El libro Gótico I recorre no solo los grandes hitos del gótico hispano, también otros menos conocidos en un repaso ameno y riguroso por el inicio de las catedrales, la importancia de la arquitectura civil y la floración de las distintas escuelas de pintura y escultura. Esta obra, que forma parte de la colección Descubrir el Patrimonio Español, dirigida por Miguel Sobrino, se vende junto al número 192 de Descubrir el Arte
Dibujante, escultor, ilustrador y profesor en la Escuela de Arquitectura de Madrid, Miguel Sobrino dirige la colección Descubrir el Patrimonio Español y es autor de los textos y de la mayor parte de los dibujos que enriquecen y complementan las fotografías con las se propone un viaje por la historia de España a través de sus representaciones artísticas. Estas están valoradas, contextualizadas y descritas con rigor y utilizando un lenguaje y un formato amenos que inviten a bucear por nuestro patrimonio. En el caso de este primer volumen de los dos que la colección dedica al gótico, Sobrino ha contado con la colaboración de otros expertos (Pablo Abella Villar, Rocío Maira Vidal, Enrique Rabasa, Ángela Franco Mata, María Victoria Chico Picaza) para abordar temas puntuales.
El libro comienza con una introducción para situarse rápidamente y comprender lo que supuso este arte. El gótico fue una verdadera revolución en arquitectura; mientras en pintura y escultura el cambio no fue tan drástico y sus novedades se debieron a la observación directa del mundo natural y el intento de recrearlo en las artes plásticas. En el gótico vinieron a confluir dos impulsos distintos: el naturalismo de las representaciones escultóricas y pictóricas y la revolución tecnológica de la construcción. Al asociarse, estos dos impulsos dieron lugar a un movimiento artístico único, en el que vinieron a armonizarse la máxima racionalidad de técnicas y recursos materiales con la exitosa búsqueda de la belleza de las formas.
Gestado a mediados del siglo XII en Francia y extendido luego por toda Europa, a España tardó en llegar varios decenios y lo hizo de la mano de Alfonso VIII y de su mujer, la inglesa Leonor de Plantagenet. Una vez asentado, el nuevo arte vino a servir como certificado de cristianización de los territorios conquistados a los musulmanes, cambiando la faz de las antiguas ciudades andalusíes al sustituir las mezquitas de barrio por los nuevos templos parroquiales. En Toledo, la catedral supuso un inmenso manifiesto asentado en medio de un núcleo netamente islámico, una montaña gótica de piedra arrojada a un mar de ladrillo, como dos siglos después lo sería la de Sevilla. Los reyes de la órbita aragonesa harían también, aunque de forma más tardía, un uso simbólico de las construcciones góticas: si en el Levante y Mallorca sirvieron para cristianizar los territorios conquistados al islam, en Cataluña vinieron a simbolizar la superación del antiguo período condal y la integración en la boyante Corona de Aragón.
Al hablar sobre este período viene inevitablemente a la mente su logro más visible, la creación de las grandes catedrales. Estas construcciones hubiesen resultado irrealizables sin una sólida base social e intelectual que permitiese su planificación y sin un desarrollo general de la tecnología. Ellas solas deberían bastar para abolir de una vez por todas la imagen del Medievo como una edad sumida en la barbarie, no ya por el sublime refinamiento que desprenden, sino porque es sencillamente imposible que se concibieran y llevasen a buen puerto semejantes máquinas sin el concierto de multitud de personas capaces de dar lo mejor de sí y de hacerlo congeniar con las aportaciones ajenas. En ellas, por supuesto, se detiene el libro, pero se preocupa también por otros aspectos fundamentales del primer período gótico que a veces, por el esplendor catedralicio, quedan en la sombra: la crisis de prestigio de la Iglesia, que acarrearía la creación de las órdenes de predicadores y de formas nuevas de culto, visibles en la espectacularidad de la liturgia y en la creación de libros devocionales de uso privado; el desarrollo del arte funerario, entendido muchas veces como exposición pública del poder de las estirpes reales o nobiliarias; el perfeccionamiento de las técnicas militares, que redundó en el aspecto de castillos y murallas; la aplicación de modelos cada vez más refinados en la arquitectura civil; la preocupación por la ordenación urbana y la seguridad de los edificios…
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