Una selección de fotografías de este fotorreportero norteamericano muestra el drama de 24 personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares por conflictos bélicos, violación de los derechos humanos o violencia generalizada. La exposición The most important thing. Retratos de una huida en CaixaForum Zaragoza reflexiona sobre la realidad de los refugiados e invita al espectador a que se cuestione qué haría en su misma situación. Hasta el 15 de enero
El fotorreportero Brian Sokol ha dedicado gran parte de su vida profesional a documentar las violaciones de los derechos humanos y las crisis humanitarias. Escritor de formación, utiliza por igual las palabras y las imágenes para contar las historias de las personas que se ven inmersas en situaciones tan dramáticas como es el hecho de tener que huir de sus hogares y países para salvar sus vidas.
Después de una larga estancia en Nepal, donde además de aprender el idioma se sumergió profundamente en su cultura, Sokol se trasladó en 2011 a Sudán del Sur para documentar los dieciocho primeros meses de vida del país más joven del mundo. Desde entonces, trabaja regularmente con ACNUR y otras organizaciones humanitarias con el fin de documentar y concienciar sobre los problemas sociales en el planeta. Miembro de la agencia fotográfica Panos Pictures, sus instantáneas se han podido ver en Time, The New York Times, The New Yorker, Geo o Stern.
La exposición The most important thing. Retratos de una huida, organizada por la Obra Social la Caixa y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), muestra a través de las imágenes de Sokol las historias de 24 personas concretas que en el momento de ser fotografiadas acababan de verse obligadas a huir de sus hogares en países como Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana hasta Malí. Historias aparentemente pequeñas, que no suelen ser portadas en los medios de comunicación, pero que reflejan el drama al que 14 millones de personas han tenido que enfrentarse, trasdalarse a otros Estados y convertirse en refugiados.
Esta muestra es una mirada sobre la vida de estas personas y una reflexión sobre qué es lo más importante para toda esta gente que se ha visto forzada a huir de su hogar y cómo les ha afectado en su vida cotidiana. A la vez invita al espectador a que se ponga en la piel de todas estas personas y que se pregunte qué se llevaría consigo si de repente tuviese que huir de su hogar y de su país, una cuestión a la que por desgracia tienen que enfrentarse miles de personas diariamente.
Nueve historias en nueve fotografías
FOTO 1: Nasraldien Mohammed Ibrahim, 37 años, en su tienda de campaña en el campamento de refugiados de Domiz en Kurdistán, Iraq (16 de noviembre de 2012). Omar huyó de Damasco con su esposa y sus dos hijos la noche en que sus vecinos fueron asesinados. «Entraron en la casa y descuartizaron a mi vecino y a sus dos hijos. Arrastraron los cuerpos hasta la calle, donde los encontramos por la mañana». Lo más importante que Omar se llevó es su buzuq, el instrumento que muestra en esta fotografía. «Tocar me llena de un sentimiento de nostalgia y me recuerda a mi tierra natal. Por un momento, alivia un poco mis penas» .
FOTO 2: Refugiados de Malí, Mamma Monedero Bona, 40 años, y sus hijos, posan para un retrato en el interior de su tienda en el campamento de refugiados de Damba en Burkina Faso el 11 de marzo de 2013. La esposa de Agadé Mamma trajo el juego de té de la familia. «La vida de los tuareg es el té», dice ella. «Nos da energía, incluso cuando no hay comida». Durante el viaje, lo mantuvo a su lado en un pequeño saco, que colgaba de la parte posterior del burro en el que ella y tres de sus hijos huyeron. El té es lo primero que hace la madre cada mañana, un ritual que se repite a lo largo del día. «El té es la tradición de nuestros antepasados. Si no cumplimos con esta tradición, ya no seremos tuareg «.
FOTO 3: Abdou está sentado junto a su familia sobre la moto que asegura que le salvó la vida. La familia de Abdou huyó de su casa en Malí después de que su madre y otras cuatro mujeres fueran secuestradas, llevadas al desierto y asesinadas. Cuando Abdou se enteró de lo que había sucedido, esperó a que oscureciera y escapó con su esposa y sus dos hijos al desierto. Volvió a los pocos días para enterrar a su madre, y luego metió a su esposa e hijos en un coche mientras él y su padre les seguían en la moto.
