Tras su paso por Portland, el 6 de febrero llega a The Phillips Collection de Washington la exposición que, con las obras del coleccionista Paul G. Allen, indaga en un tema siempre presente en la historia del arte: la naturaleza. Lo hace a través de grandes maestros europeos y norteamericanos como Canaletto, Monet, Turner u O’Keeffe. Las imágenes son un regalo para los sentidos
Es Jan Brueghel el Joven, con su serie alegórica dedicada a los cinco sentidos en la que retoma un tema ya tratado por su padre, el encargado de abrir una exposición que hará incursiones a través de 39 obras en cinco siglos de pintura para disfrutar con la evolución de la mirada del pintor hacia la naturaleza. Seeing Nature: Landscape Masterworks, así se titula la muestra, puede verse en Washington desde el 6 de febrero hasta el 8 de mayo; antes estuvo en el Portland Art Museum y a continuación viajará a Minneapolis Institute of Art, New Orleans Museum of Art y al Seattle Art Museum. Todas las obras que se presentan pertenecen a la colección de Paul G. Allen, cofundador de la empresa Microsoft.

Los cinco sentidos: el gusto, por Jan Brueghel el Joven, h. 1625, óleo sobre tabla. Colección Familia de Paul G. Allen.
Cronológicamente arranca en el siglo XVII y avanza hasta hoy día. Geográficamente se limita a Europa y América del Norte, y hay dos nombres propios a tener muy en cuenta: el de un pintor, Claude Monet, y el de una ciudad: Venecia, que ha atraído a artistas de todas las épocas. La colección de Paul G. Allen cuenta con un Canaletto, una vedusta tranquila del Gran Canal que documenta cómo era entonces la ciudad de los canales a través de esas fachadas de detalles muy precisos que encuadran la composición, del agua azul plomizo y de las sencillas embarcaciones. (Arriba: El Gran Canal, Venecia, vista al sudeste desde San Stae a las Fábricas Nuevas de Rialto, por Giovanni Antonio Canal, conocido como Canaletto, h. 1738, óleo sobre lienzo, Colección Familia de Paul G. Allen.)

Vista de Venecia. El Gran Canal, por Édouard Manet, 1874, óleo sobre lienzo. Colección Familia de Paul G. Allen.
Muy diferente es el acercamiento de Édouard Manet. La obra recoge una vista muy sesgada en la que los fragmentos de los elementos (góndolas, cúpulas…) nos sitúan en Venecia, pero en una Venecia en la que lo que importa es la luz y sus reflejos. Es una pintura impresionista de 1874.
Unos años antes, en 1841, Joseph Mallord William Turner también pintó Venecia en un óleo en el que parece haber más sueño que realidad; una obra maravillosa que pierde detalle a favor de captar la atmósfera y el ritmo de la ciudad. Como afirmó Ernst H. Gombrich, «En Turner, la naturaleza trasluce y expresa siempre emociones humanas». En una ocasión el pintor inglés tuvo que argumentar por qué no había dibujado los ojos de buey de un barco. Pintó esa escena en concreto (no se trata de la vista sobre Venecia que tenemos aquí, pero comparte su esencia) en un contraluz que no permitía apreciar esos huecos: «me dedico a pintar lo que veo, no lo que sé», dijo. Con esa filosofía parece inevitable que Claude Monet, el gran exponente del movimiento impresionistas, se interesara por él como lo hizo.

Depositando tres pinturas de Giovanni Bellini en La Chiesa Redentore, por Joseph Mallord William Turner, 1841, óleo sobre lienzo. Colección Familia de Paul G. Allen.
Hoy seguimos indagando en los guiños entre Turner y Monet: en los últimos años la Tate (primero la Tate Britain en 2005 y en 2012 la Tate Liverpool) ha organizado dos exposiciones en las que ha puesto a dialogar a las obras de estos dos grandes maestros, en el primer caso también con Whistler y en el segundo con Twombly. Turner y Monet conviven también en esta colección privada que ha mostrado una inquietud especial por el francés. Monet está muy bien representado en la muestra de Washington con cinco obras entre las que distan treinta años. Entre ellas se encuentra una de la serie del Estanque de los nenúfares, motivo al que dedicó alrededor de 250 obras entre 1910 y 1926. Monet acerca tanto en plano que desaparecen las referencias y la descripción cede a favor de una impresión que roza la abstracción.

El estanque de nenúfares, por Claude Monet, 1919, óleo sobre lienzo. Colección Familia de Paul G. Allen.

Bosque de abedules, por Gustav Klimt, 1903, óleo sobre lienzo. Colección Familia de Paul G. Allen.
En su bosque de abedules (1904), Gustav Klimt también prescinde del horizonte. En esta vista sin cielo y sin copas, los troncos se van multiplicando según se avanza hacia el interior del bosque (y del cuadro); pero la imagen no es opresiva, quizás porque el color marca un ritmo positivo. Tiene esos dorados que nos cautivan en sus mujeres y que aquí nos hablan del otoño en manos de quien fue también un gran paisajista.
Ante la obra del pintor austriaco uno percibe un placer sereno, mientras que frente a la decalcomanía de Max Ernst de 1940 la sensación es de desconcierto e incluso desasosiego: un paisaje onírico que se nos antoja poblado de fantasmas. Las flores de la americana Georgia O’Keeffe navegan entre la abstracción y el realismo, mientras que el también norteamericano Milton Avery hace bailar a sus esquemáticos árboles potenciando las manchas de color. Hemos llegado a 1936 y 1960 (fechas de estas dos obras) aprovechando la selección de una gran colección de arte para celebrar cómo cada artista vive e interpreta el entorno natural. Ahora, le toca al espectador hacerlo suyo, quizás halle en el lirio de 0’Keeffe las referencias sexuales que la autora negó o busque en la obra de Canaletto pistas de la Venecia actual.

Paisaje con lago y quimeras, por Max Ernst, h. 1940, óleo sobre lienzo. Colección Familia de Paul G. Allen.
- Lirio Negro, por Georgia O’Keeffe, 1936, óleo sobre lienzo. Colección Familia de Paul G. Allen.
- Árboles bailando, por Milton Avery, 1960, óleo sobre lienzo. Colección Familia de Paul G. Allen.