El Ayuntamiento de Antequera (Málaga) adquiere una de las piezas maestras del pintor, ampliando así el espacio dedicado a su obra en el museo de su ciudad natal
Paquete cósmico (1975) es una original obra de Cristóbal Toral que representó junto a otras piezas a España en la XIII Bienal de Sao Paulo y que el Ayuntamiento de Antequera acaba de adquirir para el patrimonio de esta ciudad y de todos cuantos la visiten. Poco antes de cumplir 83 años Cristóbal Toral recibe este regalo con el que poco a poco el espacio dedicado a su obra en el Museo de la Ciudad de Antequera se afianza. Aún más, cabe la posibilidad de que se construya allí un Museo de Arte Contemporáneo con obras de Toral, Miguel Berrocal y otros artistas malagueños reconocidos internacionalmente.
La universalidad de una obra, que es el valor artístico más alto, depende principalmente de dos motivos: de la universalidad del tema elegido y, en segundo lugar, pero no menos relevante, cómo lo aborda el artista. Desde ambas perspectivas esta pieza es original. ¿Cuántos pintores, antes que Toral, se han atrevido a elevar un paquete de embalajes y cajas de cartón envueltos parcialmente en una tela flotando en el espacio a tema pictórico?
En un artículo, “Los mundos infinitos de Cristóbal Toral”, recogido en el catálogo de una exposición que tuve el honor de ejercer de comisario elegido por el Ayuntamiento y por el artista en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, Cristóbal Toral. Una aventura creadora, el Catedrático de Historia del Arte José Félix Martos Causapé lo describió certeramente: “Paquete cósmico (1975) expresa muy bien esta obsesión por el cosmos y la infinitud del Universo. Obra sobrecogedora, de un realismo casi mágico, que muestra una mescolanza de objetos (bultos, maletas, cartones de embalaje…) amontonados en completo desorden, semicubiertos por una sábana o tela de bordes chamuscados, y atados con finas cuerdas tan tensas que parecen a punto de romperse. El paquete flota ingrávido en la eternidad del cosmos. Un océano gélido en medio de la nada y fuera del tiempo”.
Como apreciamos en sus honestas memorias, La vida en una maleta. Autorretrato de un pintor (Madrid, Temas de Hoy, 2003), Cristóbal Toral manifiesta un profundo interés por el espacio desde que era niño, interés que no ha hecho sino aumentar a medida que la vida avanza, de tal modo que no es fortuito que se sintiera cautivado por la conquista del espacio y la llegada del hombre a la luna, acontecimiento que ha calificado en artículos suyos y entrevistas como el hito científico-tecnológico más elevado del siglo XX. De hecho, el artista tuvo el privilegio de reunirse con Michael Collins en Washington durante el otoño de 1969 con el fin de que le explicara detalladamente la reciente experiencia de viajar a la Luna.
Durante los años 60 del pasado siglo llega a la conclusión de “que vivimos en el espacio, que vivimos flotando en el espacio. Por tanto, que yo pintara los objetos flotando en el espacio era lo más natural del mundo. Me entusiasmé con esa nueva visión de la realidad. A pesar de los esclarecedores estudios de Copérnico, Galileo y Kepler sobre astronomía, yo pienso que el hombre no adquiere verdadera conciencia de vivir en el espacio hasta que los astronautas envían las primeras fotos de la Tierra flotando en el espacio, encuadrada en una perspectiva similar a la que estamos habituados a ver de la Luna. Hasta entonces, diríase que seguíamos siendo tolomeicos, en el sentido de creer que la Tierra era una plataforma fija y que el espacio con sus estrellas y planetas estaba siempre por encima de nosotros”.
Por ello al menos desde 1966, cuando Toral pinta La ascensión de las Meninas, y un año después con Bodegón con manzanas, este ha sido un asunto recurrente a lo largo de su aventura creadora. Con su peculiar sentido de la provocación, durante una entrevista televisiva, declaró que “si Newton había descubierto las leyes de la gravedad, yo había descubierto las leyes de la ingravidez. Aclaré que lo de Newton era una anécdota local; en efecto, no dudo de la gravedad, pero yo podía poner las manzanas en el espacio de mis cuadros y nunca se caerían, porque la estética tiene sus propias leyes que, en este caso, coincidían con las leyes del Universo donde todo flota y nada se cae, incluso flotan planetas como Júpiter que pesan bastante más que una manzana”.
“Como pintor entusiasmado por el espacio y la ingravidez –añade en dichas memorias–, empecé a interesarme por los convulsos cielos de Vincent Van Gogh y por el lirismo ingrávido de Marc Chagall; también El Greco, aunque más lejano, era un ejemplo de elevación celestial”. Cristóbal Toral por encima de cualquier otra cosa es un pintor, pero además es un versátil artista contemporáneo que se expresa mediante la escultura, el ensamblaje, la instalación… Quien haya tenido la suerte de conocer su espacio de trabajo en su finca El Torcal, de Toledo, sabe que allí ha recreado con la técnica del ready-made, y en dimensiones todavía más extraordinarias, piezas similares a Paquete cósmico.
En realidad, en Paquete cósmico (1975) confluyen varios de los temas que atraviesan su obra: los viajes en el sentido más amplio del término (emigraciones, éxodos, exilios… sin los cuales es inconcebible la historia de la humanidad); el espacio cósmico, que nos abraza y a coge a todos sin excepciones; y algo en lo que la crítica apenas ha reparado, los naufragios de la existencia, lo que sobrevive de la vida en objetos que nos pertenecieron cuando ya no hay vida, el olvido que seremos. Con el tiempo sospecho que habrá quienes interpreten esta pintura como un prematuro vaticinio de la contaminación espacial. Es la prueba de que estamos ante un clásico, es decir, una obra que no cesa interpelarnos y de dialogar con las diferentes generaciones, adaptándose a diversas recepciones y contextos.
Sebastián Gámez Millán