Pedro el Gotoso, el primogénito de Cosme el Viejo, encargó a Benozzo Gozzoli un ciclo de frescos sobre el viaje de los tres reyes a Belén (las procesiones de la Epifanía, el Concilio de Florencia y la visita del papa Pío II) para tres de los muros de la capilla del palacio Medici Riccardi en la Vía Larga de Florencia. En estas pinturas, que fueron pintadas a la mayor gloria de la propaganda medicea, conviven distintos lenguajes, uno realista y otro simbólico; uno popular y otro erudito. Desvelamos a nuestros lectores los misterios que encierran estas pinturas
El palacio Medici Riccardi, a pesar de las reformas, es un buen ejemplo de arquitectura civil del Qutattrocento. El hombre fuerte de la República, Cosme el Viejo, encargó su diseño a Michelozzo, quien lo edificó entre 1445 y 1457 en una esquina de la Vía Larga. La elección de este sitio por parte del comitente obedeció a su deseo de crear un “triángulo de oro” en el centro urbano: en su base se encontraba el Duomo con la catedral, el campanile y el baptisterio; en el lado oeste estaba siendo construida la basílica de San Lorenzo a cargo de Brunelleschi, y, en el lado superior, se hallaba el convento de San Marcos.
Estas instituciones religiosas eran clientas predilectas del mecenazgo de los Medici. De ahí que el poderoso banquero soliese retirarse a una de las celdas dominicas, adornada, por cierto, con un fresco de los Reyes Magos, para meditar aislado del mundanal ruido. El caso fue que ese palacio renacentista pasó a ser el microcosmos mediceo en Florencia.
El aspirante a “padre de la patria”, cuyas ansias de poder reservaba para la intimidad, hacía alarde de discreción ante sus conciudadanos, encarnando el modelo de virtud cívica. A imagen de esa doble personalidad, contrastarán continente y contenido en la nueva residencia de la familia. El exterior mostrará una mole pétrea cuya sobriedad sólo rompen los sillares almohadillados. Mientras que el interior rezumará lujo y, aunque comedido en los aposentos de Cosme, se desbordará en el Scrittoio donde su hijo Pedro leía libros exquisitos.
Pero, sobre manera, esa riqueza artística culminará en la capilla, cuyo altar preside una Adoración del Niño Jesús de Filippo Lippi, mientras flotan en su techo ángeles y evangelistas. Las paredes del oratorio serán embellecidas entre 1459 y 1460 por los frescos de Benozzo Gozzoli. Esta narración maravillosa es denominada La cabalgata de los Reyes Magos y se trata de una de las obras más admiradas del Renacimiento.
Las fuentes del maestro Gozzoli
En el programa ejecutado por quien fuera discípulo de Ghiberti y Fra Angélico confluyen tres temas: las procesiones de la Epifanía, el Concilio de Florencia y la visita del papa Pío II.
En Florencia, existen noticias del culto a los Magos desde 1390, cuando un cortejo procedente de San Marcos recorrió las calles hasta el baptisterio, trasunto de Jerusalén. Ante esa pila bautismal, los Reyes ofrecieron sus presentes a Jesús, tras lo cual se escenificó una matanza de los inocentes con “falsos niños”. De esta forma, en la citada iglesia dominica comenzó a reunirse la “Compañía de los Magos”, una cofradía de barrio formada por vecinos de todas las capas sociales que, cada tres años, organizaba cabalgatas por San Juan y por la Epifanía.
En las fiestas de 1459, con motivo de la visita del papa Pío II y de Segismundo Malatesta, señor de Rímini, incluyeron una justa en la plaza de Santa Croce, una caza con leones y autómatas, un baile y un banquete en el palacio de la Vía Larga. El broche de oro lo puso un desfile nocturno de jinetes armados. A su cabeza iba el joven Lorenzo, vestido de blanco y coronado por una guirnalda de oro y plata, cuya estampa apolínea impresionó sobremanera a tan ilustres invitados.
Entonces, ¿el encargo de Benozzo se limitó a seguir la tradición de los cortejos o tuvo una motivación política? Las dos cosas. El género de la Epifanía estaba de moda en Florencia. Pero cuando Cosme regresa del exilio en Venecia, inicia una campaña de mecenazgo para ganarse el favor de los ciudadanos. Una de sus primeras medidas consistió en controlar la “Compañía de los Magos”. Enseguida se erigió en patrón, sus seguidores acapararon los cargos directivos y los desfiles fueron anuales. El astuto banquero sabía que desde el traslado de las reliquias de los reyes de Oriente a Colonia por orden del emperador Federico I, los Magos se habían convertido en un símbolo del culto real, intercediendo ante el cielo para sacralizar el poder terrenal.
Tampoco olvidemos que Cosme tenía clavada una espina desde hacía años, cuando su acaudalado rival Palla Strozzi se había hecho retratar en medio de una Adoración pintada por Gantile da Frabiano, la cual era venerada en la abadía de Santa Trinidad. Todo ello contribuyó a que el patriarca Medici encargase al maestro Gozzoli enlucir las paredes de la capilla palatina.
