Tras diez meses en el taller de restauración, se expone ahora en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York el retrato de Charles Le Brun «Everhard Jabach (1618-1695) y su familia». Keith Christiansen, responsable del Departamento de Pintura Europea del museo, ha descrito esta obra como «el equivalente francés de las Meninas de Velázquez: una alegoría de la relación entre el pintor, el mecenas y el acto de pintar»
Charles Le Brun (1619–1690). pintor y diseñador francés de gran influencia durante el reinado de Luis XIV, retrató al banquero Everhard Jabach con su familia en un lienzo que, según detalla la ficha del Metropolitan Museum of Art (MET), combina la intimidad doméstica y rica en detalles propia del arte holandés y flamenco, del que el retratado era admirador y coleccionista, con una organización formal y unas alusiones alegóricas características del género del retrato en la Francia de la época.
En el cuadro Everhard Jabach está acompañado por su mujer, Anna Maria de Groote, y sus cuatro hijos, todos minuciosamente retratados, pero el centro argumental de la obra es el banquero y sus intereses culturales, descritos a través de emblemas como puede ser la representación de la escultura de Susini de un león atacando a un caballo e, incluso, con el detalle de que el artista aparezca reflejado en un espejo colocado justo tras la figura del banquero.
Después de haber permanecido durante 183 años en manos de un coleccionista privado y pasado diez meses en el taller de restauración, esta obra se muestra ahora al público en las Galerías de Pintura Europea del MET. Keith Christiansen, responsable del Departamento de Pintura Europea del museo, aplaude el trabajo de restauración de Michael Gallagher, destacando que la frescura y la riqueza de color han devuelto al cuadro detalles y profundidad. Los tejidos de las ropas han recobrado su suntuosidad, los objetos han ganado volumen y las figuras humanas expresión e identidad, como la luminosidad del joven o la ternura del bebé. Cuando el enorme lienzo llegó a Nueva York, los colores estaban distorsionados y mortecinos, la capa de barniz que lo cubría (y que probablemente había sido aplicada a finales del siglo XIX o principios del XX) se había oxidado. Era necesario quitarla sin dañar la pintura para lo que, con bastoncillos de algodón, se utilizó disolvente.
El mayor reto de esta restauración viene de un hecho tan curioso como increíble: durante años, no se sabe exactamente desde cuándo, el cuadro presentó unas medidas diferentes (menores) a las de la pintura original de Le Brun. La obra, que mide 280 x 328 cm, está compuesta por cinco lienzos: el principal y central, dos laterales verticales y dos horizontales, colocados sobre y bajo el principal. En un momento dado, uno de los propietarios de la obra decidió que la banda superior fue doblada hacia atrás y fijada con tachuelas, reduciendo la superficie expuesta. En 2012, antes de que el MET adquiriera el retrato, este ya se había extendido y mostrado en su totalidad, pero los daños sobre la tela eran evidentes como puede apreciarse en la fotografía inferior (Fotografías: MET).
Una vez que la obra estuvo limpia de la capa de barniz, el equipo dirigido por Michael Gallagher, procedió a colocarla boca abajo sobre una plataforma, quitar grapas, tachuelas, tiras y cera que se habían utilizado en 2012 cuando se desplegó la parte superior. A continuación trabajaron para alisar la tela de forma minuciosa y con métodos que, según ha declarado el conservador, podían ser (como así ha sido) un éxito, pero con los que corrían altos riesgos. Se trataba de aplicar calor, humedad, presión y extensión. Tras este proceso laborioso y con la ayuda de un enorme tubo de cartón, y mucha meticulosidad, se dio de nuevo la vuelta a la obra.
Ya completamente lisa y alojada en su bastidor, se procede a aplicar una primera capa de barniz, retocar y reparar los daños que, según declaraciones del conservador, son serios solo en la parte superior, pero en el resto de la superficie reconoce que la obra se había mantenido con una muy buena conservación, donde solo tuvo que reparar pequeñas pérdidas o arañazos.
La filosofía de Gallagher es intervenir lo menos posible y hacerlo siempre de forma reversible. Tras la primera capa de barniz, el relleno y la aplicación de gouache, una segunda capa de barniz deja la obra lista para su nuevo marco, el encargado para que la obra luzca con sus dimensiones originales y que se diseñó pensando en lo que a Le Brun le hubiera gustado.