El MoMA de Nueva York expone 150 piezas escultóricas de Pablo Picasso en un discurso que traza la relación entre la pintura del artista y su escultura. Esta última serpentea entre la experimentación con el volumen, el plano, el espacio en negativo y la masa. Hasta el 7 de febrero
Para desmantelar por completo la planta cuarta del MoMA hacen falta buenas razones. Como, por ejemplo, celebrar en ella la primera exposición sobre la escultura de Picasso en medio siglo. A pesar de sus coqueteos con la escultura monumental, para Picasso este fue siempre un arte personal. Muchos de estos objetos, por tal razón, quedaron en su poder y terminaron en el Museo Picasso de París, que facilita 50 piezas de las 120 obras presentes. La exposición invita a trazar la relación entre la pintura de Picasso y su escultura, que serpentea entre la experimentación con el volumen, el plano, el espacio en negativo y la masa.
Desde los escultóricos bronce o arcilla hasta el hierro, la chapa de hojalata, madera, alambre u objets trouvés, la imaginación de Picasso no conoce límites tampoco en el aspecto material. Tras una introducción por el Picasso modernista, se procede enseguida al período cubista, donde el collage se translitera en assemblage, como en sus series de guitarras o vasos de absenta. De ahí, se transita por la escultura en hierro de Picasso que el delirio biomórfico de la etapa de Boisgeloup, inspirada en Maria Thérese Walter, revierte completamente. Los dramáticos años 30 y 40 nos legan los hitos de la Dama Oferente de la exposición universal de París de 1937, Cabeza muerta, Toro u Hombre y Cordero.
La muestra se remata con el fértil período de Vallauris, donde la tradición escultórica y experimentación con objetos comunes resulta en su Cabra de 1950.
Francisco J. R. CHAPARRO