El Museo del Prado ha organizado una pequeña exposición con las obras que conserva de Miguel Blay para celebrar el ciento cincuenta aniversario del nacimiento del escultor. Además de cuatro esculturas exquisitas, de medallas y de la agenda con la que organizaba su día a día, el museo presenta una serie de dibujos. En todos ellos emociona el dominio del relieve y la expresión del sentimiento. De 19 de abril a 2 de octubre
El nombre de la exposición, Solidez y Belleza, está tomado del discurso que pronunció Miguel Blay y Fábrega (Olot, 1866-Madrid, 1936) al ingresar como académico en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Tomó posesión en mayo de 1910 y con sus palabras mostró lo que para él era la escultura: «Solidez y belleza. He aquí, en dos vocablos, expresado todo el ideal que encierra el programa que ha de cumplir un escultor». Anteriormente ya había recibido importantes reconocimientos, tanto en España como en Francia, país donde se formó, en concreto en París (completó su formación en Roma) o en Argentina.
Las dos cualidades se distinguen en las diecinueve piezas que reúne el Museo del Prado, entre dibujos, medallas, una agenda y cuatro esculturas. Forman parte de los fondos de su colección y ahora, tras los trabajos de restauración, los muestra al público para conmemorar el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de un escultor clave en el panorama artístico español de finales del siglo XIX y primer tercio de XX, que supo asimilar y hacer suyas las corrientes de la época: Realismo, Naturalismo y Simbolismo. Sea cual fuera el material que trabajara (escayola, bronce, mármol…, e incluso el papel en el caso de sus dibujos) o la escala, su dominio del relieve y de la expresión son sobresalientes. Mariano Benlliure, con quien trabajó en alguna ocasión, dijo de él que era «el príncipe de la elegancia y la corrección». El retrato que esculpió para recordar a uno de sus hijos muerto: Miguelito, es un ejemplo clarísimo del acierto en la descripción de Benlliure. El Prado expone su versión en mármo.l Blay modeló muchas de sus obras en distintos materiales.
En la misma sala, la 60, se expone un fragmento de Los primeros fríos, una obra conmovedora que representa a un anciano y a una niña sentados en un banco y que, según la versión, están desnudos o vestidos. Blay ensayó con las figuras desnudas (según cuenta en el catálogo de la exposición la comisaria y Jefe del Área de Conservación de Escultura y Artes Decorativas del Museo del Prado Leticia Azcue Brea) para trabajar bien la anatomía que luego cubriría con las ropas, pero los artistas que visitaron su taller y vieron el resultado -la crudeza del cuerpo del anciano y la dulzura de la niña- le animaron a dejar las figuras sin ropa. La pieza que muestra el Prado es Niña desnuda, en mármol de Carrara. Despojada de su acompañante, que es en quien busca calor, despierta ternura.
Al ideal, la otra escultura que se presenta en la sala 60 y que representa a dos figuras de pie, una vestida y otras desnuda, es un paradigma de la escultura simbolista y con ella Blay quiso mostrar «dos almas predestinadas de las que llegan a la meta, de las que marchan resueltas, rechazando contrariedades, no queriendo sentir las espinas que pisan, ni hacer caso de los tropiezos que se encuentran en el camino de la vida». El conjunto se encontraba en muy mal estado y ha sido objeto de un minucioso trabajo de restauración. Lo mismo ocurre con Eclosión, el grupo escultórico con el que Blay ganó la Medalla de Honor de la Exposición Nacional de Bellas Artes, el máximo galardón que se concedía en los certámenes oficiales. Esta obra se expone aparte, en la sala 47, para garantizar que el visitante pueda verla desde todos los ángulos, rodearla y valorar su belleza y sutileza con la que expresa la sensualidad e intimidad de esa pareja de enamorados.
Volvemos a la sala 60 para mencionar las medallas conmemorativas, materia en la que Blay contó con un gran reconocimiento; la curiosidad de poder asomarse a dos días de su agenda -en la que apuntaba tanto hechos y datos relacionados con su trabajo como detalles de su día a día y de su economía doméstica-, y su virtuosismo en el dibujo, basta el ejemplo del Apunte de un hombre dormido o el del Desnudo de mujer sentada, en los que el realismo de los trazos van más allá de la anatomía e invitan a sumergirse en los sentimientos de cada uno de ellos.