La galería Kreisler de Madrid presenta hasta el 10 de octubre la exposición Morfologías formales, con quince esculturas del artista, algunas de las cuales se muestran por primera vez al público. Su pasión por la botánica le llevó a interesarse por lo orgánico y confiesa a Descubrir el Arte que toda su obra está influenciada por los mundos invisibles de la naturaleza, en concreto por la inteligencia de diseño de la propia naturaleza que todo lo simplifica. Y su trabajo parte de este premisa, partiendo de un gran trabajo científico-intelectual llegar a la esencia, hacer lo complicado simple, asombrosamente simple, eso es para él la creatividad
Aunque para Jorge Palacios la madera solamente es el soporte, nunca el protagonista de su obra, sí que reconoce que cuando era pequeño adquirió un gran conocimiento de las especies arbóreas junto a sus padres visitando muchos jardines botánicos. Esto le facilitó mucho las cosas cuando estudió en la escuela de Artes y Oficios un módulo de escultura, «lógicamente me enseñaron los principios de la talla pero no me tenían que decir mucho para que yo supiese por dónde se iba a favor o en contra de la madera porque todo aquello lo conocía desde un planteamiento botánico, dónde va a estar la veta, las yemas, es decir, la dirección del crecimiento de cada una de las partes del conjunto».
Pero lo más importante para él es que esta pasión por lo botánico hizo que se interesara por todo lo orgánico, «toda mi obra está influenciada por los mundos invisibles de la naturaleza, es decir, la naturaleza simplifica, tiene una inteligencia de diseño». Cuando le preguntamos a Palacios cómo influyen estos «mundos invisibles de la naturaleza» en su trabajo, y cómo los aplica a la hora de realizar sus escultura, nos explica que tanto los «mundos de lo visible como de lo invisible se rigen por unas leyes físicas que son inmutables y que nos imponen unos principios, como en el modo en el que se manifiesta la gravedad, no solo la que nos mantiene pegados a la tierra, sino también la que atrae a dos cuerpos o la que mantiene unidas las partículas que conforman una gota de agua».
Para Palacios estos comportamientos físicos dan como resultado una geometría, que puede estudiarse a nivel formal, «pero que también puede comprenderse a través de las matemáticas y de sus movimientos dinámicos. La efectividad y la aparente sencillez que hay tras las complejas arquitecturas de la naturaleza son el resultado evolutivo del descarte de las estructuras no funcionales; sin duda, son el resultado de una búsqueda incesante en la optimización de su funcionalidad y, por supuesto para mí, una clase magistral de síntesis y simplificación evolutiva».
Y es precisamente lo que el artista ha conseguido en sus esculturas, síntesis y simplificación, expresar lo ligero desde lo rotundo (como en Asimetría convexa, una obra de casi tres metros y que pesa más de 400 kilos), o al revés, transmitir lo rotundo desde la ligereza (como en Geometría afable). En definitiva, la búsqueda de lo esencial. Lo verdaderamente fascinante es que para llegar a ese resultado final en cada una de sus esculturas, Palacios invierte muchas horas de trabajo de investigación porque solo cuando se comprende plenamente un concepto, en toda su dimensión y con todos sus matices, «eres capaz de darte cuenta de cuáles son los elementos prescindibles de la ecuación».
Este es el motivo por el que le gusta profundizar y trabajar desde lo complejo hacia lo concreto, a través de un trazo o gesto único con el que intenta expresar en cada caso un sentimiento o emoción en esa «búsqueda de la máxima expresividad a través de la mínima expresión. Recuerdo una frase del jazzista Charles Mingus que decía algo así como que hacer lo simple complicado era algo bastante habitual pero que hacer lo complicado simple, asombrosamente simple, que eso era lo que él entendía como creatividad».
Cuando recorremos junto a Jorge Palacios esta exposición en la galería Kreisler, nos va describiendo cada una de sus piezas, cómo y por qué han surgido de sus manos. Nos habla de partículas, de peso específico, de la gravedad, de la curvatura Bézier, una curva que está muy presente en la naturaleza y en toda su obra y que no se puede trazar con un compás porque tiene puntos de centro infinitos. Pero también de lo irracional, de la emoción, lo que desea transmitir al público, la búsqueda de la proximidad con el espectador. Y es que aunque se considera una persona especialmente racional, en el campo de la expresión se siente más cómodo con lo emocional. «A veces la labor que desempeña el artista es la de subrayar la importancia de lo cotidiano y otras veces el pensamiento transversal le lleva a reflexionar sobre un planteamiento nuevo –afirma Palacios–. Pero para mí lo verdaderamente importante, sea cual sea el mensaje en cada momento, es que las piezas hagan vibrar al espectador, que lo conmuevan, que lo hagan reflexionar. No creo que sea necesaria la racionalización completa de la obra; no hace falta entender para sentir, aunque sí para expresar, por lo que, aunque sí pretendo que mi obra conmueva, no espero que sea comprendida intelectualmente en toda su integridad».
