La Royal Academy of Arts de Londres presenta una exposición donde se exhiben 35 utensilios que el artista reunió a lo largo de su vida junto a 65 pinturas, dibujos y esculturas. Unos objetos que inspiraron al pintor y que plasmó en muchas de sus obras como una silla barroca, una jarra de vidrio de Granada o una chocolatera del siglo XVIII. Hasta el 12 de noviembre
A lo largo de su vida Henri Matisse (Le Cateau-Cambésis, 1869-Niza, 1954) coleccionó esculturas medievales, máscaras africanas, porcelanas chinas, chocolateras o textiles, tambores y braseros de Marruecos. Para el artista todos estos utensilios eran mucho más que simples objetos, se convertían en protagonistas, en actores que desempeñaban diferentes papeles en sus cuadros. Y nadie mejor que él para expresar el papel crucial que todos estos utensilios desempeñaron en su vida y en sus obras cuando en 1951 explicaba que “había trabajado toda mi vida con los mismos objetos. El objeto es un actor. Un buen actor puede participar en diez obras diferentes. Un objeto puede desempeñar un papel en diez pinturas diferentes”.
Para Matisse los objetos no tenían porqué ser valiosos ni raros, muchas veces eran humildes, lo importante para él era que le emocionasen, que le inspirasen o que pudiese aprender de ellos principios de diseño. Muchos de estos objetos el pintor los compraba en sus viajes u otras veces eran regalos de sus amigos y familiares.
Y precisamente la exposición Matisse en el estudio de la Royal Academy of Arts de Londres trata sobre la fascinación que el maestro francés sentía por los objetos y lo hace mostrando 35 de estos objetos, muchos de ellos se exhiben por primera vez, y 65 pinturas, dibujos y esculturas, procedentes en su mayoría del Museo Matisse de Niza.
Entre ellos se puede ver un jarrón verde de vidrio con dos asas que el artista compró en Granada en 1911 y que, según confesó, le evocaba a una mujer con las manos apoyadas en la cadera, un objeto que incluyó en dos de sus obras. Otro objeto que aparece a menudo en sus cuadros es una chocolatera del siglo XVIII que le regalaron en su boda, cuyos reflejos cobrizos surgen, como en uno de sus cuadros, de un fondo de colores oscuros. También se expone uno de los objetos que más llegó apreciar y que también inmortalizó en algunas de sus pinturas, una silla barroca veneciana o “rocalla” con respaldo de concha de plata y reposabrazos en forma de delfines, que encontró en una tienda francesa de antigüedades.
En la muestra hay una sección dedicada a las esculturas africanas que inspiraron al artista para desarrollar ideas innovadoras en sus retratos de las figuras humanas, enfocados en el desnudo femenino. Entre ellas, destaca Dos mujeres, una escultura que Matisse realizó a partir de una fotografía en la que aparecen dos mujeres tuareg del norte de África y que se publicó en la revista francesa L’Humanité féminine. Lo más relevante de esta pieza para una de las comisarias, Helen Burnham, es que Matisse reflexiona sobre la sexualidad porque dependiendo del punto desde donde se observe la obra, puede verse a un hombre o a una mujer.
Matisse viajó a Marruecos en 1912 y 1913, y es que como comenta una de las comisarias de la exposición, Ann Dumas, “tras visitar Marruecos y Argelia, Matisse estaba entusiasmado con el norte de África, con su cultura y con el arte procedente del islam”. Algo que se refleja en uno de los cuadros, donde Matisse plasma el cuerpo de la modelo tumbado lánguidamente al igual que la odalisca cuya foto aparece en la exposición, rodeada de los objetos que se ven en la sala, ahora fuera de su contexto artístico.
Por último, la sección Lenguaje de señales demuestra el parecido entre los recortes de papel producidos por Matisse al final de su vida y la caligrafía ideográfica china.
Michael ALPERT