Fundado por el rey Carlos de Borbón, el Museo Nacional Arqueológico de esta ciudad italiana, una de las instituciones más antiguas del mundo, suma 15 salas nuevas a su recorrido expositivo para ilustrar la historia milenaria de Campania y del sur de Italia
Cerrada desde 1996 y tras más de veinte años de investigaciones realizadas por diversos estudiosos, esta nueva sección del Museo Nacional Arqueológico de Nápoles constituye un unicum por la riqueza y antigüedad de su colección arqueológica. Una reapertura que completa la oferta museal única del MANN, junto con los tesoros de la antigüedad procedentes de las Colecciones Farnesio, Numismática y Epigráfica.
A partir de ahora, más de 400 hallazgos magnogriegos se presentan ordenados en un itinerario que documenta las características de los entornos donde se hallaban, las estructuras sociopolíticas, los elementos religiosos y artísticos de este área en época prerromana, cuyo objetivo es el de mostrar al público la compleja coexistencia entre las comunidades radicadas en el sur de la península itálica, hace miles de años, entre los pueblos autóctonos y los colonos griegos establecidos en estas tierras, y que también dio como resultado unas piezas de una gran belleza conformadas por el sincretismo expresivo de estas dos comunidades.
El período que abarcan estas nuevas salas se inicia con las primeras colonizaciones en el golfo de Nápoles y Sicilia entre los siglos VIII y VI a.C. y finaliza con el ocaso de la Magna Grecia, cuyos asentamientos fueron conquistados por los romanos en el año 300 a.C. Un largo período histórico que deja un profundo legado en el país, como se puede ver en las variadas obras expuestas: desde algunas sepulturas de Pithekoussai (Ischia) y Cuma, testimonios de una primera forma de convivencia entre indígenas y griegos en Campania; otras inspiradas en la mitología o bien en el tema de los banquetes en vasijas áticas de diferentes manufacturas; así como un amplio espacio dedicado a la herencia de las poblaciones itálicas (campanos, samnitas, lucanos y apulios) además de la refinada orfebrería. Cabe destacar la famosa vasija Hydria Vivenzio, datada en 490-480 a.C., decorada, con una impresionante fidelidad en los detalles, de escenas de la toma de Troya, como la violación de Casandra y la sangrienta muerte de Priamo.
¿Magna Grecia?
Se remonta a 1754 la publicación de la obra Diatriba de Magnae Graeciae, en la que el arqueólogo, Alessio Simmaco Mazzocchi, con relación al adjetivo Magna, se refería no tanto a una extensión territorial como a la posesión de una doctrina y grandeza intelectual y localizaba en el reino de Nápoles, el digno heredero de aquella cultura. El tratado formaba parte del estudio que el erudito, por encargo del propietario, había dedicado a las Tablas de Heraclea, posteriormente donadas al rey Carlos de Borbón con la condición de que fueran expuestas junto a los hallazgos de Herculano.
El interés de la Casa Real por las dos inscripciones lo demuestra el hecho de que esas Tablas se encontraban entre los bienes que los Borbones se llevaron en las dos fugas a Palermo en 1798 y 1806, como legítima señal de su poder. Una atención no manifestada hacia otras obras (vasijas decoradas, bronces, joyas o vidrios), halladas en las excavaciones en los territorios de las provincias sureñas, piezas de las que se adueñaban los distintos “descubridores” e incluso podían ponerlas a la venta.
Tras la Restauración, el Museo de Nápoles empezó a adquirir piezas particularmente notables y alguna colección de Apulia, continuando de forma aún más significativa a partir de la Unificación de Italia con la compra de la Colección Santangelo o la del conde de Siracusa, mientras a inicios del siglo XX se convirtió en el destinatario de los resultados de investigaciones en los territorios meridionales y adquirió además obras monumentales como los acroterios del Templo de Locri con los grupos marmóreos de los Dioscuros.
