerna en un artículo publicado en la revista Descubrir el Arte, número 212. Orbyt o Kiosco y más

Pierre-Auguste Renoir (Limoges, 1841-Cagnes-sur-Mer, 1919) vivió y trabajó, como Monet y Degas, en las primeras décadas del siglo XX, cuando ya habían pasado muchas cosas posteriores al impresionismo en la escena artística francesa. Sin embargo, como sostiene Faerna, «mientras sus dos compañeros recorrieron hasta el fin de su carrera los caminos que ellos mismos abrieron en las décadas de 1860 y 1870, Renoir tomó derroteros bien distintos desde 1883: aquel a quien, junto a Monet, tenemos por el más característico de los impresionistas solo lo fue en realidad durante trece o catorce años, frente a los casi cuarenta en que fue otra cosa».

Sobre estas líneas, «Mujer con sombrilla en un jardín», 1875, óleo sobre lienzo, 54,5 x 66 cm, Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza. Arriba, «Retrato de la mujer de Monet». 1872-74, óleo sobre lienzo, 53 x 71,7 cm, Lisboa, Museo Calouste Gubelkian. Todas las obras, Renoir.

Y precisamente la exposición Renoir: Intimidad del Museo de Bellas Artes de Bilbao pone el foco en esa pluralidad de etapas e intereses artísticos y, por otra parte, resalta un rasgo característico del estilo del pintor, que ese sí que se mantendrá a lo largo de toda su carrera, la importancia que concede a los valores táctiles de la pintura (el director de cine e hijo del pintor, Jean Renoir escribió refiriéndose a su padre: «miraba las flores, las mujeres, las nubes del cielo como otros hombres tocan y acarician»). Así, para Guillermo Solana, «frente a un impresionismo puramente visual, los lienzos de Renoir potencian los aspectos sensoriales relacionados con el tacto, –por ejemplo, la piel o el cabello de sus modelos o la espesura de un jardín–, particularidad que se percibe en todos los géneros que cultivó, desde los retratos, desnudos y escenas de grupo hasta los paisajes y naturalezas muertas».

La exposición incide también en otra característica que diferencia a Renoir de sus compañeros impresionistas y que es notoriamente perceptible en los numerosos retratos que pintó a lo largo de su vida: la búsqueda de empatía con el modelo y con el espectador (su hijo Jean Renoir decía que su padre «no pintaba sus modelos vistos desde el exterior, sino que se identificaba con ellos y procedía como si pintara su propio retrato»). Por eso, las composiciones se concentran en el personaje representado a la vez que invita al que contempla la obra a asomarse a escenas que pertenecen a un mundo privado.

«El paseo», 1870, óleo sobre lienzo, 81,3 x 64,8 cm, Los Ángeles, The J. Paul Getty Museum.

Bajo estas tres premisas, Guillermo Solana, director del Museo Thyssen-Bornemisza y comisario de la muestra, propone el concepto de intimidad como cifra de esa reflexión sobre el artista y lo hace a través de un itinerario temático dividido en seis apartados y un total de 64 obrasEl recorrido se inicia con el titulado Intimidad, que introduce al espectador en el universo pictórico de Renoir con cuatro retratos femeninos realizados entre 1864 y 1872.

El siguiente se centra en las obras más ortodoxamente impresionistas, las que realizó entre 1869 y 1880. Entre ellas, algunas de las que pintó en compañía de Monet, como uno de los estudios de 1869 de la Grenouillere, el establecimiento de baños y ocio en el Sena, «en los que se despliega por primera vez todo el arsenal característico de ese nuevo realismo de la visión que pocos años después se conocerá por el nombre de impresionismo», afirma Faerna. También se exhiben otras obras de primera magnitud de ese momento, como Después del almuerzo del Städel de Fráncfort o el extraordinario retrato azul y blanco de la mujer de Monet de la Fundación Gulbenkian.

«Mujer al piano», 1875-76, óleo sobre lienzo, 93 x 74 cm, The Art Institute of Chicago.

Los cuatro apartados siguientes agrupan ejemplos de distintas épocas, aunque predominan, lógicamente, los del Renoir postimpresionista posterior a sus viajes a Argelia e Italia de 1881-82, cuando el pintor le confesó a Vollard, “se produjo como una ruptura en mi obra. Había llegado hasta el final del impresionismo y constaté que no sabía pintar ni dibujar. En una palabra, estaba en un callejón sin salida”.

Retratos de encargo

«La señora Thurneyssen y su hija», 1910, óleo sobre lienzo, 100 x 81 cm, Buffalo, Albright Knox Art Gallery.

A partir de 1877 el pintor se fue distanciando del grupo y, aunque sin abandonar del todo el lenguaje impresionista, inicia una renovación de su estilo marcado por la «vuelta» a la tradición clásica y una mayor preocupación por el dibujo. Como comenta Colin B. Bailey en el catálogo, «al igual que Monet y Berthe Morisot, Renoir admiraba enormemente a los pintores franceses del Antiguo Régimen». Se inspiró en artistas como –Fragonard, Watteau o Boucher–, y, en el caso del tema de las bañistas, en Tiziano o Rubens.