Parecidos razonables
La cabalgata… de Gozzoli es polisémica; alberga distintos mensajes; admite varias lecturas. En sus frescos conviven sendos lenguajes: uno realista y otro simbólico; uno popular y otro erudito. Del mismo modo que lo hacen dos planos cronológicos separados por un par de décadas: el del Concilio entre 1439 a 1442 y el de la pintura entre 1459 a 1460. Esa diversidad de temas y tiempos dificulta la identificación de los personajes. Ahora bien, podemos comparar los retratos de Benozzo con otros coetáneos, lo que nos permite hablar de parecidos razonables.
Seguiremos el sentido del cortejo de los Reyes Magos guiados por la estrella de Oriente. Desde un corte abrupto en la primera pared, viajamos hacia el portal de Belén a través de un camino serpenteante, cuyas curvas delinean un paisaje en el que se mezclan las colinas de Florencia con decorados fabulosos. De forma que, entre los cipreses, las villas y las torres de la campiña toscana, hallan acomodo escenas de caza, en las que toman parte animales exóticos como guepardos y camellos. Algunos ejemplares, como los halcones para cetrería, portan entre sus garras el lema de Pedro de Medici: “SEMPER”.
En la retaguardia de la caravana marcha el Mago anciano: la barba albina de sabio; la mula parsimoniosa por el peso de la edad provecta. Los expertos especulan si es José, el patriarca de Constantinopla que vino a reposar en Santa María Novella para los restos, o si se trata del emperador Segismundo de Luxemburgo, merced a la similitud de sus coronas. Da un poco igual. En ambos casos encarna el paladín de la reconciliación entre las iglesias cristianas.
Más adelante, entra en escena la familia Medici y su clientela, formada por linajes amigos, artistas como el propio Gozzoli y humanistas que formaban parte de la Academia Platónica de Ficino. La comparación con otros retratos coetáneos nos permite reconocer a Cosme el Viejo, a lomos de una humilde mula –tal como Jesús entró en Jerusalén el Domingo de Ramos–, a su hijo Pedro el Gotoso, a sus nietos adolescentes Lorenzo y Juliano y a toda una relación de fieles a su gobierno y mecenazgo.
El séquito prosigue a través de un enigmático paje azul que, sentado a la grupa de su corcel castaño, ata en corto a un gato salvaje. Una hilera de esclavos, sirvientes y heraldos enlazan con el Mago joven, en el que se ha querido ver a Lorenzo vistiendo la sobreveste blanca que lució en el torneo de 1459, a modo de un Apolo moderno.
A la cabeza de esta coreografía del poder iba el basileus o emperador de Oriente. La efigie de Juan Paleólogo, de rostro severo, barba negra y brocado verde y oro forrado por pieles, coincide con el de la medalla de Pisanello, que fue la primera acuñada desde la antigüedad romana. Este Rey Baltasar, ya muerto y perdida Constantinopla cuando se pintó, daba el toque orientalizante a un cortejo que se dirigía hacia el portal de la Natividad.
El detallismo de Gozzoli, formado como miniaturista, no ha dejado ningún cabo suelto. Todo está pintado a la mayor gloria de la propaganda medicea. Los códigos heráldicos de las bolas o palle y los lemas familiares se repiten en los bordados. Los colores de las ropas –blanco, rojo, verde y azul– representan a los cuatro barrios de Florencia. Los ciudadanos retratados pertenecen a generaciones diferentes, incluyendo a antiguos enemigos, para resaltar la magnificencia de un mecenas anciano que anticipa la de su nieto Lorenzo El Magnífico.
De resultas, La cabalgata…, más allá de su belleza a simple vista, sólo fue entendida por unos iniciados, porque detrás de cada figura hay un mensaje simbólico.
La cabalgata de los Magos tuvo un significado político en la capilla y en la calle. Los huéspedes de Cosme, gobernantes y embajadores, comprendían la alegoría del buen gobierno que su anfitrión les mostraba. Además, la contemplaban sin apenas luz natural, sino envueltos entre los destellos dorados y las sombras de las velas que iluminaban las paredes. También los vecinos admiraban el porte majestuoso del “padre de la patria” y de sus hijos montando caballos lustrosos camino del Duomo. Les deslumbraban los atuendos sedosos, la lealtad de su clientela y el exotismo de esclavos y animales. La procesión, en realidad, era una epifanía del poder de la familia Medici.
Este tríptico publicita la obra política de Cosme, quien, una vez privatizada la República, se autoproclamó “criptoseñor” de Florencia. También nos anuncia que su primogénito, Pedro, estaba preparado para asumir las tareas de gobierno. No en balde, el humanista Aeneas de Piccolomini dijo de Cosme que “es un rey en todo excepto en el título”. Los frescos de Benozzo Gozzoli, pues, custodian la memoria del legado que el “rey” de Florencia entregó a su heredero.
Pedro GARCÍA MARTÍN