Santiago Rusiñol i Prats fue un pintor que rompió fronteras. Además de sus lienzos, escribió literatura, ensayo y crítica del arte. Este mes de febrero se cumplen ciento cincuenta y cinco años de su nacimiento en Barcelona en 1861. Por ello le rendimos homenaje y revisamos su biografía y su obra en el destacado de efemérides de esta semana
Considerado como uno de los ideólogos del movimiento del modernismo catalán, Santiago Rusiñol no pudo imaginar con esperanza a que se cumpliesen sus fantasías hasta la edad de los veinte años. Empezó su carrera – a la par de su vida laboral, adulta- en la adolescencia cuando entró a trabajar junto a su padre y su abuelo en la empresa familiar de hilados textiles. Su vocación de pintor la mantenía en espera y en la clandestinidad, y aún muriendo su padre cuando tan sólo contaba los 22 años, tuvo que esperar algún tiempo más para hacer de su pasión, su profesión. Concretamente hasta 1887, cuando fallece su abuelo -implacable a la hora de permitir que su nieto se formarse y se dedicase al arte-. Rusiñol entonces decide que sus actividades creativas salgan a la luz y se materialicen en exposiciones, se perfilen en los talleres de otros pintor y se enriquezcan con los viajes a otros lugares y contextos como fue la bohemia del barrio de Montmatre en París, donde el artista residió un par de veces a lo largo de su existencia.
En la capital francesa observó y aprendió de los entresijos de otros, que a sus ojos fue como redescubrir la pauta del truco de magia. Sobre todo fueron importantes dos compañeros de viajes: Ramón Casas e Ignacio Zuloaga. Con el primero coincidió ya en su juventud en Barcelona, y expusieron juntos en reiteradas ocasiones, de las más señaladas la muestra de la Sala Parés en 1890; el segundo le descubre un manjar artístico, el Greco y su obra. También Italia y en concreto Florencia, y otros paisajes que son deleites contemplativos: la Alhambra de Granada y los acantilados de Mallorca.
En esta ciudad fue donde empezaron los paisajes, tema con el que no sólo consiguió la fama internacional -llegó a exponer piezas de esta índole hasta tres veces en París en respetados lugares como el Salón de los Independientes, el Salón Nacional y la Galería Bring- sino que para la desgracia del resto de sus pinturas, ha sido el paisaje con lo que más se le ha identificado a lo largo de la Historia del Arte, otorgándole incluso el compartimento estanco de paisajista.Un error frecuente, que ensombrece aquella primera producción en Barcelona y Stiges antes de marchar por segunda vez a París, y en las que se aprecia la reivindicación social que impregna paralelamente a su obras literaria, sobre todo a partir de 1900.
Bajo títulos como «Llibertat» ,» El pueblo gris» o «L’hèroe», Rusiñol descarga su opinión y crítica contra el espíritu religioso desprendido de la caridad; el absurdo de la colonización y por ello, la lucha de las autoridades por impedir el proceso (natural) contrario, o en contra de la explotación y el deterioro de todas las mujeres que de sol a sol trabajaban y envejecían entre las paredes de una fábrica: ¡Y tantos años, y tan sin darse cuenta, no casi saber que vivían! Se volvían viejas, más viejas, con la inocencia serena de quien espera la puesta de sol.
La luz en su creación se apaga el 12 de junio de 1931, no sin antes haber recibido méritos tales como la medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes, y dejar en donación su colección y casa al municipio de Stiges.Hoy día se encuentra el Museo del Cau Ferrat donde permanece viva la pasión del creador.
One Reply to “Santiago Rusiñol, pasión por la profesión”