Rebeca Khamlichi: «El color es el 90 por ciento de lo que transmito»

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Rebeca Khamlichi es esa pintora de trazos sencillos y directos, de estética pop y mucho color. Sus cuadros, en general tan planos que parecen digitales, apuestan por motivos impactantes como iconos religiosos o dibujos animados, que reinterpreta con una forma muy particular de utilizar la paleta de colores. Con el color quiere que su obra enamore, y logra, por ejemplo, que un arma pierda su dureza y parezca un objeto amigable. Para ello utiliza en sus lienzos solo acrílicos de la marca LIQUITEX

Simpática y muy dicharachera, Rebeca Khamlichi (Madrid, 1987) se presenta a sí misma como antisocial y echa la culpa de ser pintora a ese rasgo de su carácter. Hija de artistas (pintor y ceramista), de pequeña tenía claro que quería todo lo contrario a lo que veía en casa y soñaba con “fichar” en una oficina; su buen manejo del pincel y las posibilidades que le abrieron las redes sociales para mostrar su obra le condujeron al final hacia la pintura. Muy colorinchi, como dice ella, trabaja con acrílico de la marca Liquitex porque le permite llevar a sus lienzos los efectos de color que busca. Ha tenido un par de incursiones en la ilustración colaborando con la cantante Zahara y con el periodista Nico Abad, con quien está ahora presentando el cuento La ballena Azul. Recibe a DESCUBRIR EL ARTE en su taller en Madrid donde, en cada palabra, transmite pasión por lo que hace.

PREGUNTA. El color es un aspecto muy reconocible en tus obras. Háblanos de tu paleta de colores.


20150512_111148REBECA KHAMLICHI. 

Uso todos los colores juntos y a la vez. No tengo miedo a que no peguen. Lo que más me identifica es el uso de colores a lo loco, o sea mezclar naranjas, manzanas, verdes…, bajarlos a pastel, mezclarlos para conseguir tonos casi flúor. Todo lo que yo hago no tendría sentido si fuera en blanco y negro o en tonos apagados. El color es el 90 por ciento de lo que transmito. Al final eso es lo que hace que sea reconocible.

Normalmente no uso un color directo del tubo, salvo algunos colores que utilizo para las pinturas de anatomías, el resto los mezclo hasta conseguir el color que quiero. Igual no creo un color flúor, pero si cojo un naranja muy vivo y un amarillo muy vivo y luego lo bajo muchísimo con pastel y lo coloco junto a un color opuesto, el contraste hace que parezca un flúor aunque no lo sea. 

Uso mucho texturas intermedias, mezclando colores de la gama heavy body (cuerpo espeso) con soft body (cuerpo fluido) de Liquitex y así consigo que el tono que quiero quede no extremadamente fluido pero no tan espeso como el heavy body. Al final eso es lo guay de la pintura acrílica, tú puedes conseguir de una manera bastante sencilla el color o el matiz que quieres, puedes coger toda una gama y pasarla entera a pastel y trabajar sobre eso.

Soy adicta a las pinturas. Te permiten hacer cosas increíbles. He crecido viendo pintar con óleos y yo ahora se lo explico a mi padre, “pero pásate al acrílico”, porque las limitaciones que tiene el óleo no existen en acrílico. Puedes hacer lo que quieras, conseguir lo mismo pero con ventajas, no huele, lo haces más rápido… Es perfecto. De los casi 100 colores que tiene la gama heavy body de Liquitex uso el 80 por ciento y los combino para hacer nuevos colores.

P. ¿Te gusta que te describan como una artista pop?

R. K.Si yo me tuviera que definir no sabría cómo hacerlo, así que terminaría diciendo lo que dicen de mí: sí, soy pop. Además a mí el pop me encanta. Me gustaría mucho máspintar realismo clásico, pero no me sale [entre risas]. Mi padre pinta realismo clásico y a mí al principio me daba muchísima vergüenza enseñarle mis cosas; se ponía muy nervioso, y mi madre, también: “Pero, ¿y la perspectiva?” me decían, y yo contestaba: “No quiero que haya, no me estáis entendiendo. Yo quiero que sea plano, plano. No quiero que tenga profundidad”. 

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P. Aunque en el estilo no haya coincidencia, en la decisión de ser pintora sí habrá influido que ellos sean artistas, ¿no?

R. K.Yo de pequeña lo que decidí fue que no iba a ser pintora.Yo les veía y pensaba: “¿Por qué no irán a la oficina”. Era un trauma horroroso. No lo veía como una opción laboral para mí. Yo quería ir al banco, a la oficina, tener un horario y esas cosas. Pero al final he tenido la posibilidad de ver cómo se pinta desde pequeña y se me da bien, me hace feliz. Pero terminé aquí un poco por casualidad. Yo empecé a pintar, subía mis trabajos a internet y de repente se vendían en muchísimas partes del mundo sin que ninguno de mis cuadros hubiera estado en una galería nunca jamás. Pensé: “Igual tienes que tragarte tus palabras porque este es el camino”. Luego descubrí que era muy antisocial y que esto me iba bien. Me gusta compartir el tiempo con quien quiero y con quien me apetece. Un lienzo no habla y nadie te habla, no te da su opinión ni nada.