Desde finales de los años setenta y a lo largo de la siguiente década consigue la protección de personajes de fortuna que le encargan retratos familiares (muchas veces de sus mujeres e hijos), lo que le ayudó a solventar sus problemas económicos. Además, estos encargos le permitieron poder embarcarse en grandes cuadros de iniciativa propia como El almuerzo de los remeros, que comenzó en otoño de 1880 («ese maldito cuadro, el último tan grande que voy a pintar en mi vida», le escribe a su protector Paul Berard).

«Lise con un chal blanco», h. 1872, óleo sobre lienzo, 55,9 x 45,7 cm, Dallas, Museum of Art.

En esta sección se reúnen algunos de los más célebres retratos pintados por Renoir a lo largo de tres décadas, entre ellos, la serie dedicada a la familia Durand-Ruel y el que representa a la señora Thurneyssen y su hija. Dentro de este  apartado se presentan también cuadros que, bajo el epígrafe Placeres cotidianos, están dedicados a mujeres –solas o en grupo, generalmente jóvenes y en interiores– concentradas en alguna actividad, como la música, la lectura o la toilette, que les hace desentenderse del espectador.

Paisajes del norte y del sur

«La montaña Sainte-Victorie», h. 1888-89, óleo sobre lienzo, 63 x 64,1 cm, New Haven, Yale University Art Gallery.

Aunque Renoir es fundamentalmente un pintor de figuras, ya sea en escenas o en retratos, también realizó paisajes de pequeño formato, que fueron un campo de experimentación con la paleta y la factura pictórica. Además, sus paisajes «tampoco escapan a esa mirada envolvente, empática, que trasciende el mero fenómeno visual apelando a otros sentidos», sostiene José María Faerna. Así, en este apartado se ha reunido una serie de vistas de Normandía y sus alrededores, –como Colinas alrededor de la bahía de Moulin Huet, Guernsey (Metropolitan Museum of Art de Nueva York–), de la Costa Azul o Provenza, las vistas de su propia finca de Les Collettes, donde vivió sus últimos años, o localizaciones del sur de Italia.

«Jean como cazador», 1910, óleo sobre lienzo, 172,7 x 88,9 cm, Los Ángeles, Museum of Art.

En la sección La familia y su entorno se exhiben varios retratos de su mujer Alice (como el pastel Maternidad), de sus hijos en la primera infancia (Coco tomando sopa–), el gran retrato de Jean adolescente, inspirado por la obra El príncipe Baltasar Carlos cazador de Velázquez. Y junto a estos retratos familiares hay otros de mujeres, como la niñera Gabrielle (una de sus modelos favoritos) o Dédée, quien tras la muerte de Renoir contrajo matrimonio con su hijo Jean.

«Ninfa junto a un arroyo», 1869-70, óleo sobre lienzo, 66,7 x 122,9 cm, Londres, National Gallery.

Y, por último, Bañistas. Asociado a la tradición académica, el desnudo femenino fue un género que apenas abordaron los impresionistas, a excepción de Degas y, sobre todo Renoir, que lo convirtió en uno de los temas centrales en su pintura desde los inicios de su trayectoria (Ninfa junto a un arroyo, National Gallery de Londres) y cobran especial protagonismo cuando se aleja del impresionismo. Y es quizá, en este apartado donde se hace más evidente la tactilidad de Renoir (“Pintar un cuadro –decía– no es como levantar un acta. A mí me gustan los cuadros que dan ganas de caminar en ellos, si se trata de un paisaje, o de pasar mi mano sobre un pezón o una espalda, si es una figura de mujer”.)

«La fuente», 1906, óleo sobre lienzo, 92 x 73 cm, Zúrich, Fundación E. G. Bührle.

Para Guillermo Solana, los desnudos tardíos de Renoir no son fáciles de clasificar. Se ha dicho que el pintor aspiraba a la unión del cuerpo femenino con la naturaleza, pero algunos de esos desnudos aparecen en interiores. También se ha destacado la atemporalidad de sus bañistas, pero a algunas les acompañan vestidos y sombreros modernos. Lo cierto es que estas figuras de pequeña cabeza y cuerpo grande, desproporcionadas y monumentales, emulan a Miguel Ángel, Tiziano o Rubens, y, además, suscitaron la admiración de Bonnard, Matisse, Modigliani y Picasso, que en 1919 compró Bañista sentada en un paisaje o Eurídice y cuya influencia es patente en sus propias bañistas de los años veinte.

«Bañista sentada en un paisaje, llamada Eurídice», 1895-1900, óleo sobre lienzo, 116 x 89 cm, París, Museo Picasso.

En definitiva, ese Renoir final fue el más discutido por sus contemporáneos, y también el más difícil de asimilar hoy. Sin embargo, no es posible pasar por alto la densidad original y aun la complejidad de su propuesta artística de esos años.

«Le Moulin de la Galette» (estudio), 1875-76, óleo sobre lienzo, 65 x 5 cm, Copenhague, Ordrupgaard, foto: Anders Sube Berg.

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