El pasado 25 de diciembre fallecía en Barcelona, después de una larga enfermedad, una de las pintoras figurativas catalanas con más reconocimiento internacional. Fue la primera mujer académica en las artes al ingresar en la Real Academia de las Bellas Artes de Sant Jordi en 1981 y una de las artistas más demandadas por la burguesía catalana en las décadas de los setenta u ochenta. Gran dibujante, su Sant Jordi cuelga en el Palacio de la Generalitat y un San Genet en la abadía de Montserrat
Hija del arquitecto y crítico de arte Josep Gudiol, Montserrat Gudiol i Corominas (Barcelona, 9 de junio de 1933) comenzó a pintar desde muy joven de forma autodidacta para pasar a formarse más tarde en el taller del pintor Ramon Rogent, una formación que completó en escuelas de Francia, Suiza, Inglaterra e Italia. Su primera exposición individual tuvo lugar en el Casino de Ripoll (Girona) cuando solo tenía 17 años, a la que siguieron otras, tanto individuales como colectivas, en Cataluña, Madrid, Sevilla y Miami.
Su gran salto internacional tuvo lugar en el año 1964 a raíz de una exposición colectiva que recorrió distintos lugares de Estados Unidos durante dos años, A modern Spanish Paitings Seven Catalonian Artists: Clavé, Claret, Gudiol, Tàpies, Tharrats, Todó y Vilacasas. A partir de entonces realizó exposiciones individuales en Johannesburgo (1967), Tokio (1974), Moscú (1979), Colonia (1981), Los Ángeles (1982), Nueva York (1982), San Francisco (1984), París (1995) o Londres (1995), entre otras.
Su galería en España fue la histórica Sala Gaspar, donde realizó su primera exposición en 1962 con gran éxito y repercusión en la prensa de la época, una relación que se mantuvo hasta 1991. Como comenta Joan Gaspar, “Gudiol fue la pintora más demandada por la burguesía catalana durante las décadas de los setenta y ochenta y sus obras, las más cotizadas de la época”.
Y sobre su pintura añade que “tenía un estilo muy peculiar y personal, claramente influenciado por los pintores alemanes del Renacimiento, pero con una temática muy actual. Era una pintora muy valiente, ya que se atrevía con cuadros de gran formato y composiciones muy complejas”. Además, Joan Gaspar destaca su vertiente como dibujante, “aunque era una excelente pintora, aún era mejor dibujante, con una técnica muy depurada y un estilo muy elegante”.
También expuso en otras galerías de la Ciudad Condal, como la Sala Parés, la galería Montcada, y en museos y galerías de otras ciudades españolas como Madrid, Sevilla, Valencia, Toledo, Bilbao, Tarragona, Girona, Vic, Manresa, Mataró, Olot, Reus, Granollers, Vilassar de Mar, Sitges y Llafranc. Aquejada de Alzheimer, tuvo que abandonar su trabajo hace unos años.
Sus obras forman parte de colecciones particulares nacionales e internacionales y de los fondos de museos como el de Arte Moderno de Barcelona, Madrid, Bilbao, Johannesburgo, Pretoria, San Diego, Miami, The Joseph Cantor Foundation (Indianápolis), Flin (Michigan), en la sede del Comité Olímpico Internacional en Lausana y en el Museo de la Reial Acadèmia Catalana de les Belles Arts de Sant Jordi.
Muy apreciada también por el gran público, sobre todo en Cataluña, gracias a tres obras que se convirtieron en iconos del arte catalán y que fueron reproducidas en muchas ocasiones: Sant Jordi (1974), que ahora cuelga en una de las paredes del Palacio de la Generalitat, un monumental Sant Benet (1980), que realizó para la abadía de Montserrat, y su Maternidad azul (1983), portada de La Vanguardia el día de Navidad de ese mismo año.
Para el crítico de arte Juan Eduardo Cirlot, que junto a Corredor-Matheos ha estudiado la obra de Montserrat Gudiol, y que publicó también una biografía, Gudiol era la mejor artista plástica de Cataluña. Su pintura está influencia por los frescos del Quattrocento y las épocas azul y rosa de Picasso y la sitúa entre el “enamoramiento gótico y un surrealismo sui generis”.
Sus obras son reconocibles por los “universos herméticos, prácticamente cerrados, que reflejan pasión, sufrimiento y a veces una angustia oculta”. Gudiol utiliza colores intensos que se fusionan con los propios personajes que retrata y que son el centro de sus composiciones, unos personajes insinuantes y que destacan por su hieratismo e introspección, unas figuras “impregnadas de gran tristeza, destinadas a soportar el dolor del mundo”, añade Cirlot, y que se repiten en toda la obra de la pintora, como “cabelleras despeinadas, manos de gran elegancia, dedos largos y ojos que casi siempre muestran un rechazo de lo que ven”.
Por su parte, la historiadora y crítica de arte Maria Lluïsa Borràs considera que la obra de Montserrat Gudiol ofrece una “soberbia lección de pintura que ni toda la aventura del arte último junto, que tan urgentemente cautiva nuestro interés, podría hacernos olvidar”.
Y el escritor José Luis de Vilallonga comparaba a la artista catalana con Picasso porque al igual que el maestro malagueño “es alguien que lucha por ir siempre más allá de lo que a nosotros nos parece nuevo”, y añade que el gran acierto de Montserrat es el de “convertir en realidad los ocasionales desvaríos de la imaginación”.
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