Hace ya 92 años que falleció el pintor valenciano, maestro de la luz. No hay mejor manera de recordarle que con la exposición Sorolla. Arte de la luz que ofrece el museo que lleva su nombre en el destacado de esta semana
El pincel de Joaquín Sorolla supo traducir con maestría lo que su ojo captaba. Las diferentes formas en que incide la luz en un objeto, la composición de una escena únicamente a través de los blancos, ese detallismo de motas lumínicas que no se contradice con pinceladas sueltas… son especialmente las particularidades sobre las que versa la exposición Sorolla. Arte de la luz que se expone en el museo del pintor hasta el 16 de enero del próximo año.
El tiempo en el que vivió Sorolla aglutinó un gran número de avances tecnológicos que revolucionaron todos los ámbitos de la cotidianeidad. Como no podía ser de otro modo, los curiosos pintores sacaron partido de los nuevos conocimientos sobre los colores y la luz. La comprensión de la luz, tanto natural como artificial, permitía una nueva interpretación y plasmación de la misma. Matices y efectos lumínicos inundaron los lienzos de finales del siglo XIX, y resulta curioso que la mayoría de los pintores tornaran su atención hacia la luz natural frente a la eléctrica.
Si bien el protagonismo de la luz en cualquier obra a lo largo de la historia ha sido muy tenido en cuenta por sus propios autores y por la crítica, Sorolla fue más allá, fue un maestro. Para el pintor, era la materia luminosa la que imprimía vitalidad en una pintura. Por ello, investigó todas las posibilidades que le ofrecía este fenómeno físico, aunque algunas de ellas quedaran olvidadas por el camino como los nocturnos.
La luz tiene asociada la sombra, como duplicidad del objeto, como algo inmaterial y fantasmagórico. Asimismo, la luz tiene reflejo, sobre los espejos naturales que constituyen las masas de agua. El paisaje multiplica las imágenes sin querer, en un bello juego de casualidades del que participan los objetos que actúan de reflectores de los rayos de luz.
La naturaleza, salvaje o domesticada, provoca motas de luz bajo su manto. Las hojas hacen de filtro y la luz disipa por antojo. Sorolla capta entonces el momento idílico del que disfrutan los personajes en un entorno embellecido por la propia luz -objetivo que comparte con los impresionistas- y que plasmó durante el verano de 1907 en La Granja de San Ildefonso.
Si se piensa en la luz es inevitable que nuestra mente se pinte de blanco; lo mismo sucede con Sorolla. La gama de tonos conseguidos por el pintor en los vestidos y objetos propicia la impresión de que son ellos mismos los que emanan la luz. Para ello, la muestra recoge las impresiones de un Sorolla maduro en 1906 en Biarritz y en 1909 en Valencia.
La bata rosa puede considerarse el estandarte de la pintura lumínica de Sorolla. En esta obra consigue todo lo que ha buscado a lo largo de su vida: contraluz, luz filtrada, penumbra… resume la destreza de toda una carrera en busca de la iluminación perfecta, de una luz emocionante.
Natalia de VAL NAVARES