La representación de esta escena bíblica del Evangelio de Lucas comenzó a plasmarse en el arte europeo a partir del siglo XII, coincidiendo con el surgimiento de algunos movimientos ascéticos propiciados por monjes y laicos que defendían un Cristo más humano, ensalzaban la pobreza y criticaban la opulencia del clero. A partir de entonces gozó de gran popularidad entre los artistas porque les permitía mostrar su maestría en el tratamiento de la luz. Invitamos a nuestros lectores a un recorrido por las distintas representaciones de esta historia a lo largo del tiempo
“Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho”. Este relato pertenece al Evangelio de Lucas (2:15-20), el tercero y más extenso de los cuatro evangelios canónicos. Y a pesar de que es el único que recoge este pasaje del nacimiento de Jesucristo y que fue silenciado tanto por los primeros Padres de la Iglesia o los teólogos medievales, ha sido un tema muy recurrente en el arte a partir de los siglos XII-XIII, ya que anteriormente lo que primaba era su contraposición: La adoración de los Reyes Magos.
Quizá uno de los motivos de su “popularidad” tenga que ver con el hecho de que se trata de una escena nocturna donde hay que iluminar el cuerpo de Jesús, lo que permitía al artista mostrar su maestría en el tratamiento de la luz y lucirse en la representación de las telas, las carnaciones, los animales y las expresiones de los rostros.
Pero como decíamos antes, en Europa hay que esperar a los siglos XII-XIII, que es cuando surgen algunos movimientos ascéticos propiciados por algunos monjes y laicos que defienden a un Cristo más humano, ensalzan la pobreza y critican la opulencia del clero para que La adoración de los pastores llegue a popularizarse. Por eso se atribuye a san Francisco de Asís el nacimiento de la “moda” del belenismo. Una iconografía que por otra parte conectó muy bien con la estética del gótico.
Así, invitamos a nuestros lectores a que recorran con nosotros las distintas representaciones de esta escena bíblica a través del gótico, el Renacimiento y el barroco. Comenzamos en el Trecento y el Quattrocento italianos donde revisamos las similitudes y los diferencias en el tratamiento de este tema entre estos dos periodos.
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es el tema del habitáculo, esencial a la hora de representar La adoración de los pastores, ya que es la escenografía donde se va a desarrollar la escena principal. Y donde nos encontramos una de las primeras divergencias en las fuentes literarias: para unos, Jesús había nacido en una cueva y para otros, en un establo.
La mayoría de artistas del Trecento optan por combinar las dos opciones, y lo hacen adosando una estructura de madera (que representaría el establo) a una gruta, como hace Giotto en dos frescos en la Capilla Scrovegni de Padua (1303-1305) y en la basílica inferior de San Francisco en Asís (h. 1310), Taddeo Gaddi en la capilla Baroncelli y Bernardo Daddi en sus cuatro versiones del mismo tema. Solo Pietro Cavallini y Bartolo di Fredi se decantan por representar solamente la gruta.
En el Quattrocento, en cambio, los artistas prefieren representar esta escena en un establo. Un establo que ya no es una choza realizada con paja o madera como hicieron sus predecesores del Trecento, sino que los pintores quattrocentistas lo van convirtiendo en una compleja edificación que está más en sintonía con los palacios. Esto se observa muy bien en La adoración de los pastores de Pinturicchio (1454-1513) para la iglesia de Santa Maria del Popolo en Roma (h. 1490) y su versión de la colegiata de Santa Maria Maggiore en Spello (1501), en esta última, además, añade al “porche del ‘establo’ dos exquisitos pilares clásicos –uno de ellos con pedestal– decorados con relieves a candelieri”, explica José María Salvador González en su libro Iconografía de La Adoración de los pastores en la pintura italiana bajomedieval. Una mirada bucólica a la existencia del pobre.
En cuanto a la representación del pesebre, también varía sustancialmente entre los pintores del Trecentro y el Quattrocento. Los primeros siguen fielmente el relato evangélico y representan al niño Jesús envuelto en pañales, bien tumbado sobre el comedero de paja, a punto de que su madre lo coloque en ese lugar o en brazos de María. En lo que sí coinciden todos los artistas del siglo XIV es en representar el pesebre como un cajón de madera, como una manera de enfatizar el mísero lugar donde tuvo lugar el nacimiento de Jesús. Por el contrario, los artistas del Quattrocento representan al Niño completamente desnudo, moviendo brazos y piernas, y tumbado sobre la propia roca o sobre exquisitas cunas.
Pero quizá lo que mejor ilustre el cambio de paradigma que tuvo lugar entre el Trecento y el Quattrocento sea el tratamiento del paisaje. Los pintores trecentistas plasman una breve “masa rocosa piramidal, que se recorta en abrupto hiato en el plano intermedio sobre un fondo neutro”, explica en su libro Salvador González. Solamente Altichiero da Zevio muestra un paisaje mucho más complejo e incluye la ciudad amurallada de Jerusalén.
En cambio, los artistas del Quattrocento plasman en sus óleos un paisaje de apariencia natural y realista, con una descripción muy minuciosa de las rocas, las montañas, ciudades o poblados, tal y como lo vemos en obras de Fra Angelico, Mantegna, Ghirlandaio, Pinturicchio y Perugino. Hay que destacar, además, que estas vistas van ganando en amplitud hasta llegar a convertirse casi en panorámicas. En definitiva, representan un mundo idílico, bucólico, como si del propio Paraíso terrenal se tratase.
A finales del siglo XVI y comienzos del XVII, que coincide con la última parte del periodo manierista, dos pintores: El Greco y Veronés llevan a cabo una gran innovación en esta escena: alteran el punto de vista al situarlo en contrapicado.
El barroco y el clasicismo en la pintura flamenca no se puede entender sin tener en cuenta la escisión entre católicos y protestantes que tuvo lugar en los Países Bajos. Una escisión que también se dio en el arte, tanto desde el punto de vista ideológico como estético. Y a pesar de que el calvinismo no fue tan dado a la pintura religiosa como la Contrarreforma católica, en el caso del tema de La adoración de los pastores, sí que lo representaron calvinistas y católicos, como en el caso de Jacob Jordaens y Rembrandt, que pertenecían cada uno de ellos a un ámbito religioso diferente y repitieron muchas veces esta escena.
Y para terminar, no podemos dejar de mencionar que esta escena bíblica también se ha representado en la escultura, desde relieves del románico, altorrelieves, retablos o tallas. Entre todos ellos destacamos, una talla dorada policromada del Maestro di Trognano (h. 1476-91) o un relieve en alabastro policromado de Damián Forment (h. 1520-30).