Testigo de un siglo de historia, Francisco de Goya y Lucientes lo vivió y lo pintó todo. En Zaragoza, el museo que lleva su nombre, retrocede a los inicios de su trayectoria con la exposición «Goya y la Virgen. Sus imágenes en Zaragoza». Hasta el próximo 1 de noviembre
El maestro español nacía en 1746, rozando la segunda mitad de siglo que traería consigo un cambio social, político y económico, y que como consecuencia anularía el sistema del Antiguo Régimen. El arte recibió este impacto y se impuso de nuevo un canon estético marcado por el orden, la proporción y la sobriedad en la decoración.
Por ello, cuando Francisco Goya vivía sus años de juventud y se interesó por el arte, la primera formación que recibió fue de la mano de José Luzán, quién le enseñó los principios del dibujo, entendidos desde las pautas academicistas del neoclasicismo que gobernaba por entonces; según atesora el testimonio de las notas autobiográficas del artista, escritas en sus últimos años de vida en Burdeos.
A estas enseñanzas formalistas se suman los temas que predominaban, y estos eran los retratos y sobre todo las escenas religiosas. Mucho tiene que ver,que los artistas estaban sujetos a vivir de los encargos, y los grandes mecenas eran La Iglesia, la nobleza y la corte real. También la predilección por la representación de las vírgenes, proclamada por la doctrina de la Contrarreforma,continuaba haciendo mella un siglo después del debate.
Precisamente en este aspecto fija la mirada el discurso expositivo de la muestra. También porque los especialistas han señalado como la primera pintura de Goya,y por ende, el arranque de su trayectoria, una escena de la aparición de la Virgen del Pilar a Santiago, que cubría las puertas del armario-relicario de la iglesia de Fuendetodos. Fechada esta pieza en torno a 1765, hoy en día no nos queda rastro material, debido a su destrucción en 1936.
Lo que sí se conserva de esta etapa temprana son otros cuadros como La Virgen del Pilar apareciéndose a Santiago (1769), o La Virgen con San Joaquín y Santa Ana (1772-1773). El tratamiento plástico ya nos anticipa la originalidad de Goya a la hora de componer y dotar a los personajes de mucha más humanidad que la que puede representar un icono sagrado. Bien claro se ve también en el boceto que presentó de prueba en 1771 para pintar el coreto de la Basílica del Pilar. Las diagonales, el punto de fuga como la distribución espacial de los personajes, denotan la ruptura con las pautas neoclásicas imperantes para hacer un guiño al tratamiento estético barroco, del que había bebido mucho en su viaje a Italia un año antes.
Sin embargo, la producción sumun antes de marcharse a Madrid en 1775 son las once pinturas para la iglesia de la cartuja de Aula Dei, de las cuáles sólo se conservan siete originales. El ciclo pictórico narra la vida de la Virgen y la de su hijo Cristo en un orden de los pies a la cabecera de la iglesia y de izquierda a derecha.
El tema de la exposición cierra con el trabajo del fresco en la cúpula Regina Martyrum de la Basílica del Pilar, que realizaría cinco años después. No obstante, éste fue motivo de discordia por la factura desechada con la que experimentaba, y se acentuó más aún, cuando mostró los bocetos de las pechinas y éstos seguían la misma línea formal.
Goya, famoso por su malhumorado carácter, marchó ofendido y decepcionado ante la incomprensión de sus contemporáneos. Sólo les estaba proporcionando la primicia de una estética que se impondría décadas después.
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