En las Caballerizas del Quirinal (Roma) se expone un centenar de obras que muestran la fascinación del pintor por Oriente. Junto a sus pinturas de sensuales odaliscas, naturalezas exuberantes y colores explosivos se muestran también dibujos y objetos venidos desde Oriente, como telares, máscaras o mosaicos, que le sirvieron de inspiración. Hasta el 21 de junio
“La preciosidad o los arabescos no sobrecargan nunca mis dibujos porque esos preciosismos o esos arabescos forman parte de mi orquestación del cuadro», explicaba Henri Matisse sobre su obra. Y, además, escribía: “La revelación me llegó de Oriente”. Una atracción que experimenta en su creciente acercamiento a Oriente, intensificada en los viajes, encuentros y visitas a exposiciones. La monográfica Matisse. Arabesque abunda en esa idea, la atracción e inspiración que Oriente ejerció en la pintura de Henri Matisse (Le Cateau Cambrésis, 1869-Cimiez, Niza, 1954).
Licenciado en Derecho, empieza a ejercer en el bufete de un abogado, mas la lectura del Tratado de la pintura de Goupil le inclina hacia el arte y le lleva a trabajar en París en el taller del simbolista Gustave Moreau, donde siguiendo los consejos del maestro, empieza a pintar tradicionalmente según los modelos clásicos y ejecutando copias en el Louvre.
En 1898 expone La sobremesa en la Société Nationale des Beaux Arts y seguidamente, bajo la influencia de Pissarro, realiza paisajes según el gusto impresionista. Intenta experimentar con la escultura y se suma momentáneamente al pointillisme. Si bien, su personalidad creativa se afirma definitivamente en el estilo fauve, caracterizado por una exigencia de simplificación de la realidad expresada con la osada yuxtaposición de colores puros y reducidas a elegantes arabescos lineales.
Se matricula en la Ecole des Beaux Arts donde imparten clases muchos orientalistas. En esos años se empapa de Oriente: conoce la colección islámica del Louvre, visita diversas exposiciones y especialmente las dedicadas al arte islámico. Además, en la Expo Mundial de 1900 descubre las culturas musulmanas en los pabellones dedicados a Turquía, Persia, Marruecos, Túnez, Argelia y Egipto, que lo llevan a visitar algunos de estos países. Aunque será la gran Exposición de arte mahometano en Múnich –de potente influjo en una generación de artistas, de Kandinski a Le Corbusier– la que determinará su decoración compositiva bastante lejana de la tradición occidental.
Dos estancias en Marruecos (1911 y 1913) y el interés por el cubismo lo inducen a crear nuevas soluciones de simplificación formal. En los años siguientes, el éxito, la euforia de la época, Niza, donde reside y encuentra a Renoir, lo encauzan hacia unas pinceladas más leves y agraciadas: famosa su serie Odaliscas de colores vibrantes. En 1928 vuelve a experimentar la sencillez y la fuerza expresiva, exaltando la felicidad de la vida, calidades que caracterizan la gran decoración de la Danza (Barnes Foundation). A partir de entonces demuestra una singular audacia de sincronía cromática con prevalencia de negros puros o de rojos, mientras las formas se vuelven planas y sintéticas.
Así pues, serán Marruecos, Oriente, África y Rusia los que transmitirán a Matisse los nuevos esquemas compositivos. De hecho, arabescos, dibujos geométricos y trazas, presentes en el mundo turco, en el arte bizantino, en el universo ortodoxo y en los artistas primitivos constituyen los elementos interpretados por Matisse con extraordinaria modernidad, en un lenguaje que, con alguna inexactitud de las formas naturales, roza lo sublime.
En la exposición del Quirinal se muestran, entre otros, la monumental Azucenas, lirios y mimosas, Retrato de Yvonne Landsberg, Joven con tocado persa, Tres hermanas, Rama de ciruelo sobre fondo verde, Frutero y yedra en flor, Marroquí de verde, Jardín marroquí, La Palma, Dos modelos que reposan, Bailarina española, Mujer que descansa, Desnudo sentado y Desnudo tendido sobre la espalda. Además se exponen también el vestuario que diseñó para obras como el Canto del ruiseñor, acompañados por las notas de Stravinskij. Y en la última sala, vuelve el gesto esencial en los soprendentes estudios y dibujos de hojas, árboles y plantas, de superficies desmedidas, especialmente Buisson o Arbre y culmina en la máxima concentración en el célebre Peces rojos, obra maestra de 1912.
Matisse realizó numerosos dibujos a lápiz y a carboncillo; ilustró con sus grabados las poesías de Mallarmé, de Ronsard, de Carlo d’Orléans; dejó un legado de más de 500 obras entre litografías, aguafuertes y madera. En los últimos años se dedicó a la técnica del collage en grandes composiciones de medio o gran formato (flores o bailarinas); sin olvidar sus esculturas de bronce, y no menos importante, Matisse escribió sus pensamientos sobre la pintura en diversas revistas.
Carmen del VANDO BLANCO