Una exposición en los Museos Capitolinos de Roma reúne un conjunto de magníficas pinturas de este pintor del Renacimiento italiano y desvela algunos enredos cortesanos protagonizados por el papa Alejandro VI. Entre las piezas se exhiben juntos por primera vez el Niño Jesús de las manos y la Madonna, cuyo rostro Vasari atribuyó a Julia Farnesio, amante del papa Borgia. Hasta el 10 de septiembre
La sugestiva exposición aúna magníficas pinturas y revela algunos enredos cortesanos de la Roma del Quattrocento, protagonizados por un Papa, el controvertido Alejandro VI (Rodrigo Borja, 1431), Papa de 1492 a 1503; una refinada dama, la bellísima Julia Farnesio (1475-1524), amante precoz y concubina no demasiado discreta del papa español; junto a uno de los artistas más fantasiosos del Renacimiento italiano, Bernardino di Betto, apodado “Il Pintoricchio”. Además, se exponen por primera vez juntos la Madonna, cuyo rostro Giorgio Vasari atribuyó al retrato de Julia Farnesio, amante del papa Alejandro VI Borgia, y el célebre Niño Jesús de las manos, ambos de Pintoricchio.
Nos referimos a un pontificado que, si bien envuelto en entrelazamientos dinásticos, salpicado de venenos palaciegos, calumnias y celos, ejerció de mecenas trayendo a Roma a Pintoricchio, autor de uno de los ciclos pictóricos más celebrados de la historia del arte: el del entonces nuevo apartamento papal en el Vaticano, denso de contenidos humanísticos y teológicos, de una gran sensibilidad y fuertemente innovador, tanto que podríamos decir revolucionario y con el que Bernardino interpretó el programa ideológico y político de Alejandro VI.
A pesar de la admiración que suscitó esta obra en todo aquel que la visitaba, Giorgio Vasari casi lo ignoró, manifestando solo su interés por la escena en la que figura el Papa de rodillas ante la Virgen con el Niño bendiciente (Niño Jesús de las manos), una Virgen que según las murmuraciones de la corte era el retrato de la amante del papa, la joven y sensual Julia Farnesio. A causa de este presunto motivo, la escena provocó gran escándalo y las consiguientes reacciones: fue cubierta, arrancada de las paredes, finalmente desmembrada en fragmentos…, hasta que se llegó a recuperar la fiel composición de la pintura gracias a una copia realizada en 1612 por el pintor Pietro Fachetti.
Indiscutiblemente el papa que aparece en la pintura es Alejandro VI; el Niño no necesita interpretaciones; pero ¿quién era la bellísima Virgen?, ¿dónde acabaron los fragmentos del fresco? Ahora, tras siglos de estudios e investigaciones, valiéndose de 33 obras –retratos de la familia Borgia y elegantes pinturas de Bernardino di Betto, con la Virgen de las Fiebres de Valencia, entre ellas, que enmarcan la recuperada Virgen y el Niño Jesús de las manos– esta exposición romana esclarece cualquier duda y disipa las maledicencias originadas en su época.
La mala fama del pontificado de Borgia suscitó un potente desdén que se autoalimentaba incluso tras su muerte. Contra el poder absoluto y violento de los Borgia, la única arma de oposición eficaz era la calumnia, como demuestra el caso de la decoración de su apartamento y su posterior despegado bajo el papado de Alejandro VII (Fabio Chigi, 1655-1667) y así, las dos imágenes, la de la Virgen y del Niño, fueron separadas y entraron en la colección privada de la familia Chigi, mientras el retrato del papa Borgia desapareció definitivamente.
Ahora, pasados cinco siglos desde aquellos hechos y gracias a la disponibilidad de los propietarios de las obras, se exhiben juntos por primera vez los dos importantes fragmentos: el del rostro de la Virgen, jamás presentado hasta ahora al público, junto al más conocido del Niño Jesús de las manos. Una recomposición excepcional que retoma la percepción de aquella armonía perdida de extraordinaria síntesis pictórica. Además, en esta ocasión se desmonta la “leyenda negra”, que afirmaba que el rostro de la Virgen era el de la bella Julia Farnesio, amante del Papa.
De hecho, el semblante de la Madonna es muy característico de los rostros de vírgenes que pintaba Pintoricchio: un oval dulcemente alargado, sin ningún afán retratístico y lleno de amorosa concentración. Así pues, la parcial recomposición recupera su valor histórico y evidente significado teológico: una rarísima iconografía papal –la investidura divina del neo electo Pontífice– y despeja el campo de las interpretaciones más carnales que provocaron su destrucción.
Acompañan las pinturas del apartamento Borgia 7 antiguas esculturas de época romana para recordar las fuentes inspiradoras de Pintoricchio, que animaban el renacer artístico y cultural de Roma.
El Pintoricchio o Pinturicchio (Perusa, 1454-Siena, 1513), pintor influido por Benozzo Gozzoli y colaborador del Perugino, trató de alejarse de este último maestro acentuando los valores cromáticos y los detalles descriptivos y decorativos. Con El Perugino, Pintoricchio colaboró en la realización de los frescos de la Capilla Sixtina (1481-1483), ocasión que le propició el encuentro con los otros autores toscanos en el Vaticano: Botticelli, Ghirlandaio o Cosimo Rosselli. Su obra maestra son los frescos de la Librería Piccolomini (1503-1508) de Siena, que ilustran la vida de Pío II, organizada orgánicamente dentro de un orden arquitectónico.
El juicio crítico sobre Pintoricchio ha ido oscilando en la historia: despreciado por Vasari, que le criticaba el excesivo decorativismo, fue revalorizado posteriormente por la crítica decimonónica y de inicios del Novecientos, mientras la más actual ha sabido medir su talla artística, reconociéndole además la calidad de excelente narrador.
Carmen del VANDO BLANCO