El Museo Thyssen-Bornemisza propone en Miradas Cruzadas el diálogo que el mundo del arte y de la ciencia han mantenido a lo largo de la historia, alimentándose uno de otro para conseguir vislumbrar las formas que esconden las imágenes aparentes
Siempre ha existido una incesante búsqueda por descubrir las normas que rigen la apariencia de la naturaleza. En esta materia convergen científicos y artistas, pues ambos persiguen la comprensión del mundo desde posiciones no muy distantes. Ejemplo de ello es sin duda el hombre renacentista, formado y dedicado a varias disciplinas, combinándolas todas ellas. Pintores del Renacimiento aportaron grandes novedades y logros en esta carrera por entender el mundo físico para poder plasmarlo de la manera más correcta posible con los colores y la perspectiva en un plano de dos dimensiones.
Sobre esta problemática compartida versa la undécima entrega de Miradas Cruzadas, una lectura que propone el Museo Thyssen -Bornemisza sobre el diálogo arte y ciencia de los últimos siglos, ilustrándolo con obras de su propia colecciones, con nombres como Frederic Edwin Church o Sonia Delaunay-Terk. La muestra, abierta al público de manera gratuita hasta el 27 de septiembre, agrupa diez pinturas que hacen patente la relación entre la disciplina artística y la científica, poniendo de manifiesto la impronta de los avances científicos en terreno del arte. Localizada en el balcón-mirador de la primera planta, la muestra se abre con Rincón de una biblioteca (1711) de Jan Jans Van der Heyden, como representación del lugar consagrado al saber y a la cultura.
Es sobre todo el siglo XIX la época que reúne mayor número de pinturas relacionadas con la ciencia por el lógico desarrollo tecnológico que tuvo su repercusión en las teorías geométricas o del color, los encuadres fotográficos o el mero interés naturalista de los paisajistas. Por ello, la exposición continúa con los pintores americanos dedicados a la representación del paisaje, incidiendo en la investigación de los fenómenos atmosféricos en relación con el orden divino. Por su parte, la representación de animales o incluso de los astros se puso en conexión con la Creación divina. Es el caso de los pintores viajeros que plasmaron la variopinta naturaleza del continente americano como fueron Frederic Edwin Church, James McDougal Hart o Martin Johson Heade.
A continuación, la exhibición ha dispuesto otro conjunto de obras que versan sobre la repercusión de las teorías cromáticas y las investigaciones de la disciplina óptica a finales del siglo XIX y principios del XX en los artistas que vivían en la capital parisina. Estos estudios fueron protagonistas en el Impresionismo, sobre todo la teoría de Michel Eugène Chevreul de los colores complementarios, método por el cual muchos de los impresionistas construían sus novedosos cuadros. Sus herederos, los neoimpresionistas, utilizaron la mezcla óptica de los colores, al modo de Seurat y Signac o incluso el futurista Severini. Sonia Delaunay creó el simultaneismo, movimiento basado en la percepción de los colores según los que tengan a su alrededor, así como el impacto de la modernidad de la luz eléctrica.
Las primeras vanguardias encontraron en las teorías relacionadas con la extradimensionalidad la vía de escape a la trasnochada perspectiva verosímil y tridimensional impuesta en el renacimiento. Se dio rienda suelta la creación artística y se intentaron representar dimensiones más allá de la tercera. No obstante, Einstein, con la Teoría General de la Relatividad, puso fin a estos descabellados intentos, como muestran las obras de obras de Max Weber, Frantisek Kupka y Theo van Doesburg.
Natalia de VAL NAVARES