FOTO 4: Benjamin, con su máquina de coser, de la que dice: «Es mi vida, es mi sangre. La utilizo para poder comprar comida para mi familia». En Batanga, gana algún dinero arreglando la ropa de los refugiados y de la población local. Benjamin decidió huir después de ver cómo un combatiente de Seleka mataba de un tiro a un mercader en la zona portuaria de Bangui.
FOTO 5: Leila, 9 años, en Erbil, Kurdistán, Iraq (17 de noviembre de 2012). Con sus cuatro hermanas, su madre, su padre y su abuela, llegó a Erbil huyendo de Deir ez-Zor, Siria. Dice, sobre lo más espeluznante antes de su huida: «Era el sonido de los tanques, incluso más aterrador que el de los aviones, porque sentía como que los tanques venían a por mí». Lo más importante que Leila pudo llevarse son los pantalones que sujeta en esta fotografía. «Cuando vi estos pantalones, supe al instante que eran perfectos, porque tienen una flor y me encantan las flores». Solo los ha usado en tres ocasiones, todas ellas en Siria.
FOTO 6: Alia, 24 años, en el campo de refugiados de Domiz en Kurdistán, Iraq (15 de noviembre de 2012). Alia huyó de Daraa, Siria, debido a los combates cuatro meses antes de que se tomara esta fotografía. «Al principio del conflicto mi familia decidió quedarse porque pensábamos que terminaría pronto. Tenía miedo de que huyeran y me dejaran sola», confinada en su silla de ruedas y ciega. Alia dice que lo único importante que se llevó consigo es su alma, «nada más, nada material». Cuando se le preguntó sobre su silla de ruedas se sorprendió, ella la considera como una extensión de su cuerpo, no un objeto.
FOTO 7: Fideline, 13 años. Ella y su familia huyeron para salvar sus vidas subiendo a un barco en dirección a Batanga, en la República Democrática del Congo. La gota que colmó el vaso fue cuando la adolescente y sus amigos vieron a un hombre de negocios ser ejecutado sumariamente. Fideline recuerda gritar mientras corría hacia su casa. Su padre decidió de inmediato que tenían que irse. «No pude coger ni mi cartera de la escuela, ni mis zapatos, ni las cintas de colores para el pelo, pero sí cogí mis cuadernos y mi bolígrafo», dice la mejor estudiante. «¡Hemos sufrido tanto!», dice. Y añade: «Quiero estudiar para poder convertirme en alguien en la vida».
FOTO 8: Varios meses antes de que se tomara esta fotografía, los constantes bombardeos obligaron a Dowla, de 22 años, y a sus seis hijos a huir de su pueblo, Gabanit, en el estado de Nilo Azul de Sudán. Lo más importante que pudo llevarse consigo es el palo de madera que balancea por encima de los hombros, con el que transportó a sus seis hijos durante el viaje de diez días que realizaron desde Gabanit hasta Sudán del Sur. En ocasiones, los niños estaban demasiado cansados para andar, lo que la obligaba a cargar a dos de ellos en cada lado. Campamento de refugiados de Doro, en el condado de Maban, Sudán del Sur.
FOTO 9: Magboola, 20 años, en el campamento de refugiados de Jamam, Maban, Sudán del Sur. Ella y su familia resistieron varios ataques aéreos durante meses, pero decidieron huir de su pueblo, Bofe, la noche en que los soldados se presentaron en él abriendo fuego. Junto con sus tres hijas, viajó durante doce días desde Bofe, en el estado sudanés de Nilo Azul, hasta la localidad de El Fudj, en la frontera de Sudán del Sur. Lo más importante que se llevó consigo es la olla que sostiene en esta fotografía, lo suficientemente pequeña como para poder viajar con ella y lo suficientemente grande como para cocinar el sorgo para ella y sus tres hijas durante el viaje.