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P. Sí, pero luego cuelgas lo que haces en las redes y la gente interactúa contigo. ¿Cómo llevas eso?

R. K. Ese tipo de interacción no me supone problema. Internet es muy guay para los pintores de las generaciones nuevas y al mismo tiempo una locura porque si te dejas guiar por lo que dice la gente eres el triunfo no de la mediocridad pero sí de las modas. Es la primera vez que los artistas tienen la posibilidad de recibir en tiempo real lo que piensa la gente. Tienes que tener muy claro que al final la opinión que cuenta es la tuya; si te vas a equivocar, adelante, equivócate. Esa es la parte negativa, todo lo demás son ventajas. Vivimos un momento en el que tenemos un montón de influencias, todas a la vez. Picasso se fue a vivir a Francia, Francis Bacon visitó el Prado, y ahora abres el teléfono y o te llega directamente o puedes entrar a consultar lo que se está haciendo en la otra parte del mundo. Es como una cultura colmena increíble que además anima a mucha otra gente a crear y a hacer cosas.

P. ¿A ti que te inspira?

R. K. Casi todo. Las cosas que me hacen gracia. Uso mucho chistes y frases ingeniosas. Por ejemplo, de aquello de “no sos vos soy yo” surgen millones de cactus intentando tener relaciones con globos. Son ideas locas que me pasan rápidamente por la cabeza. Me gustan los iconos religiosos, los dibujos animados, los animales humanizados… Casi cualquier cosa. Lo que no me gusta nada, nada, nada, y lo veo en otra gente y sí me gusta, pero yo jamás pintaría es lo sexual y erótico. 

A veces, antes de ponerme a trabajar, me siento delante del ordenador a mirar qué están haciendo otros; por ejemplo, sigo a Gustavo Rimada, que además también es adicto a los acrílicos de Liquitex; entro mucho en la web de Liquitex para ver si han colgado algo nuevo por eso de que soy adicta a los acrílicos.

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Después me dedico a pintar sin más. Para pintar hay que ser supermetódico, estar horas y horas para hacer una línea y luego borrarla porque no ha quedado bien. Al final a mí esa parte, que es como la más aburrida y rutinaria, es la que me apasiona. Si a algún cuadro mío le pasa algo mientras lo estoy pintando puedo morir y, sin embargo, si está terminado y se cae, se rompe o lo que sea me da igual porque para mí el valor está en el proceso. Una vez que se termina es como el recuerdo pero mientras estás en ello es el centro del universo.

image4P. ¿Por qué los iconos religiosos?

R. K. Yo creo que es un trauma infantil [entre risas]. Mi padre no es un musulmán practicante pero está criado como musulmán, mi madre es cristiana pero no es católica y yo viví mucho tiempo de pequeña con mis abuelos, que eran unos señores de Zamora casi pegando con Portugal, muy, muy, muy religiosos, muy católicos. De pequeña, cada uno me contaba la verdad absoluta sobre la religión y yo me decía: “No puede ser. Algo falla, cada uno me está contando una cosa y todos están en el convencimiento de que tienen razón. Igual están equivocados todos”. Entonces aprendí a ver los iconos religiosos como obras de arte preciosas, sin más. Para mí es la iconografía más bonita del mundo. Decidí pasarlas a mi estilo, a mi creencia -que es la no creencia- y mezclarlas con lo que me gusta. No es una falta de respeto, es una interpretación. Las versiono con las cosas que me gustan sin censura y a lo loco. Todo lo coloco como en el mismo altar. No me importa mezclarlas con dibujos animados o que aparezcan platillos volantes.

P. Hay motivos que repites, cambia el fondo pero el protagonismo es del mismo objeto como ocurre con las armas.

R. K. Esto tiene una explicación. Como tengo un nombre árabe, uno español y luego el apellido, Khamlichi, en el colegio fue tremendo: me llamaron Kalashnikov durante años y años y entonces decidí hacer como una venganza a los 28 y he pintado millones de Kalashnikov [risas de nuevo] y he hecho una guerra Khamlichi. Y ahora me ha dado por pintar armas. Me hacen mucha gracia los opuestos, pintar una cosa tan dura y tan terrible como un arma pero a todo color, igual que me gusta pintar muñecos súpercoloridos pero súpertristes. Yo nunca usaría un arma, pero a todo color y en una pared me parece algo atractivo, pierde dureza.

P. ¿Y las anatomías?

R. K. Las anatomías me alucinan estéticamente. No las versiono, las pinto tal cual. Me sirven además para ordenar el cerebro: si tienes un día muy agobiado con millones de cosas, pintar anatomías es perfecto porque estás como dos horas seguidas haciendo cosas súperordenadas y entonces todo vuelve a colocarse en su lugar. anatomias

P. Antes nos contabas que te encantan los pintores clásicos, ¿cuáles son tus referencias?

R. K. La primera vez que yo me enfrenté a un cuadro y no lo miré con ojos de niño, aunque era una niña, y descubrí que molaba infinito fue El jardín de las delicias [El Bosco] en el Prado. Lo vi y era como que me explotaba el cerebro; no entendía nada pero me parecía una genialidad. Me apasiona el Greco, es una pintura estremecedora. Me encantan los pintores clásicos: Murillo, ellas son tan preciosas, con esos colores, me resultan muy emocionantes.