Y desde luego que no es necesario para el visitante que se detiene frente a Gota fluida conocer principios físicos como el efecto de la gravedad sobre la tensión superficial o la mecánica de fluidos. Lo verdaderamente fascinante es que aunque sepas que es pura materia (madera) y que, por tanto, la gota no va a llegar al suelo, transmite cierta sensación de movimiento. Palacios ha conseguido captar y materializar ese momento preciso de tránsito, de fluidez.
También en el caso de Mercurio en movimiento, que reproduce el momento en que dos gotas de mercurio se atraen hasta convertirse en una sola, Palacios vuelve a captar el instante decisivo de un elemento en transformación. O en Vórtice continuo, que se inspira otra vez en el movimiento, en este caso en los sistemas de retroalimentación de las masas de aire que tienen lugar en el interior de un vórtice de un tornado.
Jorge Palacios nos explica que está en un momento de su proceso artístico que denomina la «pérdida de pedestal» porque cuando «sitúas una pieza en una peana, la estás subiendo a un altar, ese altar, desde mi punto de vista, genera una ruptura en el diálogo con el público». Tampoco le gusta poner cartelas con los títulos de las obras en las exposiciones porque piensa que es como dar al visitante la solución al sodoku, «el título de una obra impone una única lectura. Creo que la experiencia es mucho más enriquecedora para el espectador si tiene la oportunidad de descubrir la pieza por sí mismo, que tenga su propia experiencia».
Las esculturas de Palacios hay que verlas desde distintas perspectivas, rodearlas y observarlas desde todos los ángulos para percibir todas las lecturas posibles, y es que para Palacios el espacio forma parte de la propia pieza. Quizá por eso también muchas de sus obras tienen «agujeros». Y por eso también es vital para él elegir las ubicaciones de cada una de las piezas en la sala donde van a ser expuestas. Nos habla de cómo se ha imaginado siempre su obra Perfil vertical, al final de un pasillo muy largo, para que la aproximación del espectador sea frontal y cómo de esta manera en la perforación que tiene en el centro convergan todas las líneas bifurcativas para lograr la perspectiva ideal.
Y ahondando un poco más en la simbiosis de obra y aire, nos comenta que «no se entendería el uno sin el otro; el aire enmarca mis esculturas, las perfora, las transita, juega con la evolución de las curvas definiendo en todo momento dónde se encuentran sus límites. En muchas de mis obras reflexiono sobre el equilibrio entre el material esculpido y el aire esculpido, jugando a su vez con la dicotomía entre solidez y ligereza. Me resulta interesante la concepción que tenía Noguchi de la escultura cuando consideraba que si una roca era escultura, que también lo era el espacio existente entre varias rocas y el que podía haber entre las rocas y el ser humano, e incluso la comunicación entre ambos».
Por eso a Palacios le gusta mucha las esculturas site specific y ha trabajado muy a menudo con estudios de arquitectura o de paisajismo. Para él el planteamiento es similar en cuanto a la integración de la obra en el entorno, solo que en el caso de los arquitectos muchas veces trabajan sobre plano porque el proyecto todavía no está ejecutado. Y añade que le interesa «profundizar en el lenguaje visual de los arquitectos que han conferido un determinado lenguaje al espacio; del mismo modo que, un grupo de notas no son música si no se tocan en el orden correcto o al ritmo apropiado, si una escultura interviene un entorno consolidado como el arquitectónico, puede convertirse o bien en la nota disonante o en aquella que armonice». Y, a veces, cuando la «complicidad, sintonía, diálogo o entendimiento con el arquitecto se encuentran perfectamente alineados, estos proyectos site specific se pueden llevar a un nivel superior.»
En esta línea, se siente muy satisfecho y orgulloso de la exposición que realizó en 2011 en Toledo, Los diálogos de la curva. Una muestra complicada porque la capital toledana tiene una personalidad muy marcada por tanto edificio patrimonial, singular. Pero el reto lo superó con creces, sus esculturas sobresalían sin romper el equilibrio en lugares como la Puerta de Bisagra, en el Palacio de Fuensalida, en la Puerta del Sol o en el Museo de Santa Cruz. Palacios consiguió un diálogo tan perfecto entre sus esculturas contemporáneas y los lugares históricos que las acogieron que a la semana de haber finalizado, un titular de prensa decía “Ya ha pasado una semana del desmontaje de la exposición y ya la estamos echando de menos”.
Por último, le preguntamos sobre su trabajo de obra pública, cómo se enfrenta a proyectos que son encargos y cómo encara el condicionante, en estos casos, del espacio concreto para el que tiene que hacer la escultura. La respuesta es sencilla, «intento buscar parte de la inspiración en dicho entorno, aportando algún tipo de reflexión al espacio intervenido, y creando, siempre desde la curva, el gran pilar que vertebra mi imaginario artístico». Su objetivo, la integración y el diálogo; «que la obra cuente con un fundamento, un motivo por el cual deba estar allí y no en cualquier otro lugar y a veces, cuando esto ocurre y esta integración resulta apropiada, el espectador puede llegar a sentir que esa escultura pertenece a ese lugar y que siempre estuvo allí».
Todo esto se resume en una premisa fundamental, «intervenir desde el respeto intentando entrar en armonía y equilibrio con y para el ciudadano».
Ángela SANZ COCA