En el cuarto centenario del nacimiento del artista, su ciudad natal le dedica una gran retrospectiva en el Museo de Bellas Artes de Córdoba. Esta exposición profundiza en su legado artístico y da a conocer al público el trabajo de este creador del Siglo de Oro a través de 65 obras (23 lienzos del maestro y de su entorno, 28 dibujos suyos y de su época y 13 cuadros de aquellos que más le influyeron y de sus seguidores, como el pintor Antonio Palomino) y un ejemplar del libro de Juan Arfe De varia conmensuración para la escultura y arquitectura. Hasta el 28 de febrero
Antonio del Castillo y Saavedra (Córdoba, 1616-1668) era hijo de Ana de Guerra y del pintor extremeño Agustín del Castillo, que aunque su obra no es muy conocida es calificado por Palomino como «excelente pintor». Su primeros años de aprendizaje del oficio los efectuó en el taller paterno, pero al quedar huérfano a los diez años (según otros estudiosos, a los quince), se colocó en el taller del maestro de imaginería Aedo Calderón.
Posteriormente se trasladó a Sevilla con el cordobés José de Sarabia para seguir completando su formación, y según Palomino «lo consiguieron en la escuela del insigne Francisco de Zurbarán», aunque de esta hipotética relación con el pintor extremeño no hay pruebas documentales, sí que hay cierta influencia estilística de Zurbarán en la obra de Castillo, sobre todo en algunas de sus obras religiosas, como el Calvario de la Inquisición, la Adoración de los Pastores o el Nacimiento de la Hispanic Society.
En 1635 se encuentra en Córdoba de nuevo, el 28 de junio se casa con Catalina de Nava, que era quince años mayor que él, y se establecen en una vivienda alquilada en la calle frente al Hospital de la Lámpara. El primer documento del que hay constancia donde figura como maestro pintor es uno de 1638, en concreto se le menciona como pintor de imaginería en un contrato para la pintura de una imagen de San José esculpida por el cordobés Bernabé Gómez del Río para la iglesia parroquial de Montoro, por el que había de cobrar 21 ducados.
Cuatro años después subcontrató por 50 ducados con el pintor Diego de Borja un lienzo de San Pedro Nolasco recibiendo el hábito mercedario y cuatro pinturas pequeñas de San Pedro Armengol, San Serapio, Santa Colaxia y Santa María del Socorro destinados al altar mayor del convento de Nuestra Señora de las Mercedes Extramuros. Además seguía vendiendo obras en la que fue la tienda de su padre, de donde se trasladó el 31 de agosto de 1641 a un local en la calle Libreros.
El 28 de octubre de 1644 muere su esposa. Un año después recibe su primer gran encargo: El martirio de San Pelayo para la capilla privada que poseía en el trascoro de la catedral cordobesa el canónico Lupercio González, al que siguieron otros encargos, como el de la capilla de Nuestra Señora del Rosario, situada junto a la capilla del Inca Garcilaso, que había sido dorada por su padre. En 1649, contrajo de nuevo matrimonio con la hija del platero Simón Rodríguez de Valdés, María Magdalena Valdés.
A partir de esta fecha, la carrera de Antonio del Castillo se afianza y recibe encargos importantes, como El Calvario para la capilla del Alcázar de los Reyes Cristianos, que era la sede del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición (de ahí su nombre de El Calvario de la Inquisición); las pinturas murales para la Puerta del Perdón de la catedral; el mural de La Virgen, san Felipe y Santiago el Menor, para la catedral; San Rafael para José de Valdecañas y Herrera, o la Coronación de la Virgen, para la iglesia del Hospital de Jesús Nazareno. En 1652 fallece su segunda esposa y dos años después firmó un contrato matrimonial con Francisca de Paula Lara y Almoguera. A partir de esta fecha apenas hay documentación del pintor, aunque según Palomino en 1666 viaja de nuevo a Sevilla donde descubrió la pintura de Murillo.
Antonio del Castillo se mantiene alejado de las nuevas corrientes del barroco y se sitúa en el naturalismo en las figuras de santos; en cambio, en sus obras más narrativas suele mostrarse más abierto, sobre todo por las arquitecturas y paisajes con los que ornamenta sus obras. Palomino alababa su capacidad para plasmar la naturaleza, calificándolo como «excelente paisajista, para lo cual se salía algunos días a pasear, con recado de dibujar, y copiaba algunos sitios del natural». Esa pasión de Castillo por el dibujo, según Palomino, le hacía realizar «dibujos de cuanto se le ofrecía». El Museo del Prado tiene entre otras obras del artista una serie de seis lienzos que narran la historia de José, adquirida en 1863 para el Museo de la Trinidad, desde donde pasó a la pinacoteca nacional, que destaca precisamente por la ornamentación de la composición con paisajes y arquitecturas.
Ahora la exposición Antonio del Castillo en el Museo de Bellas Artes de Córdoba profundiza en su legado artístico y da a conocer al público el trabajo de este artista cordobés. Durante la inauguración de la muestra, la consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Rosa Aguilar, aseguró que la muestra constituye “la mayor retrospectiva sobre la obra del pintor por antonomasia del barroco cordobés” y ha destacado que por primera vez se van a poder ver todos los fondos que el Museo posee de Antonio del Castillo.
En total, el Museo de Bellas Artes de Córdoba exhibe 65 obras, en concreto, 23 lienzos del maestro y de su entorno, 28 dibujos suyos y de su época y 13 cuadros de aquellos que más le influyeron y de sus seguidores, como el pintor Antonio Palomino. A esto hay que sumar un ejemplar del libro de Juan Arfe De varia conmensuración para la escultura y arquitectura, un tratado que sirvió de manual de cabecera de las academias y talleres de la época y que fue restaurado en 2008 por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico.
“Esta exposición es fruto de la apuesta decidida por poner en valor y conservar los fondos de este museo y hacer de él el verdadero centro de referencia en el estudio de la obra de Antonio del Castillo”, ha asegurado la consejera, que ha destacado el carácter didáctico de la muestra, articulada en torno a las distintas facetas del artista.