Una exposición en la Torre Iberdrola de Bilbao propone una aproximación a la poco conocida contribución de la Monarquía Hispánica en la formación de esta nación, poniendo el foco en la aportación de los vascos en la exploración, navegación y comercio, así como la inmigración a Norteamérica. La muestra, eminentemente didáctica, podrá verse hasta el 2 de julio
En una carta del 9 de octubre de 1780 dirigida a Gardoqui e hijos, Benjamin Franklin escribía: «He sabido por muchas fuentes de su amistad hacia América y de la amabilidad que ha mostrado a muchos de mis compatriotas; le ruego que acepte mi agradecido reconocimiento».
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Sobre estas líneas, Gardoqui y Washington, de Fernando Vicente, 2017, acrílico sobre papel, colección particular. Arriba, Camaradas de armas, de Augusto Ferrer Dalmau, 2016, óleo sobre lienzo, Colección particular Augusto Ferrer-Dalmau.
Bajo el título La memoria recobrada. Huellas en la historia de los Estados Unidos, comisariada por José Manuel Guerrero Acosta, esta exposición propone al visitante un acercamiento a la contribución española en la gestación de Estados Unidos, desde el inicio de la presencia hispana en el continente hasta el siglo XX. Y lo hace a través de una selección de obras de arte, documentos, mapas, trajes, miniaturas y escenificaciones, lo que permite al espectador de todas las edades acercarse a la historia de una manera muy visual y atractiva.
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Cataratas del Niágara, de Alvan Fisher, 1823, óleo sobre lienzo, Wadsworth Atheneum Museum of Art, Hartford, Conneticut (EE UU).
La exposición está centrada sobre todo en el siglo XVIII, un siglo marcado por las ideas de la Ilustración, y donde la Monarquía Hispánica jugó un papel relevante en el nacimiento de los Estados Unidos. Desde puertos como Bilbao o Cádiz, coincidiendo con los años del plan de reformas del rey Carlos III —sociales, del comercio, la cultura, las ciencias y las Fuerzas Armadas— salieron dinero, armas, paños, mantas, medicinas y miles de soldados para América. El golfo de México fue marco de combates terrestres, mientras las rutas del comercio transatlántico —tan familiares para emprendedores como el bilbaíno Diego de Gardoqui— se transformaron una vez más en escenarios de la guerra naval.
Años más tarde, aquellos territorios cuyos primeros exploradores tenían apellidos como Urrutia o Anza se convertirían en tierra de oportunidad para miles de inmigrantes, que partieron en busca de un futuro mejor. También mujeres y hombres de Euskadi han dejado sus huellas en las calles de Nueva York, las cataratas del Niágara, las praderas de Idaho o los frontones de Miami.
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Carlos III funda la colonia de La Carolina, de Victorino López., h. 1805, óleo sobre lienzo, Real Patronato del Alcázar de Segovia.
La exposición está divida en cinco recorridos cronológicos. El primero de ellos, El Siglo de las Luces, está presidido por un desconocido retrato de Carlos III con un paisaje cacereño al fondo, junto a otros retratos de personajes destacados en la fundación de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, una de las instituciones de la época que más se distinguieron en la difusión de la cultura y en apoyar el espíritu reformista del reinado, como Vicente de Lili-Idiáquez o el busto de Xavier de Munibe (conde de Peñaflorida).
En esta sección también hay un apartado dedicado a las grandes expediciones científicas, como la emprendida por los marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa a la América meridional para medir el arco del meridiano y verificar el tamaño de la tierra. La vida social y cotidiana de este siglo está presente a través de una serie de cuadros que reflejan el esplendor de la aristocracia, como el retrato de la marquesa de San Andrés, de Agustín Esteve que contrasta con las estampas populares y representaciones de los oficios de las mujeres de las clases humildes, como el óleo La escabechería, de Inocencio García Asarta.
