Tras René Magritte y Max Ernst, ahora es Joan Miró quien ocupa las salas del Albertina Museum de Viena en una serie de exposiciones dedicada al Surrealismo. Las alrededor de cien obras que reúne la muestra trazan su trayectoria artística según un hilo argumental hilvanado en la referencias al cielo y la tierra. Permanecerá abierta hasta el 11 de enero
«Yo no era surrealista. Me interesaba la idea de la pintura-poesía. La pintura como poesía visual, pero la parte narrativa del Surrealismo, las pequeñas historias, me daban igual». Joan Miró (1893-1983) estaba en París cuando se publicó el Manifiesto Surrealista en 1924; aunque nunca ingresó en el movimiento, sí convivió con él y en su pintura se percibió un importante cambio. Hay dos cuadros, La masía y Tierra labrada que expresan bien esa evolución. De la preocupación por el detalle de los paisajes pintados en Montroig, donde quiso representar «la caligrafía de un árbol, de un tejado, hoja por hoja, ramita por ramita […]» pasa a la búsqueda del alma, del espíritu de los distintos elementos como por ejemplo un árbol -de nuevo-, al que en ese nuevo acercamiento le parece natural colocar un ojo y una oreja. Esa mirada surrealista del gran pintor catalán es la que ha querido recuperar ahora el Albertina Museum de Viena con la exposición «Miró. De la tierra al cielo».
Esta exposición se inscribe dentro de una serie dedicada, según detallan desde el museo, a una definición abierta del Surrealismo que comenzó con una muestra sobre René Magritte en 2011, le siguió Max Ernst dos años después y desde el pasado 12 de septiembre y hasta el 11 de enero completa Miró. La exposición reúne alrededor de cien obras, entre pinturas, dibujos y objetos. El título hace referencia a los intereses del artista: al contraste y el equilibrio entre las obras atadas a la naturaleza y los temas más espirituales y místicos. El cielo nos hace pensar directamente en Las Constelaciones: 23 gouaches en los que crea un cosmos de estrellas, formas y manchas coloreadas. En cuanto a tierra, recordamos que este es precisamente el nombre que escogió el Museo Thyssen Bornemisza para la monográfica que dedicó al artista catalán en 2008. Les tomamos prestada (de su página web) la explicación de la elección del título: “Tierra, para Miró, quiere decir su tierra, Cataluña; pero es también una clave que le permite acceder a ciertos valores y cualidades propios de las culturas rurales, como la fertilidad, la sexualidad, la fábula o la desmesura. Tiene que ver, por otra parte, con la búsqueda de lo ancestral y lo primitivo. En términos de lenguaje pictórico, lo terrestre se manifiesta como una desconfianza por la forma y una propensión a experimentar con la materia […]». Y, efectivamente, Miró experimentó con materiales y técnicas, sobre todo a raíz de que en un momento dado, en 1927, declarara su intención de asesinar a la pintura -a la que al final, no abandonó-: collages, escultura, tapices o cerámica.
Joan Miró también es protagonista, pero esta vez con Alexander Calder, de la exposición que la galería Mayoral en Barcelona (www.galariamayoral.com/es) dedica hasta febrero a estos dos artistas, tanto a su obra como a testimonios de su amistad. En el número de diciembre de Descubrir el Arte nos ocupamos de esta interesante muestra en nuestra sección de Citas.