La falta de continuidad en las relaciones con las áreas de las que procedían las obras y los criterios museográficos positivistas –criterio de montajes para las clases de materiales o para las fases de antigüedad– fueron las condiciones objetivas que obstaculizaron la formación de una sección magnogriega en el Arqueológico napolitano.
Cabe recordar que solo en 1996 y coincidiendo con el gran programa nacional de exposiciones Los Griegos en Occidente, llegó a realizarse una instalación, en orden topográfico, en las salas CXXX–CXXXVII con la recomposición de algunos contextos y alguna ilustración de la historia del coleccionismo. Un hecho que contribuyó a pensar que era posible ofrecer un recorrido museal que contribuyese a explicar el papel que asumió Nápoles y su área del golfo como centro de cultura griega y, al tiempo, lugar de intercambio con las poblaciones de las áreas internas.
En la presentación de las obras se destaca el tema de las culturas que, si bien diversas, eran vasos comunicantes delineando aquellas formas de hibridación que convertirán el centro-sur de la Península en una fuente de la que Roma asimilará formas y estructuras, cimientos de aquella cultura ecléctica, mediterránea, y una de las matrices más fecundas de Europa.
La acción unificadora de Roma, iniciada en 272 a.C. con la conquista de Taranto y ultimada en 89 a.C. con la concesión de la ciudadanía a todos los itálicos –un hecho que determinará cambios también en el ritual funerario (inmutable hasta aquella fecha, como documentan las lajas pintadas de la tumba de Egnatia)– se presenta significativamente en la última pieza expuesta: la lex municipi Tarentini, que contiene una parte del estatuto municipal de la ciudad.
El aspecto ligado al papel del museo y a los descubrimientos se intensifica con la presentación de figuras determinantes para las vicisitudes de la colección y simbólicas para la historia de la arqueología entre los siglos XIX y XX: desde Paolo Orsi (1859-1935) artífice del redescubrimiento de la Magna Grecia, realizada como construcción de libertad y dignidad política; a Luigi Viola (1851-1924), cuya biografía profesional y humana, vinculada a Taranto, refleja en cierto sentido las contradicciones de la Italia recientemente unida; de Giuseppe Fiorelli (1823-96), protagonista de la arqueología napolitana y de la historia del museo y muestra de la estabilidad de las clases dirigentes y de la renovación en la continuidad, a Theodor Panofka (1800-1858), autor del primer catálogo internacional de las obras del museo y que contribuyó a que Nápoles recibiese la atención europea; de Giovanni Jatta senior (1767-1844), coleccionista de materiales de Ruvo (Apulia), impulsor de muchas de las compras que realizó el museo de Nápoles y que donó a esta institución su propia colección al completo, a Michele Ruggiero (1811-1900), arqueólogo y arquitecto comprometido en incorporar documentos de archivo relativos a las investigaciones “en las provincias de Terraferma (…) del 1743 al 1876”; de la poliédrica figura de François Lenomant (1837-33), cuya obra La Grande Grèce, divulgativa y científica, ayudó a fundar el mito de la Magna Grecia a nivel europeo, a Ettore De Ruggiero (1839-1926), una de las más notables figuras de la cultura napolitana, portavoz de la filología crítica alemana contra el coleccionismo anticuario, que ayudó en la formación internacional de los estudios “antiguos”… y hasta aquí la elección de autores de Enzo Lippolis, que entregó el proyecto poco antes de morir, elaborado con su grupo de trabajo: desde la selección de los materiales a la reorganización de los espacios, desde la definición de un nuevo recorrido narrativo a las soluciones para la instalación que conjugaban la tradicional historia museal de las obras expuestas a las más actualizadas lecturas contextuales de las mismas.
Por ello, en el momento de definir la colocación de los hallazgos se decidió de pleno acuerdo dedicarle la primera sala dedicada a ilustrar las migraciones del Egeo y los primeros procesos coloniales que permitieron el encuentro de los griegos con los itálicos, como epígono con pleno derecho de esa cadena de estudiosos que abrieron los canales para el conocimiento de la Magna Grecia.
Carmen del VANDO BLANCO