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El Jardín Botánico desde el Paseo del Prado, de Luis Paret y Alcázar, h. 1790, óleo sobre tabla, Madrid, Museo del Prado.
La última parte está dedicada a Norteamérica. Objetos y gráficas muestran la importancia de los caminos reales establecidos en el sur de los actuales Estados Unidos durante el XVIII, y que de alguna manera siguen activos hoy día, como el Anza Trail, abierto por Juan Bautista de Anza. Otro de aquellos protagonistas fue el geógrafo, ingeniero militar, escritor y general José de Urrutia y de las Casas. Su trabajo durante más de tres años en la expedición de Nicolás de Lafora al sur de los Estados Unidos permitió conocer por vez primera cómo era aquel vasto territorio inexplorado. Mapas, un cuadro del género de «castas» del Museo de América y gráficas de la fundación de imprentas y universidades recuerdan la herencia cultural y multirracial.
Una muestra de las monedas españolas de uso generalizado en el comercio, como el famoso «real de a ocho», introduce, mediante el primer papel moneda utilizado por los rebeldes norteamericanos, al poco conocido origen hispánico del símbolo del dólar, proveniente de las columnas de Hércules que figuran en el escudo real de aquellas antiguas monedas.
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Escena costera con figuras, Beverly Shore, de John Frederick Kensett, 1869, óleo sobre lienzo, 91,41 x 153, 35 cm, Harlford, Wadsworth Atheneum Museum of Art.
La siguiente sección, Tiempo de tempestades, está dedicada a la guerra de Independencia de los Estados Unidos. En ella se exhiben desde el mapa francés original realizado por Louis Denis en 1779, el óleo La muerte del general Mercer en la batalla de Princeton del artista de la revolución John Trumbull o un retrato en miniatura de George Washington de William Russell Birch.
La ayuda de la Monarquía Hispánica a la independencia de los Estados Unidos tuvo como principal impulsor al conde de Aranda, de quien se muestra una escultura en cerámica y un ejemplar de su Descripción de las provincias de América. Un retrato del almirante José Solano recuerda el convoy naval que llevó más de 11.000 soldados a combatir en América.
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Lámina por España y por el rey.
Por último, hay un apartado dedicado al militar malagueño Bernardo de Gálvez, que dirigió las operaciones contra los británicos en el golfo de México. Sus campañas en Florida y Luisiana se recrean mediante dioramas y miniaturas de los soldados que las protagonizaron. Además, un lienzo de Augusto Ferrer-Dalmau representa la gran victoria de Gálvez en el asedio a Pensacola. Tampoco se olvida a las mujeres que participaron en esta contienda a través de una colección de monedas conmemorativas sobre las heroínas de la Revolución.
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Escabechería, de Inocencio Asarta, h. 1903, óleo sobre lienzo © Museo de Bellas Artes de Bilbao.
En la tercera sección, Paz y Guerra en el mar, se explica la importancia de la navegación comercial y la guerra naval durante el siglo XVIII. Una Vista de Bermeo, elaborada con la técnica de piedras semipreciosas sobre tapiz introduce al visitante en el comercio marítimo. Además, se exhibe una serie de documentos de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, que jugó un importante papel en el comercio con América y el corso marítimo contra Inglaterra durante el primer tercio del siglo, del Archivo General de Simancas y del Archivo de Indias, junto a objetos cotidianos de los navegantes.
Por otra parte, uno de los protagonistas de la guerra en el mar fue el almirante bilbaíno José de Mazarredo, cuyo retrato, obra de Jean François Bellier, fue realizado en la etapa final de su vida. Un óleo de una batalla entre navíos españoles y británicos, obra de Rafael Monleón y Torres, sirve de contrapunto a una marina al óleo realizada expresamente para este proyecto por Augusto Ferrer-Dalmau, que representa la expedición marítima hispano-norteamericana para conquistar las islas Bahamas en 1782. La sección finaliza con una escenificación del interior de un navío, desde donde puede contemplarse un gran diorama con varios modelos de buques en combate, fabricado por el modelista naval Máximo Agudo Mangas.