P. ¿Con tus cuadros qué quieres transmitir?

R. K. Nunca me he planteado si tienen un mensaje porque yo creo que no lo tienen. Quiero simplemente que te hagan gracia, te gusten, te termines enamorando porque son alegres y al mismo tiempo son trágicos y los quieras llevar contigo y que formen parte de tu vida. Mucha gente me escribe contándome “me he enamorado de este cuadro porque yo tengo una historia con mi novia que no sé qué que no sé cuántos…” y yo pienso “ostras no tiene nada que ver, pero es mucho más bonita”.

Aunque alguno sí tiene mensaje, por ejemplo en el que estoy trabajando ahora. Es de la parte bélica. Me encantan los carteles de guerra, cogí uno de la Segunda Guerra Mundial y le puse la cabeza de Doraemon porque es un dibujo animado que les gusta a los niños pero que es horroroso, los valores que tiene son terroríficos. Hice un cartel para sacar a Doraemon de ahí y para que el mundo me ayude a que lo prohíban.

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P. Volvemos sobre el color y tu adicción al acrílico. ¿Cuándo te pusiste en contacto con Liquitex?

R. K. Fue hace como dos años. Mi tatuador, que es mexicano y pasa mucho tiempo en Estados Unidos, en una de esas que me estaba tatuando me dijo: “Para lo que tú haces hay una marca…”. A mí se me olvidó totalmente, pero luego lo compré y ya empecé y aquí me quedé porque me permite hacer cosas que no consigo con otra marca como lograr el tipo de colores y texturas que yo hago. ¿Por ejemplo? Mezclando blanco de soft y heavy body consigo pasar los dos como a pastel y a tonos muy brillantes. A mí me gusta que el acabado sea mate porque la pintura ya tiene brillo en sí porque el pigmento es extraordinario.

image5 (2)Con los mediums hago veladuras o efectos más tipo acuarela. Yo antes solo pintaba con agua pero hay una diferencia importante porque con los mediums consigues que la pincelada vaya muchísimo más rápida. Con el retardador logras un efecto óleo y ahora en verano facilita mucho el trabajo porque consigues que la pintura no se seque tan rápido. Trabajo también mucho con gesso transparente: lo pones en la madera, no pierde ninguna propiedad, se ve perfecto y pintas ideal, sin que se abra.

El medium de alisado me encanta también porque consigo como pasarlo todo al soft body. Mi obsesión es el soft body porque para mí cuanto más lavado sea todo, mejor.

El rotulador acrílico de Liquitex no lo conocía y me tiene enamorada, tiene dos puntas diferentes (una biselada y otra redonda), siempre estoy con los dos abiertos y voy dándole depende de lo que quiera conseguir. Lo uso muchísimo para delinear, con él consigo líneas perfectas sin que haya un cambio de brillo respecto al resto del dibujo, y después puedo pulirlas con el mismo tono con soft o heavy body sin que se note nada porque el espectro de colores entre los varios formatos es compatible. Es la perfección. También lo uso en líneas muy finas: si intentas hacerlo con un pincel puedes morir porque tendría que estar muy seco y a la vez muy fluido.

Amo los pinceles verdes de Liquitex (Freestyle), jamás en la vida han soltado ningún pelo, nunca, me parece fascinante. También su calidad, con esto puedes conseguir las dos cosas: estirar la pintura hasta el infinito o lograr que se quede un efecto de pincelada. Me parece perfecto y están súper bien balanceados, no se te cansa la mano. Incluso cuando pinto en formatos grandes uso mucho pincel.

P. ¿Cuál es tu intermix ideal?

R. K. Sin duda, soft body con cualquier otro. Para mí el soft body es la perfección, lo que esperas todo el rato. Antes de utilizar Liquitex tenía que diluir mogollón con agua pero al final no cubría y tenía que dar como 290 capas, terminaba volviéndome loca. Así que con el soft fue como: “Por fin, lo han hecho para mí”. Además el tubo te dura muchísimo tiempo: no tiras pintura, sacas del tubo muy poco y te cubre la superficie entera.mural

P. Durante la entrevista, Rebeca cogía un lienzo, un pincel, nos mostraba páginas webs, señalaba detalles de sus obras o pasaba las páginas del cuento que ha hecho con Nico Abad y por el que ha estado enfrascada en pintar peces y más peces. Al tiempo que cuenta lo mucho que se ha divertido en este trabajo de ilustración, reconoce que estaba deseando enfrentarse de nuevo a un lienzo en blanco y a sus pinturas.

Mira este vídeo de cómo usa Rebeca Khamlichi los acrílicos de la marca Liquitex. Rebeca estará, junto a Javier Torices, en el evento del día 28 en La Industrial de Madrid.

 

 

 

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