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Fotografía de un grupo de vascos en la Exposición Universal de San Francisco, 1915.
Por último, en Huellas vascas en América, se combinan piezas originales procedentes de museos vascos con otras realizadas o de procedencia norteamericana, como nexo de unión de las diferentes realidades de la inmigración vasca a Estados Unidos. Esta sección arranca con la epopeya de los vascos que llegaron en busca de bancos de pesca y de ballenas hasta las costas de Terranova, en la actual Canadá, que se remonta al menos al siglo XVI. Completa este espacio el testamento del ballenero Echaniz, fallecido en la península del Labrador en diciembre de 1584, conservado en el Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa, y que es probablemente el documento más antiguo escrito en lo que hoy es Canadá.
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Ranchero en la ladera de una montaña, fotografía de Richard H. Lane, 1970-75, Jon Bilbao Basque Library, University of Nevada-Reno Library.
El siguiente apartado está dedicado a los flujos migratorios que tuvieron lugar desde mediados del siglo XIX y gran parte del XX a América. En Nueva York se estableció, en el último tercio del XIX, una importante colonia de inmigrantes vascos y gallegos, relacionados con el negocio del azúcar y del tabaco. Se asentaron pescadores en California y pastores, vaqueros y leñadores, principalmente de origen vasco, acudieron a los estados de Wyoming, Utah, Idaho, y Nevada. Otros miles de españoles viajaron a Hawái para trabajar en la industria azucarera a partir de 1898, cuando el archipiélago se convirtió en territorio anexado a la Unión. Un viaje que queda simbolizado por los cuadros Idilio en el puerto, de Aurelio Arteta, y Barco Ama Begoña de la naviera Aznar. Además, fotografías y carteles procedentes del proyecto Invisible inmigrants de James D. Fernández y Luis Argeo, cuyos autores estudian la diáspora española a los Estados Unidos, se unen a las imágenes de pastores y vaqueros cedidas por la Jon Bilbao Basque Library de la Universidad de Reno.
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Idilio en el puerto, de Aurelio Arteta, 1930, óleo sobre lienzo, Colección Iberdrola.
Una pequeña sección descubre a esos personajes notables, hoy en día casi olvidados, que hicieron fortuna en Norteamérica, como el ingeniero cántabro Leonardo Torres Quevedo, que proyectó el Spanish Aerocar, el funicular sobre las Cataratas del Niágara, que aún sigue en funcionamiento. Hubo otros empresarios destacados, como Mónico Sánchez –inventor de un aparato de rayos X portátil patentado en los Estados Unidos–; Rafael Guastavino, arquitecto valenciano que alcanzó enorme popularidad con el uso de la «bóveda aligerada antiincendios» en multitud de edificios públicos como la Central Station y la City Hall Station de Nueva York, o el donostiarra José Francisco Navarro Arzac, uno de los socios de la compañía que instaló el ferrocarril elevado de la Sexta Avenida de Nueva York en el último tercio del XIX y promotor de los enormes bloques de apartamentos –los Spanish o Navarro Flats– junto a Central Park, además fue fundador, junto con Thomas Alva Edison, de la General Electric Company y de la Edison Colonial Spanish Electrical Company, que electrificó gran parte de la industria azucarera en Cuba.
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The Whirlpool, Niagara Falls, Ontario, Canadá, postal, colección particular, Madrid.
Tres obras contemporáneas de la Colección Iberdrola de dos artistas norteamericanos que trabajan con luz, dos hologramas de James Turrell y una alegoría lumínica de Dan Flavin ponen punto final a esta exposición.
- Holograma, de James Turrell © Colección Iberdrola.
- Untitled (a Madeline y Eric Kraft), de Dan Flavin, luz fluorescente roja, ultravioleta y amarilla © Colección Iberdrola.